jueves, 31 de mayo de 2018

Torquemadas

De izq. a der.: Alberto Closas, Amparo Soler Leal, Julia Gutiérrez Caba y José Luis López Vázquez
durante el rodaje de Usted puede ser un asesino, José María Forqué, 1961

miércoles, 30 de mayo de 2018

Flauta

Mirlo común macho (Turdus merula)
Fuente: Aves de Sierra Morena
Aves de Sierra Morena, página web

The nightingale has a lyre of gold,
The lark's is a clarion call,
And the blackbird plays but a boxwood flute,
But I love him best of all.
For his song is all of the joy of life,
And we in the mad, spring weather,
We too have listened till he sang
Our hearts and lips together.

El ruiseñor tiene una lira de oro,
la de la alondra es un toque de clarín,
y el mirlo toca nada más que una flauta de boj,
pero yo lo amo como al mejor de todos.
Toda la alegría de la vida es para su canción,
y nosotros, en el loco tiempo primaveral,
nosotros también escuchamos hasta que cantó,
nuestros corazones y labios juntos.

William Ernest Henley, The Blackbird (El mirlo)
trad. Antonio Erena

jueves, 24 de mayo de 2018

Excéntricos 17 - Perritos 23

Giuseppe Tomasi con su mujer y dos perros, 1940
Foto: Mondadori Portfolio
Don Fabrizio no se tomó la molestia de explicarlo; se sumió en sus pensamientos. ¿Dinero? Ciertamente que Concetta tendría una dote. Pero la fortuna de los Salina había de dividirse en siete partes, en partes no iguales, de las cuales las de las muchachas sería la mínima. ¿Y qué? Tancredi necesitaba algo más: de Maria Santa Pau, por ejemplo, con los cuatro feudos ya suyos y todos aquellos tíos sacerdotes y ahorrativos; de una de las chicas Sutera, tan feíllas, pero tan ricas. El amor. Evidentemente, el amor. Fuego y llamas durante un año, cenizas durante treinta. Él sabía lo que era el amor... Y Tancredi, ante quien las mujeres caerían como fruta madura...

De repente sintió frío. El agua que tenía en el cuerpo se evaporaba y la piel de los brazos estaba helada. Las puntas de los dedos se le arrugaban. ¡Y qué cantidad de penosas conversaciones en perspectiva! Había que evitar...

—Tengo que vestirme, padre. Le ruego que diga a Concetta que no estoy molesto, pero que volveremos a hablar de todo esto cuando estemos seguros de que no se trata sólo de fantasías de una muchacha romántica. Hasta ahora, padre.

Se levantó y pasó al cuarto-tocador. Desde la vecina iglesia parroquial llegaba lúgubre el tañido de campanas de un funeral. Alguien había muerto en Donnafugata, algún cuerpo fatigado que no había resistido el gran dolor del verano siciliano, que le habían faltado las fuerzas para esperar la lluvia.

«Dios lo haya perdonado —pensó el príncipe, mientras se pasaba la loción por las patillas—. Ahora se cisca en hijas, dotes y carreras políticas.» Esta efímera identificación con un difunto desconocido fue suficiente para calmarlo.

«Mientras hay muerte hay esperanza», pensó. Luego se encontró ridículo por haber llegado a tal estado de depresión por el hecho de que su hija quería casarse. «Ce sont leurs afaires, après tout», pensó en francés como hacía cuando sus meditaciones se empeñaban en ser desvergonzadas.

Sentóse en una butaca y se adormeció.

Giuseppe Tomasi, El gatopardoCapítulo Segundo, Conversación en el baño (fragmento)

miércoles, 23 de mayo de 2018

Establecimientos 11

Bar de copas Carajo, calle de la Ballesta, 15, Madrid,
donde vivió Rosalía de Castro de 1856 a 1858 cuando publicó su primera obra, La flor
Foto: Antonio Erena, 30.04.18
Las horas que soñé desparecieron,
cual la flor que un torrente arrebató;
y allá en la nada del no ser se hundieron...
¡Que mi espíritu aquí no las halló!...
Tal vez ellas también se arrepintieron
de brindarme el placer que me halagó:
Y huyeron, ¡ay!, a una región lejana
que dice sin cesar: ¡ya no hay mañana!...

Rosalía de Castro, estrofa de Fragmentos,
de su libro La flor.

lunes, 21 de mayo de 2018

Casas 10

Vista aérea del chalet de Pablo Iglesias e Irene Montero en La Navata, Galapagar
Fuente: El Confidencial
La casta de los descastados, Francisco Rosell

II. VITAE RUSTICAE LAUDES

«Beatus ille qui procul negotiis,
ut prisca gens mortalium,
paterna rura bubus exercet suis
solutus omni faenore.
Neque excitatur classico miles truci
neque horret iratum mare
forumque vitat et superba civium
potentiorum limina.
Ergo aut adulta vitium propagine
altas maritat populos
aut in reducta valle mugientium
prospectat errantis greges
inutilisque falce ramos amputans
feliciores inserit
aut pressa puris mella condit amphoris
aut tondet infirmas ovis.
Vel cum decorum mitibus pomis caput
Autumnus agris extulit,
ut gaudet insitiva decerpens pira
certantem et uvam purpurae,
qua muneretur te, Priape, et te, pater
Silvane, tutor finium.
Libet iacere modo sub antiqua ilice,
modo in tenaci gramine:
labuntur altis interim ripis aquae,
queruntur in Silvis aves
frondesque lymphis obstrepunt manantibus,
somnos quod invitet levis.
At cum tonantis annus hibernus Iovis
imbris nivisque comparat,
aut trudit acris hinc et hinc multa cane
apros in obstantis plagas
aut amite levi rara tendit retia
turdis edacibus dolos
pavidumque leporem et advenam laqueo gruem
iucunda captat praemia.
Quis non malarum quas amor curas habet
haec inter obliviscitur?
Quodsi pudica mulier in partem iuvet
domum atque dulcis liberos,
Sabina qualis aut perusta Solibus
pernicis uxor Apuli,
sacrum vetustis exstruat lignis focum
lassi Sub adventum viri
claudensque textis cratibus laetum pecus
distenta siccet ubera
et horna dulci vina promens dolio
dapes inemptas adparet:
non me Lucrina iuverint conchylia
magisve rhombus aut scari,
siquos Eois intonata fluctibus
hiems ad hoc vertat mare,
non Afra avis descendat in ventrem meum,
non attagen Ionicus
iucundior quam lecta de pinguissimis
oliva ramis arborum
aut herba lapathi prata amantis et gravi
malvae salubres corpori
vel agna festis caesa Terminalibus
vel haedus ereptus lupo.
Has inter epulas ut iuvat pastas ovis
videre properantis domum,
videre fessos vomerem inversum boves
collo trahentis languido
positosque vernas, ditis examen domus,
circum renidentis Laris.»
Haec ubi locutus faenerator Alfius,
iam futurus rusticus,
omnem redegit idibus pecuniam,
quaerit kalendis ponere.

II. ELOGIO DE LA VIDA CAMPESTRE

«Dichoso el que, alejado de los negocios, como los antiguos mortales, cultiva con los bueyes su heredad, enteramente libre de la usura; y no le despierta el terrible clarín, como al soldado, ni tiene horror al mar embravecido; rehuye el foro y los soberbios umbrales de los ciudadanos opulentos.
Ora entrelaza los altos álamos con el vigoroso renuevo de las vides, y podando los ramos inútiles injerta otros mejores; ora contempla desde lejos su rebaño de vacas disperso por el valle retirado, coloca en limpias ánforas la miel exprimida de los panales, o trasquila las tiernas ovejas de su ganado; y cuando el otoño muestra a los campos su frente adornada de sazonados frutos, ¡cómo goza cogiendo las peras que ha injertado y las uvas, que rivalizan con la púrpura, para ofrecértelas a ti, Príapo, y a ti, padre Silvano, protector de los campos!
Recréase descansando debajo de una vieja encina o sobre el tupido césped, mientras las aguas se deslizan por los profundos cauces, las aves cantan en las selvas y los arroyos con sus murmullos invitan al apacible sueño. Pero cuando en la estación hiemal Júpiter Tonante envía copiosas lluvias y nieves, acosa por todas partes con numerosa jauría a los feroces jabalíes hacia las mallas resistentes; suspende en la ligera horquilla las claras redes para engañar á los glotones tordos y coge en el lazo a la tímida liebre y a la extranjera grulla: agradable recompensa a sus fatigas.
¿Quién no se olvida con esto, de los cuidados que el amor encierra? Pues si una mujer honesta cuida de la casa y de sus tiernos hijos, cual la sabina o la esposa del ágil pullés, tostada por el sol; atiza el sagrado hogar de leña seca, poco antes de llegar su marido cansado; encierra en los setos el alegre rebaño; ordeña sus henchidas ubres y, sacando del rico tonel vino del año, prepara comidas no compradas, no me deleitarán más ni las ostras de Lucrino ni el rodaballo ni el mero, si una furiosa tempestad de Levante arroja algunos a este mar; ni el ave africana ni el francolín de la Jonia me sabrán mejor, al descender a mi vientre, que la aceituna cogida de las fértiles ramas de los árboles, la acedera de los prados, las malvas saludables al enfermo, la cordera degollada en las fiestas Terminales, o el cabrito arrancado a los dientes del lobo.
Y mientras como, ¡cuánto me alegra ver las ovejas apacentadas volver presurosas al redil, los cansados bueyes arrastrando con su lánguido cuello la reja del arado, y los esclavos, enjambre de una casa acomodada, alrededor de los resplandecientes lares!»
Así hablaba el usurero Alfio y, resuelto a ser rústico, recogió todo su dinero el día de los Idus y volvió a darlo a rédito el día de las Kalendas.

Horacio: Epodos, II, trad. Fernando Crusat

miércoles, 2 de mayo de 2018

Ayer y hoy 23

Leonardo Alenza, La muerte de Daoíz en el Parque de Artillería de Monteleón
Museo del Romanticismo, Madrid

Botellón en la plaza del Dos de Mayo, Madrid
Fuente: El País