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| Eduardo Mendoza (Barcelona, 11.01.1943) llega al Hotel de la Reconquista de Oviedo, foto Iván Martínez,19.10.25 |
Majestades, Princesa, Alteza,
autoridades, miembros del jurado, familiares, amigos, señoras y señores.
Este premio ha sido para mí
una sorpresa, un honor, una alegría y también un incentivo, porque yo, si no me
miro al espejo, todavía me considero una joven promesa de la Narrativa
Española.
Lo último que se pierde no es
la esperanza, sino la vanidad.
Pero sé que no me han
premiado a mí, que no merezco gran cosa, sino a mi obra, y una obra es la suma
de muchos factores.
Tuve la suerte de nacer y
criarme rodeado de libros y de personas que me leyeron en voz alta, pusieron a
mi disposición una amplia biblioteca, me estimularon y me orientaron.
En el colegio recibí una
educación estricta, tediosa y opresiva. Tenazmente me inculcaron las virtudes
del trabajo, el ahorro y el decoro, gracias a lo cual salí vago, malgastador y
un poco golfo, tres cosas malas en sí, pero buenas para escribir novelas.
Crecí en Barcelona, una
ciudad de tamaño medio, cálida y soleada, tranquila laboriosa y conservadora,
cuna de santos infantiles y abuelos entrañables. También un ciudad portuaria,
viciosa y canalla. Yendo de la una a la otra y buceando en bibliotecas y
hemerotecas descubrí que Barcelona tenía además un interesante pasado
turbulento y criminal, del que me apropié para escribir mis novelas. Las
ciudades, como las novelas, son de todos y no son de nadie.
El resto lo debo a los
amigos, los maestros, las personas que me quieren, algunas aquí presentes: mi
mujer, mis hijos, mi familia, mis editores, mis agentes, tantos y tantas que
para nombrarlos no necesitaría tres o cuatro minutos, sino tres o cuatro horas.
Lo demás es mérito mío. Ya
está bien de modestia. Alguien me ha llamado proveedor de felicidad. Es el
mejor elogio que he recibido en mi vida y me gustaría que fuera cierto, aunque
sea en dosis homeopáticas. Pero si alguna felicidad he dado a mis lectores,
ellos me la han devuelto con creces con su lealtad, su complicidad y su cariño.
No soy optimista ni
pesimista, porque no sirvo para prever el futuro, pero no me gusta el mundo tal
como lo veo, quizá porque he tenido la suerte de vivir una larga etapa
excepcional de relativa paz, estabilidad y bienestar. A mi edad, preferiría
disfrutar de lo que hay y no andar quejándome de lo que falta, pero me temo que
no podrá ser.
Por lo demás, los años me han
hecho valorar sobre todas las cosas el respeto. Y si algo me han enseñado es
que todo es relativo. O quizá no.
Se me acaba el tiempo.
Hace ahora un año justo, en
este mismo lugar, mi amigo Juan Manuel Serrat acabó su intervención con una
hermosa canción. Como ustedes seguramente preferirán que yo no haga lo mismo,
sólo me queda expresar una vez más, sinceramente conmovido, mi gratitud.
Discurso de Eduardo Mendoza en la entrega de los Premios
Princesa de Asturias 2025, (Oviedo, 24.10.25)
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