Alex Kerr, Japón perdido (Lost Japan), Alpha Decay, 2017 |
Chiiori, casa rural de alquiler (página web)
Japón
se está convirtiendo en una nación de monumentos. La moda empezó allá por los
sesenta con la Torre Kioto y la Torre del Sol de la Expo de Osaka. En los
últimos años, se ha visto que toda ciudad y pueblo ha de tener un museo o un «pabellón
cultural de usos múltiples», aunque puede que no tengan nada importante que
exponer, o no se le dé demasiado uso a la sala. Se han gastado decenas de miles
de millones de dólares en esos monumentos de los cuales, según se dice, se
inauguran tres o cuatro cada semana. En mi propia ciudad, en Kameoka, se
construyó un pabellón cultural de usos múltiples a pesar de que la ciudad aún no
tenía ni tan siquiera tiene un hospital municipal.
«Una sala de usos múltiples es una sala sin uso alguno», dice Tamasaburo. Pero de hecho sí que tienen uno: aliviar la conciencia de los gobernantes de la ciudad, que sienten que deberían hacer algo, pero no saben el qué. «Perros y caballos» —la parte silenciosa e invisible del planeamiento urbano—, es decir, establecer regulaciones de zona, regular los letreros, enterrar cables telefónicos y restaurar los ecosistemas de lagos y ríos. Pero, en su lugar, se despilfarran sumas enormes en «demonios y cosas fascinantes»: museos y salas diseñadas por arquitectos famosos que no sirven para nada, pero que simbolizan cultura.
Alex Kerr, Japón perdido (Lost Japan), Alpha Decay, 2017, pp. 282-283.
No hay comentarios:
Publicar un comentario