Pedro Roldán, Cristo de la Expiración (1680), iglesia de Santiago, Écija Foto: Antonio Erena, 05.03.24 |
Y levantándose por el aire, parecieron cohetes voladores, y los dichos alguaciles, capados de varas, pedían a los gorriones: «¡Favor a la justicia!», quedándose suspensos y atribuyendo la agilidad de los nuevos volatines a sueño, haciendo tan alta punta los dos halcones, salvando a Guadalcázar, del ilustre Marqués de este título, del claro apellido de los Córdobas, que dieron sobre el rollo de Écija, diciéndole el Cojuelo a don Cleofás:
-Mira qué gentil árbol berroqueño, que suele llevar hombres, como otros fruta.
-¿Qué columna tan grande es esta? -le preguntó don Cleofás.
-El celebrado rollo del mundo -le respondió el Cojuelo.
-Luego ¿esta ciudad es Écija? -le repitió don Cleofás.
-Esta es Écija, la más fértil población de Andalucía -dijo el Diablillo-, que tiene aquel sol por armas a la entrada de ese hermoso puente, cuyos ojos rasgados lloran a Genil, caudaloso río que tiene su solar en Sierra Nevada, y después, haciendo con el Darro maridaje de cristal, viene a calzar de plata estos hermosos edificios y tanto pueblo de abril y mayo. De aquí fue Garci Sánchez de Badajoz, aquel insigne poeta castellano; y en esta ciudad solamente se coge el algodón, semilla que en toda España no nace, además de otros veinticuatro frutos, sin sembrarlos, de que se vale para vender la gente necesitada; su comarca también es fertilísima. Montilla cae aquí a mano izquierda, habitación de los heroicos marqueses de Priego, Córdobas y Aguilares, de cuya gran casa salió, para honra de España, el que mereció llamarse Gran Capitán por antonomasia, y hoy a su Marqués ilustrísimo se le ha acrecentado la casa de Feria, por morir sin hijos aquel gran portento de Italia, que malogró la Fortuna, de envidia; cuyo gran sucesor, siendo mudo, ocupa a grandezas en silencio elocuente las lenguas de la Fama. Más abajo está Lucena, del Alcaide de los Donceles, Duque de Cardona, en cuyo océano de blasones se anegó la gran casa de Lerma. Luego, Cabra, celebrada por su sima, tan profunda como la antigüedad de sus dueños, pregona con las lenguas de sus almenas que es del ínclito Duque de Sesa y Soma, y que la vive hoy su entendido y bizarro heredero. Luego Osuna se ofrece a la demarcación de estos ilustres edificios, blasonando con tantos maestres Girones la altivez de sus duques; y veintidós leguas de aquí cae la hermosísima Granada, paraíso de Mahoma, que no en vano la defendieron tanto sus valientes africanos españoles, de cuya Alhambra y Alcazaba es alcaide el nobilísimo Marqués de Mondéjar, padre del generoso Conde de Tendilla, Mendozas del Ave María y credo de los caballeros. No nos olvidemos, de camino, de Guadix, ciudad antigua y celebrada por sus melones, y mucho más por el divino ingenio del doctor Mira de Mescua, hijo suyo y arcediano.
Cuando iba el Cojuelo refiriendo esto, llegaron a la Plaza Mayor de Écija, que es la más insigne de Andalucía, y junto a una fuente que tiene en medio de jaspe, con cuatro ninfas gigantas de alabastro derramando lanzas de cristal…
Luis Vélez de Guevara, El diablo cojuelo, Tranco VI (fragmento), ed. Rodríguez Marín, Madrid, La Lectura, 1918.
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