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La altiplanicie de los Campos de Hernán Pelea (o Perea) desde el puerto de la Losa (carretera de Santiago de la Espada a Huéscar), foto: Antonio Erena, 15.06.25 |
miércoles, 18 de junio de 2025
Brumas 12
miércoles, 11 de junio de 2025
Bailando 14
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Ramón Bayeu, Un baile junto a un puente del canal del Manzanares (1784), Museo del Prado |
lunes, 30 de diciembre de 2024
jueves, 21 de noviembre de 2024
Lecturas 21
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Vicente Blasco Ibáñez, Cañas y barro, ed. Prometeo, Valencia, 1902, fuente: Iberlibro |
Habían entrado en el lago, en la parte de la Albufera obstruida de carrizales e islas, donde había que navegar con cierto cuidado. El horizonte se ensanchaba. A un lado, la línea oscura y ondulada de los pinos de la Dehesa, que separa la Albufera del mar; la selva casi virgen, que se extiende leguas y leguas, donde pastan los toros feroces y viven en la sombra los grandes reptiles, que muy pocos ven, pero de los que se habla con terror durante las veladas. Al lado opuesto, la inmensa llanura de los arrozales perdiéndose en el horizonte por la parte de Sollana y Sueca, confundiéndose con las lejanas montañas. Al frente, los carrizales e isletas que ocultaban el lago libre, y por entre los cuales deslizábase la barca, hundiendo con la proa las plantas acuáticas, rozando su vela con las cañas que avanzaban de las orillas. Marañas de hierbas oscuras gelatinosas como viscosos tentáculos subían hasta la superficie, enredándose en la percha del barquero, y la vista sondeaba inútilmente la vegetación sombría e infecta, en cuyo seno pululaban las bestias del barro. Todos los ojos expresaban el mismo pensamiento: el que cayera allí, difícilmente saldría.
Vicente Blasco Ibáñez, Cañas y barro, ed. cit., p. 14.
lunes, 18 de noviembre de 2024
Entierro
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Juan Rodríguez Jaldón, El entierro (1941), Ayuntamiento de Carmona, foto: Jl FilpoC, Wikimedia Commons |
Era derecho, adquirido en vida por el cofrade difunto, que las insignias asistieran a su entierro. Estas insignias iban precediendo la procesión funeral hasta la iglesia parroquial.
Se había introducido, con el tiempo, una corruptela, y es que se alquilaban tales insignias aun cuando el difunto no había sido cofrade. La módica cantidad que se cobraba por este alquiler iba a ingresar los fondos de la cofradía para atender sus gastos específicos.
Las insignias cofradieras eran portadas en el entierro generalmente por ancianos necesitados o tarados físicamente, a los que se les gratificaba con cierta cantidad de dinero, mayor o menor, según fuera el entierro a la iglesia parroquial, al límite de la población —llamado «las cuatro esquinas»— o al cementerio. Esto en muy pocos casos.
Este desfile de
hombres ancianos o tarados, mal trajeados, portando estandartes o gallardetes,
era una cosa deplorable que ha sido saludablemente suprimida en estos últimos
años.
viernes, 18 de octubre de 2024
Aniversarios 68
miércoles, 16 de octubre de 2024
Lecturas 20
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Antonio Díaz-Cañabate, Historia de una taberna, Colección Austral, N.º 711, Espasa Calpe, Sexta edición, 1988 |
sábado, 21 de septiembre de 2024
Fotogramas 202
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El bosque animado, José Luis Cuerda, 1997 |
lunes, 24 de junio de 2024
Verano 2024 - Gastromanía 43
Horacio Lengo, Una moraga (1879), Museo del Patrimonio Municipal, Málaga |
lunes, 20 de mayo de 2024
Camino
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Salvador Viniegra, Romería del Rocío, Capitanía General de Sevilla, depósito del Museo del Prado, c. 1897 |
yo siempre fui con Triana.
Con Triana siempre fui,
desde niño siempre fui,
yo siempre fui con Triana
y al llegar al Ajolí
me bailo por sevillanas.
Porque al Rocío se va
con lirio y rosa temprana;
la Virgen te escuchará
si rezas por sevillanas.
Y a la luz de la mañana
ya estoy dentro del Rocío
y se escuchan las campanas;
dejadme aquí, dejadme aquí,
quiero morir con Triana.
El torero, el gitano y el marqués
siempre que van de romeros
son iguales en su Fe,
no los separa el dinero.
El Rocío es devoción
y buen humor a raudales,
y por voz del corazón
allí son todos iguales.
La mocita, la viudita y la casá
sacan al sol sus mantones
y en honor de la Hermandad
los cuelgan de los balcones.
Qué bonita viene y va
sobre su altar trianero,
mira, mira, mírala
Madre de los rocieros.
Al Rocío con Triana siempre fui,
yo siempre fui con Triana
y a caballo me lucí
con una guapa serrana.
Suenan palmas a compás,
palillos y panderetas
y es delirio y majestad
el paso de las carretas.
martes, 14 de mayo de 2024
Geometrías 4
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Placa en la plaza del teatro Infanta Leonor de Jaén con texto de Sinesio Delgado, foto: Antonio Erena, 09.05.24 |
que en el camino de Granada tuve
la dicha de encontrarme).
—Sí, señor, á Jaén: ¿quiere usted algo?
—Pues oigasté, compare;
en Jaén hay que ver, ni más ni menos,
que tres cosas notables:
la catedral, la cara é Jesucristo...
—¿Y qué más?
—Y el camino pa marcharse.
la impresión que tenía al apearme,
y sólo por quitármela de encima
cuando me vi en Jaén, me eché á la calle.
Será porque yo tengo
propensión muy marcada á equivocarme
ó porque llevo siempre la contraria
ó aprecio de otro modo los detalles,
el caso es que ¡lo juro
por la Virgen del Carmen!
me ha gustado Jaén, y no comprendo
que se vaya contento el que se marche.
La población no es cosa
del otro jueves ni del otro martes;
pero hay muchas peores
que no le ocurre despreciar á nadie.
¡Y es tan alegre aquello!
Hacia Mengíbar, el extenso valle
que ha trasformado el río
en fuente de riqueza incalculable,
y hacia Granada (¡la gentil Granada!)
sirviendo á la ciudad como baluarte
las montañas plomizas
que dora el sol al declinar la tarde,
¡el sol de Andalucía,
que es un sol con corona de brillantes!
Además, entre aquellos
viñedos y olivares
se conserva el genuino, el legendario,
el pintoresco traje
de la nación andaluza, que ha servido
para prestar a la nación carácter.
Los anchos pantalones de campana
que al llegar a la bota se entreabren,
el sombrero redondo
y la manta ceñida con donaire.
de nuestras catedrales,
obra de fines del pasado siglo,
merece visitarse.
El célebre lagarto, que conservan,
y que es un cocodrilo respetable,
según la tradición, era un demonio
que salió, no se sabe
de dónde ni por qué, tras una santa
y se dio á acometerla con coraje.
Buscó la perseguida
su amparo en una cruz para salvarse,
y ante el lábaro santo
reventó el animal en un instante.
Así me ha referido la leyenda
un andaluz que dice que la sabe,
y así la apunto bajo su palabra
sin meterme en dibujos ni detalles.
Junto á la catedral, á pocos pasos,
ocupando un perímetro muy grande,
he visto los cimientos de un palacio
que honrará la ciudad cuando se acabe.
Edificio soberbio, por las trazas,
que la Diputación va á regalarse,
aunque según me han dicho, no está ahora
el país para bromas de esa clase;
pero no es de extrañar,
porque lo mismo sucede en todas partes.
que es bueno y elegante
y que demuestra que en Jaén la vida
no es tan pesada como dijo el jaque.
entre nuestras leyendas populares
y de la cual procura
daros Cilla una idea con el lápiz,
un lienzo de pequeñas dimensiones
que representa la sagrada imagen,
encerrado en un marco
de rubíes, zafiros y brillantes;
en fin, un marco digno
de guardar esa joya inestimable.
Me han dicho que valdrá cinco millones
y, al verlo, se comprende que los vale.
En Jaén, por lo menos,
de su autenticidad no duda nadie,
pues es la misma que quedó en el paño
estampada con lágrimas y sangre.
La fe es la poesía;
creámoslo también, y Dios nos guarde.
lunes, 29 de abril de 2024
Primavera 6
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Salvador Viniegra, La bendición del campo en 1800 (c. 1887), Museo de Málaga, depósito del Museo del Prado |
jueves, 19 de octubre de 2023
Gastromanía 41
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Aceitunas de cornezuelo de Jaén aliñadas, foto: Antonio Erena,18.10.23 |
ÁGUEDA, su mujer
MENCIGÜELA, su hija
ALOXA, vecino
TORUVIO.—¡Válgame Dios, la que cae desde el monte acá, que parece que el cielo se hunde! En fin, ¿qué tendrá preparado de comer mi señora esposa? ¡Así mala rabia la mate! (Llama a la puerta). ¡Eo! ¡Muchacha! ¡Manigüera!¡Pues no estarán durmiendo! ¡Águeda! ¡Eo!
MENCIGÜELA.—(Abre). ¡Jesús, padre! ¿Tenéis que romper la puerta?
TORUVIO.—¡Calla, calla! ¿Dónde está vuestra madre, señora?
MENCIGÜELA.—Allá está, en casa de la vecina, que le ha ido a ayudar a coser unas madejillas.
TORUVIO.—¡Malas madejillas
vengan por ella y por vos! ¡Andad y llamadla! (Sale la niña a buscarla).
ÁGUEDA.—(Vuelven). Ya está, ya está, el señor importante, ya viene de hacer una triste carguilla de leña, que no hay quien se entienda con él.
TORUVIO.—Sí… ¿Carguilla de leña le parece a la señora? Juro al cielo de Dios que éramos yo y vuestro ahijado y no podíamos.
ÁGUEDA.—Ya, ya, marido. ¡Y qué mojado que venís!
TORUVIO.—Vengo hecho una sopa de agua. Mujer, por vida vuestra, que me deis algo de cenar.
ÁGUEDA.—¿Yo qué diablos os tengo de dar, si no tengo nada?
MENCIGÜELA.—¡Jesús, padre, y qué mojada que venía aquella leña!
TORUVIO.—Sí, después dirá tu madre que es el rocío de la mañana…
ÁGUEDA.—Corre, muchacha; haz un par de huevos para que cene tu padre y hazle la cama. Estoy segura de que no os habéis acordado de plantar el renuevo de aceitunas que os pedí.
TORUVIO.—¿Y por qué he tardado tanto si no era porque lo estaba plantando?
ÁGUEDA.—Callad, marido. ¿Y adónde lo plantaste?
TORUVIO.—Allí junto a la higuera donde, si os acordáis, os di un beso.
MENCIGÜELA.—Padre, puede entrar a cenar, que ya está.
ÁGUEDA.—Marido, ¿sabéis qué he pensado? Que aquel renuevo de aceitunas que plantaste hoy, de aquí a seis o siete años, llevará 200 o 300 kilos de aceitunas. Y que, poniendo plantas aquí y plantas allá, de aquí a veinticinco o treinta años tenéis un olivar hecho y derecho.
TORUVIO.—Eso es verdad, mujer; que no puede dejar de ser lindo.
ÁGUEDA.—Mira, marido, ¿sabéis qué he pensado? Que yo cogeré la aceituna y vos la llevaréis con el asnillo y Mencigüela la venderá en la plaza. Y mira, muchacha, que te mando que no me cobres el celemín a menos de dos reales castellanos.
TORUVIO.—¿Cómo a dos reales castellanos? ¿No veis que es cargo de conciencia y nos llevará al que pesa el grano cada día? Que basta pedir catorce o quince dineros por celemín.
ÁGUEDA.—Callad, marido, que ese olivar es de la cepa de la casta de los de Córdoba.
TORUVIO.—Pues aunque sea de la casta de los de Córdoba, basta pedir lo que tengo dicho.
ÁGUEDA.—No me quebréis la cabeza. Mira, muchacha, que te mando que no las des menos el kilo de a dos reales.
TORUVIO.—¿Cómo a dos reales? Ven acá, muchacha, ¿a cómo has de pedir?
MENCIGÜELA.—A como queráis, padre.
TORUVIO.—A catorce o quince dineros.
MENCIGÜELA.—Así lo haré, padre.
ÁGUEDA.—¡¿Cómo «así lo haré, padre»?! Ven acá, muchacha: ¿a cómo has de pedir?
MENCIGÜELA.—A como mandéis, madre.
ÁGUEDA.—A dos reales.
TORUVIO.—¿Cómo a dos reales? Yo os prometo que, si no hacéis lo que yo os mando, os daré más de doscientos correazos. ¿A cómo has de pedir?
MENCIGÜELA.—A como decís vos, padre.
TORUVIO.—A catorce o quince dineros.
MENCIGÜELA.— Así lo haré, padre.
ÁGUEDA.—¡¿Cómo «así lo haré, padre»?! (Pegándole). Toma, toma, haced lo que yo os mando.
TORUVIO.—Dejad a la muchacha.
MENCIGÜELA.—¡Ay, madre! ¡Ay, padre, que me mata!
ALOXA.—¿Qué es esto, vecinos? ¿Por qué maltratáis así la muchacha?
ÁGUEDA.—¡Ay, señor! Este mal hombre que me quiere vender las cosas a menos precio y quiere echar a perder mi casa. ¡Unas aceitunas que son como nueces!
TORUVIO.—Yo juro por mis muertos que no son aun ni como piñones.
ÁGUEDA.—¡Sí son!
TORUVIO.—¡No son!
ÁGUEDA.—¡Sí son!
TORUVIO.—¡No son!
ALOXA.—Señora vecina, tened la bondad de entrar, que yo lo averiguaré todo.
ÁGUEDA.—¡Averiguadlo!
ALOXA.—Señor vecino, ¿dónde están las aceitunas? Sacadlas acá fuera, que yo las compraré, aunque sean veinte kilos.
TORUVIO.—Que no, señor, que no es de esa manera que vuestra merced se piensa; que no están las aceitunas aquí en casa, sino en el campo.
ALOXA.—Pues traedlas aquí, que yo os las compraré todas al precio que justo fuera.
MENCIGÜELA.—A dos reales quiere mi madre que se venda el kilo.
ALOXA.—Cara cosa es ésa.
TORUVIO.—¿No le parece a vuestra merced?
MENCIGÜELA.—Y mi padre a catorce o quince dineros.
ALOXA.—Tenga yo una muestra de ellas.
TORUVIO.—¡Válgame Dios, señor! Vuestra merced no me quiere entender... Hoy he yo plantado un renuevo de aceitunas y dice mi mujer que de aquí a seis o siete años llevará 200 o 300 kilos de aceituna y que ella la cogería y que yo la llevara y la muchacha la vendiese. Y que había de pedir a dos reales el kilo. Yo, que no; y ella, que sí. Y sobre esto ha sido la cuestión.
ALOXA.—¡Vaya discusión! Nunca lo había visto. ¡Las aceitunas no están plantadas y a la niña ya le encargaban que las vendiesen!
MENCIGÜELA.—¿Qué le parece, señor?
TORUVIO.—No llores, chica. Andad, hija, y ponedme la mesa, que yo os prometo comprar un vestido con las primeras aceitunas vendidas.
ALOXA.—Así me gusta, vecino; entraos allá y tened paz con vuestra mujer.
TORUVIO.—Adiós, señor.
ALOXA.—(Al público). ¡Qué cosas más raras vemos en esta vida! ¡Las aceitunas no están plantadas, y ya las hemos visto reñidas!
Lope de Rueda, Las aceitunas (1548, versión modernizada)
martes, 18 de abril de 2023
Gastromanía 39
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Tortilla de espárragos silvestres, foto: Antonio Erena, 17.04.23 |
Tiene nuestra tierra su cocina propia y tradicional, que se sobrevive por la costumbre y por el paladar de las gentes de este Reino de Jaén, que se inclinan por determinados manjares, igual que otras provincias, comarcas o regiones poseen su culinario particular.
La costumbre pesa mucho sobre la gastronomía, así como los
productos que se crían en cada lugar, como pasa aquí con el aceite de oliva,
soporte especial de la mayoría de nuestras comidas.
Comidas muy distintas según las estaciones y los meses
sucesivos, o el bolsillo que las costea.
Platos de carne, de legumbres, de pescados, de verduras, de
frutas. Platos de entrada, principios, entremeses, postres. Platos propios del
desayuno, de los almuerzos, meriendas o cenas; de tentempiés o refrigerios.
Pues bien, entre tan variados guisos, minutas y repostería,
yo me voy a referir solamente a dos de ellos. Creo que son los más humildes,
carecen de fama y no figuran en los libros de cocina. Porque las verduras que
los componen no se siembran ni se cultivan, que son silvestres y no dan lugar a
polémicas por su propiedad.
El buen Dios nos las ofrece a todos de un modo natural, y no
hay más que cogerlas y aprovecharlas.
Me refiero, como ustedes habrán podido suponer, a las collejas y a los cardillos, de los que me voy a ocupar, haciendo de camino un desvío evocador a la desaparecidas cardilleras que los vendían.
* * *
…
Las malvas, las moretas, los zapaticos del Niño Jesús, las varitas de San José,
incluso los jaramagos, se han adelantado y son una verdadera delicia para los
soñadores y los amantes de la naturaleza. Y un tormento para las aceituneras
que tienen que rebuscar entre estas plantitas, que ocultan el fruto caído bajo
su fronda húmeda y tierna, cuajada de gotitas y a veces de invisibles ortigas
que escorian las manos.
José Antonio Muñoz Rojas, en su maravilloso libro Las cosas del campo, dedicó una página «a las yerbas ignoradas». Dámaso Alonso le decía al autor que había escrito, sencillamente, el libro de prosa más bello y más emocionante que él había leído desde que era hombre.
Es cierto. De las hierbas del campo, apenas sabemos su nombre, que suelen tenerlo, sobre todo por sus flores, nombres populares, encantadores, que solo sabían los labradores de antaño y hoy casi se han olvidado. Las florecillas silvestres son un prodigio de color y de forma. Benjamín Palencia estaba enamorado de ellas y las pintó con estremecida sensibilidad. En Jaén, otro pintor, Barrera Wolf, las ha llevado a un cuadro sensacional que él llama Andalucía. Y ha reproducido las flores de nuestros campos con una fidelidad y una gracia que bien merecían perpetuarse en un museo giennense…
* * *
… Las cardilleras, hoy en el olvido, estaban un poco desprestigiadas, por la rudeza de modales y su lenguaje arrabalero y desvergonzado.
—«Es una cardillera»,
se decía de cualquier hembra ordinaria, fragosa o procaz.
Pero a mí me resultaban simpáticas y sentía cierta admiración por aquellos manojos de espárragos trigueros, atados con un junco, o de cardillos lechales, blancos y tiernos, que ofrecían por casi nada…
Rafael Ortega y Sagrista, «Collejas y cardillos», Escenas y costumbres de Jaén, II, IEG, Jaén, 1988.
lunes, 16 de enero de 2023
Lumbre
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La lumbre de San Antón en la plaza de San Juan de Jaén, foto: Antonio Erena, 16.01.20 |
En todas las
huertas, cortijos, caserías y montes donde hay ganado u otros animales
domésticos, se encienden fogatas al anochecer en la víspera de San Antón para
que los libre de enfermedades y epidemias, y los haga más productivos. En San
Antón, la gallina pon, dice el refrán.
Esta
costumbre tradicional de las lumbres enlaza las pascuas de Navidad y Reyes con
la Candelaria, que hasta San Antón, pascuas son, según el dicho popular.
También,
dentro de la ciudad, en las plazuelas y en las encrucijadas de calles, ardían
en la noche del 16 de enero, las lumbres de San Antón. Sus altas lenguas de
fuego sobresalían por cima de los tejados. Las fachadas refulgían y los
cristales de las ventanas, como espejos incandescentes, saltaban hechos añicos
al calor de las hogueras. Nubes de chispas, de pavesas y cenizas sobrevolaban
la ciudad, invadida de humaredas, de resplandores del fuego y del olor a leña
quemada, a chamusquina.
Coincidían
las lumbres de San Antón con la corta en el olivar, y los muchachos traían del
campo cargas de ramón que al quemarse crepitaban con alegres chasquidos,
mezclados con el de los cohetes rateros o buscapiés, y el triquitraque y
sobresalto de los petardos que animaban la fiesta.
Lumbres de la Alcantarilla, del Rabalejo y San Juan; de la Magdalena y el Campillejo de Cambil; de la calle de los Romeros y de la plaza del Conde.
Y en torno a las lumbres, que atraían en la fría noche
de enero, o cerca de ellas, con los rostros encendidos por las llamaradas, o en
los patios de las casas antiguas y labradoras, la gente joven, jugando al corro
o a la rueda, se obsequiaban con calabaza batatera, rosetas y mosto.
Los melenchones de Jaén, desenfadados, picantes e ingenuos tenían su tiempo típico desde San Antón a los carnavales. Sus letras eran populares, improvisadas, del día, e iban con la moda. Lola Torres recogió hasta sesenta letras y su música, antes de que se perdiesen por el olvido y el desuso:
Rafael Ortega y Sagrista, «Las lumbres de San Antón», en Escenas y costumbres de Jaén, Tomo I, IEG, 1977, pp. 79-80.
jueves, 5 de enero de 2023
Santos Reyes
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José Castelaro, La Noche de Reyes en la Puerta del Sol, 1839, Museo de Historia de Madrid |
lunes, 18 de mayo de 2020
Pandemia 5
martes, 9 de julio de 2019
jueves, 16 de mayo de 2019
Cara y cruz
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Miguel Blay, Monumento a Ramón de Mesonero Romanos, Jardines del Arquitecto Ribera, Madrid Foto: Antonio Erena, 12.05.19 (vista anterior) |
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Miguel Blay, Monumento a Ramón de Mesonero Romanos, Jardines del Arquitecto Ribera, Madrid Foto: Antonio Erena, 12.05.19 (vista posterior) |
viernes, 3 de mayo de 2019
Invención
José Nogué, Cruz de mayo en Jaén, Museo de Jaén, foto: José Luis Martínez Ocaña |
van recorriendo las calles
de estos pueblos andaluces.
¡Qué detalles
y qué pintorescas cosas
ofrecen, en ocasiones,
las pequeñas procesiones,
tan graciosas!
amaron nuestros mayores,
adornados con papeles
de colores.
Andas de tamaño escaso
como juguetes caseros,
que llevan, marcando el paso,
seis anderos.
Un nene, que va delante,
blanco y rubio como el oro,
y repica, en un sonoro
redoblante.
Tres curicas, con bonete
de cartón
y otros cinco, o seis, o siete
que lucen, como roquete,
«El Heraldo» y «La Nación»
Dos monagos muy traviesos,
de la infancia dos delicias,
que parecen pedir besos
y caricias.
Otro mayor, que no en balde,
va detrás solemnemente,
y hace marchar a la gente,
y dice que es el alcalde.
Y otros de rubias guedejas,
y ojillos de viva luz,
que mostrando unas bandejas
nos piden para la Cruz...
por lo ingenuas! ¡Dulce rayo
del cielo! ¡Niños y rosas!
¡Cruz de Mayo!
Dios las puso entre la esencia
de flores y las bendijo.
¡Qué triste, al verlas, la ausencia
de mi hijo!
Infantiles ideales,
son, en los años primeros,
ser obispos, mariscales
y toreros.
Por eso las procesiones
infantiles, la partida
marcan de las vocaciones
de la vida.
¿De esa comparsa monísima
cuál, con santidad y ciencia,
llegará a ser Su Ilustrísima,
Su Eminencia?
¿Y cuál, en la vida oscura
que la paz del campo orea,
será el ignorado cura
de la aldea?