Este es el embustero que a veces imita el ladrido del perro.
Este es el rey de la leña podrida y de los huesos de médula
atinada.
Esta es la madre de figura capciosa que mece imprecisa la
impudente alimaña.
Esta es la mujer de facciones morenas que cruza ligera las
colinas cansadas.
Son cadáveres dispuestos al alba en atroces posturas,
reptantes longitudes que todo lo envenenan, valles
asustados.
Padres convertidos en ogros de antro, septenarios ciegos,
parejas contrarias, visionarios pulcros en arte maduro,
reos aquejados de un rural siseo, cundió la costumbre de
negar el uso
de suaves nodrizas, ¡serpientes, no hijos! proclamó el
soldado,
taciturno hirsuto, mendigo de hierba que engrasa el ganado.
Núbiles obreras, de hábil maleficio, quemaron el lienzo,
vieron al enano que modela el barro, a Cruel, a Guisado,
a Sesenta Inviernos, a las Pestilencia –cuñadas enormes-
y a las Moribundo –primas elocuentes- forzar la sintaxis
que inclusivas hordas –amazonas bulbos-
vierten en el Húmedo. Pasmada montura,
nadar nunca pudo.
Francisco Ferrer Lerín, Furor
censal, de su libro Hiela sangre
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