jueves, 28 de abril de 2016

Triples 3 (+ 1)

Francisco Sabatini, Puerta Real, Jardín Botánico, Madrid, 1781

Manuel Salgado, Arco de Capuchinos, Andújar, 1786

Antonio Juana Jordán, Puerta de Madrid, Alcalá de Henares, 1788

Puerta de la Reina, La Granja de San Ildefonso, 1784

miércoles, 27 de abril de 2016

Caos

Maestro Bartolomé, Cahos
UAMA, tabla procedente del retablo mayor de la catedral de Ciudad Rodrigo

APOLOGÍA Y PETICIÓN

¿Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno,
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?

De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.

Nuestra famosa inmemorial pobreza
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno,
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.

A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo he pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.

Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
puede y debe salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes que se la lleven los demonios.

Quiero creer que no hay tales demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia.
Son ellos quienes han vendido al hombre,
los que le han vertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.

  Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
 Que sea el hombre el dueño de su historia.

                                            Jaime Gil de Biedma, Moralidades, 1966

"Fracaso general de los partidos", El Mundo, 27.04.16

martes, 26 de abril de 2016

Grandes fastos - Perritos II

Bartolomé González, La reina doña Margarita de Austria
Museo del Prado

A LOS TÚMULOS QUE HICIERON LAS CIUDADES DE JAÉN, ÉCIJA Y BAEZA
EN LAS HONRAS DE LA REINA DOÑA MARGARITA DE AUSTRIA

Oh bien haya Jaén, que en lienzo prieto
de luces mil de sebo salpicado
su túmbulo paró, y de pie quebrado
en dos antiguas trovas sin conceto.

Écija se ha esmerado, yo os prometo,
que en vultos de papel y pan mascado
gastó gran suma, aunque no han acabado
entre catorce abades un soneto.

Todo es obras de araña con Baeza,
donde, fiel vasallo, el Regimiento
pinos corta, bayetas solicita:

hallaron dos, y toman una pieza
para el tumbo real o monimento.
¡Nunca muriera doña Margarita!


                                           Luis de Góngora y Argote

lunes, 25 de abril de 2016

sábado, 23 de abril de 2016

Fotogramas 3 - Coches 3

Esplendor en la hierba, Elia Kazan, 1961

…aunque el resplandor que brilló tanto un día
esté ahora para siempre lejos de mis ojos,
aunque nada pueda devolverme el instante
del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores,
en vez de llorar, saquemos
fortaleza de todo lo que vimos,
de esa primordial simpatía
que existió entonces y siempre existirá;
del pensamiento en calma que surge
del sufrimiento humano,
de la fe que es capaz de mirar a través de la muerte
y de los años que forjan la mentalidad meditativa.

William Wordsworth, Sugerencias de inmortalidad en los recuerdos de la niñez, X (fragmento), 
trad. Ángel Rupérez

viernes, 22 de abril de 2016

Romería - Año Cervantes 6

La jaula (c. 1580), utilizada para trasladar la Virgen del Santuario a Andújar;
actualmente, en el museo del Santuario
-Mi peregrinación es la que usan algunos peregrinos: quiero decir que siempre es la que más cerca les viene a cuento para disculpar su ociosidad; y así, me parece que será bien deciros que por ahora voy a la gran ciudad de Toledo, a visitar a la devota imagen del Sagrario, y desde allí me iré al Niño de la Guardia, y, dando una punta, como halcón noruego, me entretendré con la santa Verónica de Jaén, hasta hacer tiempo de que llegue el último domingo de abril, en cuyo día se celebra en las entrañas de Sierra Morena, tres leguas de la ciudad de Andújar, la fiesta de Nuestra Señora de la Cabeza, que es una de las fiestas que en todo lo descubierto de la tierra se celebra; tal es, según he oído decir, que ni las pasadas fiestas de la gentilidad, a quien imita la de la Monda de Talavera, no le han hecho ni le pueden hacer ventaja. Bien quisiera yo, si fuera posible, sacarla de la imaginación, donde la tengo fija, y pintárosla con palabras, y ponérosla delante de la vista, para que, comprehendiéndola, viérades la mucha razón que tengo de alabárosla; pero esta es carga para otro ingenio no tan estrecho como el mío. En el rico palacio de Madrid, morada de los reyes, en una galería, está retratada esta fiesta con la puntualidad posible: allí está el monte, o por mejor decir, peñasco, en cuya cima está el monasterio que deposita en sí una santa imagen, llamada de la Cabeza, que tomó el nombre de la peña donde habita, que antiguamente se llamó el Cabezo, por estar en la mitad de un llano libre y desembarazado, solo y señero de otros montes ni peñas que le rodeen, cuya altura será de hasta un cuarto de legua, y cuyo circuito debe de ser de poco más de media. En este espacioso y ameno sitio tiene su asiento, siempre verde y apacible, por el humor que le comunican las aguas del río Jándula, que de paso, como en reverencia, le besa las faldas. El lugar, la peña, la imagen, los milagros, la infinita gente que acude de cerca y lejos, el solemne día que he dicho, le hacen famoso en el mundo y célebre en España sobre cuantos lugares las más estendidas memorias se acuerdan.
Suspensos quedaron los peregrinos de la relación de la nueva, aunque vieja, peregrina, y casi les comenzó a bullir en el alma la gana de irse con ella a ver tantas maravillas; pero, la que llevaban de acabar su camino no dio lugar a que nuevos deseos lo impidiesen.

Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Libro Tercero, Capítulo Sexto

miércoles, 20 de abril de 2016

Año Cervantes 5

G. Doré (dib.) y H. Pisan (grab.), ilustración para Don Quijote, I-5, París, 1863


Sale el río DUERO con otros tres
ríos, que serán tres muchachos, vestidos como que
son tres riachuelos que entran en Duero junto a Soria,
que en aquel tiempo fue Numancia

DUERO:
Madre querida, España: rato había
que oí en mis oídos tus querellas,
y si en salir acá me detenía
fue por no poder dar remedio a ellas.
El fatal, miserable y triste día,
según el disponer de las estrellas,
se llega de Numancia, y cierto temo
que no hay remedio a su dolor extremo. (…)
Mas ya que el revolver del duro hado
tenga el último fin estatuído
de ese tu pueblo numantino armado,
pues a términos tales ha venido,
un consuelo que queda en este estado:
que no podrán las sombras del olvido
oscurecer el sol de sus hazañas
en toda edad tenidas por extrañas. (…)
De remotas naciones venir veo
gentes que habitarán tu dulce seno
después que, como quiere tu deseo,
habrán a los romanos puesto freno;
godos serán, que, con vistoso arreo
dejarán de su fama el mundo lleno;
vendrán a recogerse en tus entrañas,
dando de nuevo vida a sus hazañas.(…)
pero el que más levantará la mano
en honra tuya y general contento,
haciendo que el valor del nombre hispano
tenga entre todos el mejor asiento,
un rey será de cuyo intento sano
grandes cosas me muestra el pensamiento;
será llamado, siendo suyo el mundo,
el segundo Felipe sin segundo.
Debajo de este imperio tan dichoso,
serán a una corona reducidos,
por bien universal y a tu reposo,
tus reinos, hasta entonces divididos.
El jirón lusitano, tan famoso,
que un tiempo se cortó de los vestidos
de la ilustre Castilla, ha de asirse
de nuevo, y a su antiguo ser venirse.
¡Qué envidia, qué temor, España amada,
te tendrán mil naciones extranjeras,
en quien tú reñirás tu aguda espada
y tenderás triunfando tus banderas.

                                                              Cervantes, La Numancia, Jornada I (fragmento)

Establecimientos 2

Confitería Gutiérrez, Mérida, 5.04.16
Fot.: Antonio Erena

miércoles, 13 de abril de 2016

Gastromanía 2

Francisco Pacheco, Baltasar del Alcázar
Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones
En Jaén, donde resido,
vive don Lope de Sosa,
y diréte, Inés, la cosa
más brava d’él que has oído.

Tenía este caballero
un criado portugués...
Pero cenemos, Inés,
si te parece, primero.

La mesa tenemos puesta;
lo que se ha de cenar, junto;
las tazas y el vino, a punto;
falta comenzar la fiesta.

Rebana pan. Bueno está.
La ensaladilla es del cielo;
y el salpicón, con su ajuelo,
¿no miras qué tufo da?

Comienza el vinillo nuevo
y échale la bendición:
yo tengo por devoción
de santiguar lo que bebo.

Franco fue, Inés, ese toque;
pero arrójame la bota;
vale un florín cada gota
d'este vinillo aloque.

¿De qué taberna se trajo?
Mas ya: de la del cantillo;
diez y seis vale el cuartillo;
no tiene vino más bajo.

Por Nuestro Señor, que es mina
la taberna de Alcocer:
grande consuelo es tener
la taberna por vecina.

Si es o no invención moderna,
vive Dios que no lo sé,
pero delicada fue
la invención de la taberna.

Porque allí llego sediento,
pido vino de lo nuevo,
mídenlo, dánmelo, bebo,
págolo y voyme contento.

Esto, Inés, ello se alaba;
no es menester alaballo;
sola una falta le hallo:
que con la priesa se acaba.

La ensalada y salpicón
hizo fin; ¿qué viene ahora?
La morcilla. ¡Oh, gran señora,
digna de veneración!

¡Qué oronda viene y qué bella!
¡Qué través y enjundias tiene!
Paréceme, Inés, que viene
para que demos en ella.

Pues, ¡sus!, encójase y entre,
que es algo estrecho el camino.
No eches agua, Inés, al vino,
no se escandalice el vientre.

Echa de lo trasaniejo,
porque con más gusto comas;
Dios te salve, que así tomas,
como sabia, mi consejo.

Mas di: ¿no adoras y precias
la morcilla ilustre y rica?
¡Cómo la traidora pica!
Tal debe tener especias.

¡Qué llena está de piñones!
Morcilla de cortesanos,
y asada por esas manos
hechas a cebar lechones.

¡Vive Dios, que se podía
poner al lado del Rey
puerco, Inés, a toda ley,
que hinche tripa vacía!

El corazón me revienta
de placer. No sé de ti
cómo te va. Yo, por mí,
sospecho que estás contenta.

Alegre estoy, vive Dios.
Mas oye un punto sutil:
¿No pusiste allí un candil?
¿Cómo remanecen dos?

Pero son preguntas viles;
ya sé lo que puede ser:
con este negro beber
se acrecientan los candiles.

Probemos lo del pichel.
¡Alto licor celestial!
No es el aloquillo tal,
ni tiene que ver con él.

¡Qué suavidad! ¡Qué clareza!
¡Qué rancio gusto y olor!
¡Qué paladar! ¡Qué color,
todo con tanta fineza!

Mas el queso sale a plaza,
la moradilla va entrando,
y ambos vienen preguntando
por el pichel y la taza.

Prueba el queso, que es extremo:
el de Pinto no le iguala;
pues la aceituna no es mala;
bien puede bogar su remo.

Pues haz, Inés, lo que sueles:
daca de la bota llena
seis tragos. Hecha es la cena;
levántense los manteles.

Ya que, Inés, hemos cenado
tan bien y con tanto gusto,
parece que será justo
volver al cuento pasado.

Pues sabrás, Inés hermana,
que el portugués cayó enfermo...
Las once dan; yo me duermo;
quédese para mañana.

                                                                       Baltasar del Alcázar, Una cena (La cena jocosa)       

viernes, 8 de abril de 2016

Año Cervantes 3

Antonio Joli, Vista de la calle de Atocha
Fundación Casa de Alba
«Adiós», dije a la humilde choza mía;
«adiós, Madrid; adiós tu Prado y fuentes,
que manan néctar, llueven ambrosía;
adiós, conversaciones suficientes
a entretener un pecho cuidadoso
y a dos mil desvalidos pretendientes;
adiós, sitio agradable y mentiroso,
do fueron dos gigantes abrasados
con el rayo de Júpiter fogoso;
adiós, teatros públicos, honrados
por la ignorancia que ensalzada veo
en cien mil disparates recitados;
adiós, de San Felipe el gran paseo,
donde si baja o sube el turco galgo,
como en gaceta de Venecia leo;
adiós, hambre sotil de algún hidalgo,
que por no verme ante tus puertas muerto,
hoy de mi patria y de mí mismo salgo».

                                                              Miguel de Cervantes, Viaje del Parnaso, Cap. Primero