Reñidero de gallos, Castro del Río, 1.05.16 Foto: Antonio Erena |
Comisiones andaluzas
A
principios de junio de 1587, se encuentra Cervantes en Sevilla, tras haberse
despedido de su mujer en circunstancias mal conocidas. Tal vez frustrado en sus
aspiraciones literarias, y poco dispuesto a dedicar el resto de su vida al
cuidado de los olivos y viñedos de su suegra, tal vez atraído por ocupaciones
más acordes con su deseo de independencia, aprovecha los preparativos de la
expedición naval contra Inglaterra, decretada por Felipe II, para conseguir un
empleo de comisario, encargado del suministro de trigo y aceite a la flota,
bajo las órdenes del comisario general Antonio de Guevara.
Proveído
con este cargo, recorre los caminos de Andalucía para proceder a las requisas
que le corresponde cumplir, muy mal recibidas por campesinos ricos y canónigos
prebendados, aun más reticentes después del desastre, en el verano de 1588, de la Armada Invencible.
Deseoso de conseguir un oficio en el Nuevo Mundo, presenta el 21 de mayo de
1590, acompañada con su hoja de servicios, una demanda al Presidente del
Consejo de Indias, destinada al Rey. En ella menciona, entre «los
tres o cuatro que al presente están vaccos», «la contaduría
del nuevo reyno de Granada», la «gobernación de la provincia de
Soconusco en Guatimala», el de «contador de las galeras de
Cartagena» y el de «corregidor de la ciudad de la Paz », concluyendo que «con qualquiera de estos officios que V. M. le haga merced, la
resçiuirá, porque es hombre auil y suffiçiente y benemérito para que V. M. le
haga merced». El 6 de junio, el doctor Núñez Morquecho, relator del Consejo,
inserta al margen del documento una negativa expresada en los siguientes
términos: «Busque por acá en que se le haga merced».
Mientras
tanto, a los procedimientos dilatorios que le oponen sus proveedores,
especialmente en Écija y Teba, a la excomunión fulminada contra él, a petición
de algún canónigo reacio, por el vicario general de Sevilla, al encarcelamiento
que le impone, en 1592, el corregidor de Castro del Río, por venta ilegal de
trigo, se suman las acusaciones de sus adversarios y los abusos de sus
ayudantes, hasta abril de 1594, momento en que se pone fin al complejo sistema
de comisiones iniciado siete años antes.
Por
cierto, como contrapartida de esta penosa experiencia, la fascinación que
ejerce Sevilla sobre Cervantes contribuye a explicar sus prolongadas estancias
a orillas del Guadalquivir, lejos de Esquivias y de su esposa: acumula de esta
forma un rico caudal de experiencias, aprovechado por él en la elaboración de
sus obras de ambiente sevillano, como la comedia de El Rufián
dichoso o, entre las Novelas Ejemplares, El Celoso
extremeño, Rinconete y Cortadillo y El coloquio de los perros.
Ahora bien, a falta de datos concretos, difícil se nos hace apreciar el proceso
que lo llevó de la experiencia viva a la creación literaria. Por lo que se
refiere a su actividad de escritor, los pocos indicios de que disponemos -si se
hace caso omiso de la historia del Cautivo, probablemente redactada hacia 1590
e incluida ulteriormente en la
Primera parte del Quijote- son alguna que otra poesía de
circunstancia y el contrato (a todas luces no cumplido), firmado en 1592 con
Rodrigo Osorio, autor de comedias, por el que se comprometía a componer seis
comedias«en los tiempos que pudiere».
Encarcelamiento
En
agosto de 1594 se ofrece a Miguel de Cervantes Saavedra, que ostenta desde hace
cuatro años un segundo apellido, tomado sin duda de uno de sus parientes
lejanos, una nueva comisión que lo lleva a recorrer el reino de Granada, con el
fin de recaudar dos millones y medio de maravedís de atrasos de cuentas. Al
cabo de sucesivas etapas en Guadix, Baza, Motril, Ronda y Vélez-Málaga,
marcadas por enojosas complicaciones, finaliza su gira y regresa a Sevilla. Es
entonces cuando la bancarrota del negociante Simón Freire, en cuya casa había
depositado las cantidades recaudadas, incita a su fiador, el sospechoso
Francisco Suárez Gasco, a pedir su comparecencia. Pero el juez Vallejo,
encargado de notificar esta orden al comisario, lo envía a la cárcel real de
Sevilla, cometiendo, por torpeza o por malicia, un auténtico abuso de poder.
Esta
cárcel que, durante varios meses, le dio ocasión de un trato prolongado con el
mundo variopinto del hampa, verdadera sociedad paralela con su jerarquía, sus
reglas y su jerga, parece ser, con mayor probabilidad que la de Castro del Río,
la misma donde se engendró el Quijote, si hemos de creer lo que nos dice
su autor en el prólogo a la
Primera parte: una cárcel «donde toda
incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación», y
en la cual bien pudo ver surgir, al menos, la idea primera del libro que ocho
años más tarde le valdría una tardía consagración.
No
conocemos la fecha exacta en que Cervantes recobró la libertad. Pero conservamos
la respuesta del rey a su demanda, por la que se conminaba a Vallejo soltar al
prisionero a fin de que se presentara en Madrid en un plazo de treinta días. No
se sabe si éste cumplió el mandamiento, pero al parecer, se despide
definitivamente de Sevilla en el verano de 1600, en el momento en que baja a
Andalucía la terrible peste negra que, un año antes, había diezmado Castilla.
Jean Canavaggio, Cervantes en su vivir (fragmento)
Jean Canavaggio, Cervantes en su vivir (fragmento)
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