Concha Jiménez (arriba, en el centro) y amigos, Huerta Beltrán, Torredonjimeno, verano 1967 Foto: José Liébana Ureña |
Uno no puede inventar una montaña gigantesca ni una
Estación Internacional como la de Canfranc y plantarla ahí y dotarla de leyenda
y de aventura, pero sí puede ayudar a multiplicar los sueños de un territorio y
atraer personajes, generar proyectos y contagiar entusiasmos. Y eso fue lo que
hizo la jienense afincada en Jaca Concha Jiménez. Logró que escritores, médicos
o diversos profesionales donasen una parte de sus bibliotecas a pueblos de la Jacetania y que José
Luis Sampedro (1917-2013), del que este año se cumple un siglo de su
nacimiento, hiciese de Jaca uno de sus paisajes más queridos.
Allí, a partir del año 2007, Sampedro pasó veranos,
temporadas, recibió a algunos pastores del Pirineo que querían que les firmase
sus libros, paseaba con Olga Lucas, su segunda mujer, a la que había conocido
en Alhama de Aragón: allí culminaba sus libros desde ‘El río que nos lleva’.
Si, como decía Félix Romeo casi todos los autores son aragoneses, Sampedro aún
lo es más: entre 1925 y 1926 vivió en Zaragoza, estudió en el colegio del
Salvador, y experimentó algunos de los temores que vivió Luis Buñuel, y por
entonces acudió con su padre, médico, apasionado de la cartografía y de los
instrumentos de púa, a Alhama. Ya convertido en funcionario de aduanas, fue
destinado a Santander y luego eligió Canfranc, con tan mala suerte que estalló la Guerra Civil.
Canfranc fue para él un destino aplazado, que visitó casi
60 años después para dar nombre a su biblioteca pública, algo en lo que también
intervino Concha Jiménez. El viernes, ahora ya transformado en palabra y
recuerdo de inmortalidad, Sampedro retornó por segunda vez a Canfranc. Olga
Lucas dijo que más que tolerante era un afable y un espíritu libre; el escritor
Ferrer Lerín recordó cuánto había impactado en su juventud ‘Congreso en
Estocolmo’ y aludió a su sentido del erotismo y a su educación; Lucía Pons.
Marcos Callau y Kike Ubieto, del Ateneo Jaqués, leyeron sus textos. Celia Casas
dirigió el Orfeón Jacetano. Y Concha Tovar, directora de Oroel Teatro, recordó
que el autor de ‘Real Sitio’ le pidió con ilusión que montase su ‘Balada del
agua’, que leyó en Zaragoza en la Exposición Internacional
de 2008.
Sampedro, defensor de los jóvenes y casi un gurú al final a
su pesar, dejó huella como si fuera uno de los grandes personajes de ficción
que “resultan más reales e influyen más en nosotros que muchos seres de carne y
hueso”.
Antón Castro, Sampedro de Aragón, Cuentos de Domingo
(publicado el domingo, 13 de agosto de 2017, en
el Heraldo de Aragón)
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