F. J. Parcerisa y otros, «Jaén», litografía en Recuerdos y Bellezas de España, Reino de Granada, Imprenta Repullés, Madrid, 1850 |
Jaén, calle Bernabé Soriano (La Carrera), foto: Agustín Garzón Martínez, en Jaén Foto a Foto, Pinterest |
Está
sentada Jaén en la falda de un cerro cuya cumbre ocupan las imponentes ruinas
de un castillo. Báñanla al oriente las claras aguas del Guadalbullon, y está
casi en derredor cercada de huertas y jardines, entre cuyos árboles y flores
descuella la oriental palmera. Montes elevados le prestan abrigo y sombra al
mediodía; y de ellos como de un fondo dispuesto por el arte se destacan
bellamente las torres de sus templos y las agujas de su catedral, suspendida al
parecer sobre los techos del contorno.
Sus calles son estrechas y tortuosas, pero producen un efecto agradable en el ánimo del viajero sus blancas paredes, sus hermosos balcones, cubiertos unos de pámpanos y yedra, recamados otros de madreselva, y adornados todos en los ángulos de sus barandillas con jarras de Andújar, cuya agua guardan del polvo paños orlados de en- cage, sus frescos y deliciosos patios alfombrados de vistosas plantas y animados por el murmullo de fuentes que brotan de esbeltas copas coronadas de flores. La soledad y el silencio que reinan en algunas calles contribuyen á hacer aun mas dulce la impresión de estas bellezas. Se recuerda involuntariamente la vida toda interior de los musulmanes, y hay momentos en que se llega á creer que está aun habitada la ciudad por Zaides y Zulemas.
No causan una sensación menos viva sus antiguos muros. Están ya medio derribados y confundidos entre casas humildes, que se sentaron en lo alto de sus adarves ó pasaron desdeñosamente sobre sus escombros; mas se levantan aun á trechos grandes lienzos ceñidos de torreones, y se fija con placer la vista en esos restos sombríos, adornados ya por los siglos de yerbas parásitas que agita con dulzura el viento. Levántanse todavía entre ellos puertas que vieron pasar á El Ahmar y á S. Fernando; y sobre sus arcos, ya ogivales como los del Portillo del Arroyo de S. Pedro, ya de herradura como los que tuvo la puerta de Granada y conserva la de Martos misteriosamente ocultos á la espalda de una torre; son tantos los hechos que en un momento puede amontonar la fantasía, que al contemplarlos apenas saben moverse fuera de sus curvas ni la memoria ni los ojos.
Desde estas puertas trepan las murallas por lo mas alto del cerro hasta enlazarse con las del castillo, defendido de oriente á mediodía por espantosos precipicios. Está ya hoy esta antigua fortaleza medio destruida, desmoronada su cerca, truncada la cabeza de sus cubos y torreones, sin techo sus cuarteles; mas descuellan sobre estas ruinas torres que parecen desafiar el furor de los siglos y las tempestades, y estas hablan todavía en alta voz de la importancia de la obra y de la grandeza de los héroes que la levantaron y defendieron contra las armas de los árabes. La torre del Homenage sobre todo es imponente. Levanta sobre las demas su corona de almenas; y enclavada en medio de las mas altas se presenta aun como la reina del alcázar. Encierra en su interior salas tristes y reducidas; pero hasta en ellas revela grandiosidad y fuerza. Son recios sus muros, bajas y robustas sus bóvedas por arista, grueso el pilar central en que descansan sus ogivas; y al visitarlas causa una sensación profunda hasta el silencio que las ocupa, hasta la mustia y escasa luz que entra por sus troneras, al parecer solo para aumentar el efecto de sus claros y sus sombras. Apenas se entra en estas salas es ya difícil detener el vuelo de la imaginación; pero mucho mas, cuando se pone el pié en la plataforma superior de la torre, donde se cree ver enarbolada la bandera de S. Fernando y oir á uno de los héroes de la edad media gritando de pechos sobre la barbacana: alzad el puente, cubrid de lanzas adarves y torreones, nadie abandone el muro sino con la vida. A vuestros piés están los abismos que han de ser la tumba de vuestros cuerpos antes que el sepulcro de vuestras honras, arrojad en lo profundo á vuestros enemigos.
Francisco Pi y
Margall. Recuerdos y bellezas de España,
Reino de Granada, Capítulo duodécimo. «Jaén, Baeza, Úbeda», Imp. Repullés, Madrid, 1850, p. 155-157.
Sus calles son estrechas y tortuosas, pero producen un efecto agradable en el ánimo del viajero sus blancas paredes, sus hermosos balcones, cubiertos unos de pámpanos y yedra, recamados otros de madreselva, y adornados todos en los ángulos de sus barandillas con jarras de Andújar, cuya agua guardan del polvo paños orlados de en- cage, sus frescos y deliciosos patios alfombrados de vistosas plantas y animados por el murmullo de fuentes que brotan de esbeltas copas coronadas de flores. La soledad y el silencio que reinan en algunas calles contribuyen á hacer aun mas dulce la impresión de estas bellezas. Se recuerda involuntariamente la vida toda interior de los musulmanes, y hay momentos en que se llega á creer que está aun habitada la ciudad por Zaides y Zulemas.
No causan una sensación menos viva sus antiguos muros. Están ya medio derribados y confundidos entre casas humildes, que se sentaron en lo alto de sus adarves ó pasaron desdeñosamente sobre sus escombros; mas se levantan aun á trechos grandes lienzos ceñidos de torreones, y se fija con placer la vista en esos restos sombríos, adornados ya por los siglos de yerbas parásitas que agita con dulzura el viento. Levántanse todavía entre ellos puertas que vieron pasar á El Ahmar y á S. Fernando; y sobre sus arcos, ya ogivales como los del Portillo del Arroyo de S. Pedro, ya de herradura como los que tuvo la puerta de Granada y conserva la de Martos misteriosamente ocultos á la espalda de una torre; son tantos los hechos que en un momento puede amontonar la fantasía, que al contemplarlos apenas saben moverse fuera de sus curvas ni la memoria ni los ojos.
Desde estas puertas trepan las murallas por lo mas alto del cerro hasta enlazarse con las del castillo, defendido de oriente á mediodía por espantosos precipicios. Está ya hoy esta antigua fortaleza medio destruida, desmoronada su cerca, truncada la cabeza de sus cubos y torreones, sin techo sus cuarteles; mas descuellan sobre estas ruinas torres que parecen desafiar el furor de los siglos y las tempestades, y estas hablan todavía en alta voz de la importancia de la obra y de la grandeza de los héroes que la levantaron y defendieron contra las armas de los árabes. La torre del Homenage sobre todo es imponente. Levanta sobre las demas su corona de almenas; y enclavada en medio de las mas altas se presenta aun como la reina del alcázar. Encierra en su interior salas tristes y reducidas; pero hasta en ellas revela grandiosidad y fuerza. Son recios sus muros, bajas y robustas sus bóvedas por arista, grueso el pilar central en que descansan sus ogivas; y al visitarlas causa una sensación profunda hasta el silencio que las ocupa, hasta la mustia y escasa luz que entra por sus troneras, al parecer solo para aumentar el efecto de sus claros y sus sombras. Apenas se entra en estas salas es ya difícil detener el vuelo de la imaginación; pero mucho mas, cuando se pone el pié en la plataforma superior de la torre, donde se cree ver enarbolada la bandera de S. Fernando y oir á uno de los héroes de la edad media gritando de pechos sobre la barbacana: alzad el puente, cubrid de lanzas adarves y torreones, nadie abandone el muro sino con la vida. A vuestros piés están los abismos que han de ser la tumba de vuestros cuerpos antes que el sepulcro de vuestras honras, arrojad en lo profundo á vuestros enemigos.
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