Vista aérea del chalet de Pablo Iglesias e Irene Montero en La Navata, Galapagar Fuente: El Confidencial |
II. VITAE RUSTICAE
LAUDES
«Beatus ille qui procul negotiis,
ut prisca gens
mortalium,
paterna rura bubus
exercet suis
solutus omni faenore.
Neque excitatur
classico miles truci
neque horret iratum
mare
forumque vitat et
superba civium
potentiorum limina.
Ergo aut adulta
vitium propagine
altas maritat populos
aut in reducta valle
mugientium
prospectat errantis
greges
inutilisque falce
ramos amputans
feliciores inserit
aut pressa puris
mella condit amphoris
aut tondet infirmas
ovis.
Vel cum decorum
mitibus pomis caput
Autumnus agris
extulit,
ut gaudet insitiva
decerpens pira
certantem et uvam
purpurae,
qua muneretur te,
Priape, et te, pater
Silvane, tutor
finium.
Libet iacere modo sub
antiqua ilice,
modo in tenaci
gramine:
labuntur altis
interim ripis aquae,
queruntur in Silvis
aves
frondesque lymphis
obstrepunt manantibus,
somnos quod invitet
levis.
At cum tonantis annus
hibernus Iovis
imbris nivisque
comparat,
aut trudit acris hinc
et hinc multa cane
apros in obstantis
plagas
aut amite levi rara
tendit retia
turdis edacibus dolos
pavidumque leporem et
advenam laqueo gruem
iucunda captat
praemia.
Quis non malarum quas
amor curas habet
haec inter
obliviscitur?
Quodsi pudica mulier
in partem iuvet
domum atque dulcis
liberos,
Sabina qualis aut
perusta Solibus
pernicis uxor Apuli,
sacrum vetustis
exstruat lignis focum
lassi Sub adventum
viri
claudensque textis
cratibus laetum pecus
distenta siccet ubera
et horna dulci vina
promens dolio
dapes inemptas
adparet:
non me Lucrina
iuverint conchylia
magisve rhombus aut scari,
siquos Eois intonata
fluctibus
hiems ad hoc vertat
mare,
non Afra avis
descendat in ventrem meum,
non attagen Ionicus
iucundior quam lecta
de pinguissimis
oliva ramis arborum
aut herba lapathi
prata amantis et gravi
malvae salubres
corpori
vel agna festis caesa
Terminalibus
vel haedus ereptus
lupo.
Has inter epulas ut
iuvat pastas ovis
videre properantis
domum,
videre fessos vomerem
inversum boves
collo trahentis
languido
positosque vernas,
ditis examen domus,
circum renidentis
Laris.»
Haec ubi locutus
faenerator Alfius,
iam futurus
rusticus,
omnem redegit idibus
pecuniam,
quaerit kalendis
ponere.
II. ELOGIO DE LA VIDA CAMPESTRE
«Dichoso el que, alejado de los
negocios, como los antiguos mortales, cultiva con los bueyes su heredad,
enteramente libre de la usura; y no le despierta el terrible clarín, como al
soldado, ni tiene horror al mar embravecido; rehuye el foro y los soberbios
umbrales de los ciudadanos opulentos.
Ora entrelaza
los altos álamos con el vigoroso renuevo de las vides, y podando los ramos
inútiles injerta otros mejores; ora contempla desde lejos su rebaño de vacas
disperso por el valle retirado, coloca en limpias ánforas la miel exprimida de
los panales, o trasquila las tiernas ovejas de su ganado; y cuando el otoño
muestra a los campos su frente adornada de sazonados frutos, ¡cómo goza
cogiendo las peras que ha injertado y las uvas, que rivalizan con la púrpura,
para ofrecértelas a ti, Príapo, y a ti, padre Silvano, protector de los campos!
Recréase
descansando debajo de una vieja encina o sobre el tupido césped, mientras las
aguas se deslizan por los profundos cauces, las aves cantan en las selvas y los
arroyos con sus murmullos invitan al apacible sueño. Pero cuando en la estación
hiemal Júpiter Tonante envía copiosas lluvias y nieves, acosa por todas partes
con numerosa jauría a los feroces jabalíes hacia las mallas resistentes;
suspende en la ligera horquilla las claras redes para engañar á los glotones
tordos y coge en el lazo a la tímida liebre y a la extranjera grulla: agradable
recompensa a sus fatigas.
¿Quién no se
olvida con esto, de los cuidados que el amor encierra? Pues si una mujer
honesta cuida de la casa y de sus tiernos hijos, cual la sabina o la esposa del
ágil pullés, tostada por el sol; atiza el sagrado hogar de leña seca, poco
antes de llegar su marido cansado; encierra en los setos el alegre rebaño;
ordeña sus henchidas ubres y, sacando del rico tonel vino del año, prepara
comidas no compradas, no me deleitarán más ni las ostras de Lucrino ni el
rodaballo ni el mero, si una furiosa tempestad de Levante arroja algunos a este
mar; ni el ave africana ni el francolín de la Jonia me sabrán mejor, al descender a mi vientre,
que la aceituna cogida de las fértiles ramas de los árboles, la acedera de los
prados, las malvas saludables al enfermo, la cordera degollada en las fiestas
Terminales, o el cabrito arrancado a los dientes del lobo.
Y mientras
como, ¡cuánto me alegra ver las ovejas apacentadas volver presurosas al redil,
los cansados bueyes arrastrando con su lánguido cuello la reja del arado, y los
esclavos, enjambre de una casa acomodada, alrededor de los resplandecientes
lares!»
Así hablaba el
usurero Alfio y, resuelto a ser rústico, recogió todo su dinero el día de los
Idus y volvió a darlo a rédito el día de las Kalendas.
Horacio: Epodos, II,
trad. Fernando Crusat
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