Cascada del río Cifuentes en Trillo Foto: José Joaquín Quesada, 25.09.22 |
Al llegar a Trillo el paisaje es
aún más feraz. La vegetación crece al apoyo del agua, y los árboles suben,
airosos como en Brihuega. Esta tierra, con agua, parece una tierra muy buena;
hasta se ve algún que otro castaño, de vez en cuando. A la entrada del pueblo
hay una casa muy arreglada, toda cubierta de flores; en ella vive, ya viejo y
retirado, cultivando sus rosales y sus claveles y trabajando su huerta, un
veterano alpinista que se llama Schmidt. Schmidt, que piensa construirse una
casa enfrente de la cascada del Cifuentes, poco antes de caer en el Tajo, fue
un montañero famoso; en la sierra de Guadalajara hay un camino que lleva su
nombre.
La cascada de[l] Cifuentes es una
hermosa cola de caballo, de unos quince o veinte metros de altura, de agua espumeante
y rugidora. Sus márgenes están rodeadas de pájaros que se pasan el día
silbando. El sitio para hacer una casa es muy bonito, incluso demasiado bonito.
El viajero busca un sitio para
pasar la noche, deja su equipaje y se va a dar una vuelta por el pueblo. Desde
el puente ve correr el Tajo, sucio, terroso, con las márgenes imprecisas. En
sus orillas, unos pescadores de caña con aire de campesinos o de muleros, con
traje de pana, faja negra y camisa con botón en el cuello, esperan
pacientemente a que pique alguna trucha. Poco más abajo, unas mujeres lavan la
ropa.
Sobre la cascada
canta el ruiseñor.
A orillas del Tajo
pesca el labrador.
En la tierna huerta
labra el pescador.
Granan los geranios
sobre albo verdor.
Los árboles tienen
aire de señor.
Desde Trillo huele
el mundo a otro olor.
Camilo
José Cela, Viaje a la Alcarria (fragmento),
Plaza & Janés, 2002, pp. 114-115.
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