Aguiluchos cenizos en Lendínez, Torredonjimeno, foto: Antonio Erena, 15.04.23 |
Tu
nombre suena
como los cuernos de caza
despertando las selvas vírgenes.
como los cuernos de caza
despertando las selvas vírgenes.
Y tu nariz aleteante,
triángulo de cera vibrátil,
es la avanzada
de tu beso joven.
Tu piel morena
rezuma
cantos bárbaros.
Pero tu mirada de aguilucho,
abridora simultánea
de siete caminos,
es latina.
Y tu voz
untada de la humedad del Plata,
ya es criolla.
Te curva las arterias
el agua del Rhin.
El tango
te desarticula
la voluntad.
Y el charleston
te esculpe
el cuerpo.
Tus manos.
heridas de intrincados caminos,
son la historia
de una raza
de amadores.
En tu labio
de sangre huyente
el grito de las walkirias
se estremece todavía.
Tu cuello es un pedúnculo
quebrado por tus sueños.
De tu pequeña cabeza
fina
emergen ciudades heroicas.
No he visto tu corazón:
debe abrirse
en largos pétalos
grises.
He visto tu alma:
lágrima
ensanchada en mar azul:
al evaporarse
el infinito se puebla
de lentas colinas malva.
Tus piernas
no son las columnas
del canto salomónico:
suavemente se arquean
bajo la cadena de hombres
que te precedió.
Tienes un deseo: morir.
Y una esperanza: no morir.
Alfonsina Storni, «Retrato de un muchacho que se llama Sigfrido», en Mundo de siete pozos (1935)
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