Las aventuras de Tom Sawyer (The Adventures of Tom Sawyer), Norman Taurog, 1938 |
Llega un momento en la vida de todo muchacho
rectamente constituido en que siente un devorador deseo de ir a cualquier parte
y excavar en busca de tesoros. Un día, repentinamente, le entró a Tom ese
deseo. Se echó a la calle para buscar a Joe Harper, pero fracasó
en su empeño. Después trató de encontrar a Ben Rogers: se había ido
de pesca. Entonces se topó con Huck Finn, el de las Manos Rojas. Huck serviría
para el caso. Tom se lo llevó a un lugar apartado y le explicó el asunto
confidencialmente. Huck estaba presto. Huck estaba
siempre presto para echar una mano en cualquier empresa que ofreciese
entretenimiento sin exigir capital, pues tenía una abrumadora superabundancia
de esa clase de tiempo que no es oro.
-¿Qué?, ¿los hay por todos los lados?
-No, no los hay. Están escondidos en los sitios más
raros...: unas veces, en islas; otras, en cofres carcomidos, debajo de la punta
de una rama de un árbol muy viejo, justo donde su sombra cae a medianoche; pero
la mayor parte, en el suelo de casas encantadas.
-Pues los bandidos, por supuesto. ¿Quiénes creías que
iban a ser? ¿Superintendentes de escuelas dominicales?
-No sé. Si fuera mío el dinero no lo escondería. Me lo
gastaría para pasarlo en grande.
-Lo mismo haría yo, pero a los ladrones no les da por
ahí siempre lo esconden y allí lo dejan.
-¿Y no vuelven más a buscarlo?
-No; creen que van a volver, pero casi siempre se les
olvidan las señales o se mueren. De todos modos, allí se queda mucho tiempo, y
se pone roñoso; y después alguno se encuentra un papel amarillento donde dice
cómo se han de encontrar las señales..., un papel que hay que estar descifrando
casi una semana porque casi todo son signos y jeroglíficos.
-Jeroglíficos...: dibujos y cosas, ¿sabes?, que parece
que no quieren decir nada.
-¿Tienes tú algún papel de ésos, Tom?
-Pues, entonces, ¿cómo vas a encontrar las señales?
-No necesito señales. Siempre lo entierran debajo del
piso de casas de duendes, o en una isla, o debajo de un árbol seco que tenga
una rama que sobresalga. Bueno; pues ya hemos rebuscado un poco por la isla
de Jackson, y podemos hacer la prueba otra vez; y ahí tenemos aquella casa vieja
encantada junto al arroyo de la destilería, y la mar de árboles con ramas
secas..., ¡carretadas de ellos!
-Pues entonces, ¿cómo saber a cuál te has de tirar?
-Pues a todos ellos.
-¡Pero eso se lleva todo el verano!
-Bueno, ¿y qué más da? Suponte que te encuentras un
caldero de cobre con cien dólares dentro, todos enmohecidos, o un arca podrida
llena de diamantes ¿Y entonces?
A Huck le relampaguearon los ojos.
-Eso es cosa rica, ¡de primera! Que me den los cien
dólares y no necesito diamantes.
-Muy bien. Pero ten por cierto que yo no voy a tirar
los diamantes. Los hay que valen hasta veinte dólares cada uno. Casi no hay
ninguno, escasamente, que no valga cerca de un dólar.
-Ya lo creo; cualquiera te lo puede decir. ¿Nunca hasta
visto ninguno, Huck?
-Los reyes los tienen a espuertas.
-No conozco a ningún rey, Tom.
-Me figuro que no. Pero si tú fueras a Europa verías
manadas de ellos brincando por todas partes.
-¿Brincar?... ¡Eres un mastuerzo! ¡No!
-Y entonces ¿por qué lo dices?
-¡Narices! Quiero decir que los verías... sin brincar,
por supuesto; ¿para qué necesitan brincar? Lo que quiero que comprendas es que
los verías esparcidos por todas partes, ¿sabes?, así como si no fuera cosa especial.
Como aquel Ricardo el de la joroba.
-Ricardo... ¿cómo se llamaba de apellido?
-No tenía más nombre que ése. Los reyes no tienen más
que nombre de pila.
-Pues mira, si eso les gusta, Tom, bien está; pero yo
no quiero ser un rey y tener nada más que el nombre de pila, como si fuera un
negro. Pero dime: ¿dónde vamos a cavar primero?
-Pues no lo sé. Suponte que nos enredamos primero con
aquel árbol viejo que hay en la cuesta al otro lado del arroyo de la
destilería.
Así, pues, se agenciaron un pico inválido y una pala, y emprendieron su primera caminata de tres millas. Llegaron sofocados y jadeantes, y se tumbaron a la sombra de un olmo vecino, para descansar y fumarse una pipa.
Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer, Capítulo XXV (fragmento, Espasa-Calpe, S. A., Madrid)
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