Aceitunas de cornezuelo de Jaén aliñadas, foto: Antonio Erena,18.10.23 |
ÁGUEDA, su mujer
MENCIGÜELA, su hija
ALOXA, vecino
TORUVIO.—¡Válgame Dios, la que cae desde el monte acá, que parece que el cielo se hunde! En fin, ¿qué tendrá preparado de comer mi señora esposa? ¡Así mala rabia la mate! (Llama a la puerta). ¡Eo! ¡Muchacha! ¡Manigüera!¡Pues no estarán durmiendo! ¡Águeda! ¡Eo!
MENCIGÜELA.—(Abre). ¡Jesús, padre! ¿Tenéis que romper la puerta?
TORUVIO.—¡Calla, calla! ¿Dónde está vuestra madre, señora?
MENCIGÜELA.—Allá está, en casa de la vecina, que le ha ido a ayudar a coser unas madejillas.
TORUVIO.—¡Malas madejillas
vengan por ella y por vos! ¡Andad y llamadla! (Sale la niña a buscarla).
ÁGUEDA.—(Vuelven). Ya está, ya está, el señor importante, ya viene de hacer una triste carguilla de leña, que no hay quien se entienda con él.
TORUVIO.—Sí… ¿Carguilla de leña le parece a la señora? Juro al cielo de Dios que éramos yo y vuestro ahijado y no podíamos.
ÁGUEDA.—Ya, ya, marido. ¡Y qué mojado que venís!
TORUVIO.—Vengo hecho una sopa de agua. Mujer, por vida vuestra, que me deis algo de cenar.
ÁGUEDA.—¿Yo qué diablos os tengo de dar, si no tengo nada?
MENCIGÜELA.—¡Jesús, padre, y qué mojada que venía aquella leña!
TORUVIO.—Sí, después dirá tu madre que es el rocío de la mañana…
ÁGUEDA.—Corre, muchacha; haz un par de huevos para que cene tu padre y hazle la cama. Estoy segura de que no os habéis acordado de plantar el renuevo de aceitunas que os pedí.
TORUVIO.—¿Y por qué he tardado tanto si no era porque lo estaba plantando?
ÁGUEDA.—Callad, marido. ¿Y adónde lo plantaste?
TORUVIO.—Allí junto a la higuera donde, si os acordáis, os di un beso.
MENCIGÜELA.—Padre, puede entrar a cenar, que ya está.
ÁGUEDA.—Marido, ¿sabéis qué he pensado? Que aquel renuevo de aceitunas que plantaste hoy, de aquí a seis o siete años, llevará 200 o 300 kilos de aceitunas. Y que, poniendo plantas aquí y plantas allá, de aquí a veinticinco o treinta años tenéis un olivar hecho y derecho.
TORUVIO.—Eso es verdad, mujer; que no puede dejar de ser lindo.
ÁGUEDA.—Mira, marido, ¿sabéis qué he pensado? Que yo cogeré la aceituna y vos la llevaréis con el asnillo y Mencigüela la venderá en la plaza. Y mira, muchacha, que te mando que no me cobres el celemín a menos de dos reales castellanos.
TORUVIO.—¿Cómo a dos reales castellanos? ¿No veis que es cargo de conciencia y nos llevará al que pesa el grano cada día? Que basta pedir catorce o quince dineros por celemín.
ÁGUEDA.—Callad, marido, que ese olivar es de la cepa de la casta de los de Córdoba.
TORUVIO.—Pues aunque sea de la casta de los de Córdoba, basta pedir lo que tengo dicho.
ÁGUEDA.—No me quebréis la cabeza. Mira, muchacha, que te mando que no las des menos el kilo de a dos reales.
TORUVIO.—¿Cómo a dos reales? Ven acá, muchacha, ¿a cómo has de pedir?
MENCIGÜELA.—A como queráis, padre.
TORUVIO.—A catorce o quince dineros.
MENCIGÜELA.—Así lo haré, padre.
ÁGUEDA.—¡¿Cómo «así lo haré, padre»?! Ven acá, muchacha: ¿a cómo has de pedir?
MENCIGÜELA.—A como mandéis, madre.
ÁGUEDA.—A dos reales.
TORUVIO.—¿Cómo a dos reales? Yo os prometo que, si no hacéis lo que yo os mando, os daré más de doscientos correazos. ¿A cómo has de pedir?
MENCIGÜELA.—A como decís vos, padre.
TORUVIO.—A catorce o quince dineros.
MENCIGÜELA.— Así lo haré, padre.
ÁGUEDA.—¡¿Cómo «así lo haré, padre»?! (Pegándole). Toma, toma, haced lo que yo os mando.
TORUVIO.—Dejad a la muchacha.
MENCIGÜELA.—¡Ay, madre! ¡Ay, padre, que me mata!
ALOXA.—¿Qué es esto, vecinos? ¿Por qué maltratáis así la muchacha?
ÁGUEDA.—¡Ay, señor! Este mal hombre que me quiere vender las cosas a menos precio y quiere echar a perder mi casa. ¡Unas aceitunas que son como nueces!
TORUVIO.—Yo juro por mis muertos que no son aun ni como piñones.
ÁGUEDA.—¡Sí son!
TORUVIO.—¡No son!
ÁGUEDA.—¡Sí son!
TORUVIO.—¡No son!
ALOXA.—Señora vecina, tened la bondad de entrar, que yo lo averiguaré todo.
ÁGUEDA.—¡Averiguadlo!
ALOXA.—Señor vecino, ¿dónde están las aceitunas? Sacadlas acá fuera, que yo las compraré, aunque sean veinte kilos.
TORUVIO.—Que no, señor, que no es de esa manera que vuestra merced se piensa; que no están las aceitunas aquí en casa, sino en el campo.
ALOXA.—Pues traedlas aquí, que yo os las compraré todas al precio que justo fuera.
MENCIGÜELA.—A dos reales quiere mi madre que se venda el kilo.
ALOXA.—Cara cosa es ésa.
TORUVIO.—¿No le parece a vuestra merced?
MENCIGÜELA.—Y mi padre a catorce o quince dineros.
ALOXA.—Tenga yo una muestra de ellas.
TORUVIO.—¡Válgame Dios, señor! Vuestra merced no me quiere entender... Hoy he yo plantado un renuevo de aceitunas y dice mi mujer que de aquí a seis o siete años llevará 200 o 300 kilos de aceituna y que ella la cogería y que yo la llevara y la muchacha la vendiese. Y que había de pedir a dos reales el kilo. Yo, que no; y ella, que sí. Y sobre esto ha sido la cuestión.
ALOXA.—¡Vaya discusión! Nunca lo había visto. ¡Las aceitunas no están plantadas y a la niña ya le encargaban que las vendiesen!
MENCIGÜELA.—¿Qué le parece, señor?
TORUVIO.—No llores, chica. Andad, hija, y ponedme la mesa, que yo os prometo comprar un vestido con las primeras aceitunas vendidas.
ALOXA.—Así me gusta, vecino; entraos allá y tened paz con vuestra mujer.
TORUVIO.—Adiós, señor.
ALOXA.—(Al público). ¡Qué cosas más raras vemos en esta vida! ¡Las aceitunas no están plantadas, y ya las hemos visto reñidas!
Lope de Rueda, Las aceitunas (1548, versión modernizada)
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