El verano en la ciudad es como una gran pausa de la que sólo disfrutamos quienes nos quedamos aquí. Medio Madrid sale huyendo de las aglomeraciones, de la prisa, del ruido y del humo, y no sabe toda esa gente que con su huida está creando el ansiado vacío, esa buscada paz que tampoco encontrarán en otro sitio, porque en ese otro sitio van a encontrarse otra vez los mismos. Claro que el turismo y todo eso que los periódicos llaman «población flotante», sigue entorpeciendo la buena marcha de la ciudad, pero, de todos modos, se crean en los cines, en las piscinas, en algunas calles, unos gratos e inesperados espacios vacíos adonde a uno le gusta quedarse largo rato, toda una mañana o toda una tarde, rascándose las imaginarias pulgas que siempre andan por el cuerpo subiendo y bajando, entrando y saliendo...
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