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Aquí llegaban de su plática, y el
auditorio, que se componía, además del abad de Naya, del de Boán y del señorito
de Limioso, guardaba el silencio de la humillación y la derrota. De repente un
espantoso estruendo, formado por los más discordantes y fieros ruidos que
pueden desgarrar el tímpano humano, asordó la estancia. Sartenes rascadas con
tenedores y cucharas de hierro; tiestos de cocina tocados como címbalos;
cacerolas, dentro de las cuales se agitaba en vertiginoso remolino un molinillo
de batir chocolate; peroles de cobre en que tañían broncas campanadas fuertes
manos de almirez; latas atadas a un cordel y arrastradas por el suelo; trébedes
repicados con varillas de hierro, y, por cima de todo, la lúgubre y ronca voz
del cuerno, y la horrenda vociferación de muchas gargantas humanas, con esa
cavernosidad que comunica a la laringe el exceso de vino en el estómago.
Realmente acababan los bienaventurados músicos de agotar una redonda corambre,
que en la Casa
Consistorial les había brindado la munificencia del
secretario. Por entonces aún ignoraban los electores campesinos ciertos
refinamientos, y no sabían pedir del vino
que hierve y hace espuma, como algunos años después, contentándose con buen
tinto empecinado del Borde. Al través de las vidrieras de Barbacana penetraba,
junto con el sonido de los hórridos instrumentos y descompasada gritería, vaho
vinoso, el olor tabernario de aquella patulea, ebria de algo más que del
triunfo. El arcipreste se enderezaba los espejuelos; su rostro congestionado
revelaba inquietud. El cura de Boán fruncía el cano entrecejo. Don Eugenio se
inclinaba a echarlo todo a broma. El señorito de Limioso, resuelto y tranquilo,
se aproximó a la ventana, alzó un visillo y miró.
La cencerrada proseguía, implacable,
frenética, azotando y arañando el aire como una multitud de gatos en celo el
tejado donde pelean; súbitamente, de entre el alboroto grotesco se destacó un
clamor que en España siempre tiene mucho de trágico: un muera.
Emilia Pardo Bazán, Los
pazos de Ulloa, Tomo II, Capítulo XXVI (fragmento)
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