Luis Berenguer (Ferrol, 11.12.1923 - San Fernando, 14.09.1979), fuente: Cadena Ser |
Fotogramas 186 - Venatoria 5 (anterior entrada del blog)
Soy cazador como lo fue padre y
lo fue abuelo y toda mi sangre desde que se recuerda. La casta, con ser muy
principal, no lo es todo, pues hay quien sale a ella y quien no.
Mi hermano Pepe, que fue el que me crio, hijo de padre y madre como yo, salió más, un estilo, como la gente de madre. Tenía saberes y facultades, pero no llevaba la cacería en el cuerpo y la dejó en cuanto tuvo oportunidad. Cazaba, pero no era cazador. El que lo es vive de eso; el que no lo es, no. En todos los oficios los hay buenos y los hay malos. Hay herrador que, bestia que calza, bestia que deja coja, y hay herrador que calza la coja y la pone buena.
En todos los oficios pasa esto menos en el mío. Aquí, el que lo hace mal, o se busca otra cosa o se muere de hambre. Con ver mucho hechío de conejo, no se come conejo, ni con ver cabra o corzo en el monte se trinca cabra o corzo. Aquí, quien pierde la ocasión, pierde el día y no se enmienda.
El Clemente, el encargado de don Gumersindo, vino esta mañana, y al verme en el cuarto dijo de broma:
—El gandano está todavía en el cepo.
Para él, el gandano era yo. Lo decía por bromear con una poca mala leche, pero me dio igual, porque el que no cace de la misma forma que el gandano, ni es cazador ni es nada. El gandano caza con hambre y con miedo, por eso lo hace bien. Ni la puntería, ni la ropa, ni las buenas piernas, dan el sentido que hay que tener.
En el monte sólo viven los flacos, los que andan con el miedo metido por el culo. El ojo confiado no ve, ni la oreja escucha, y la nariz ventea. Al cazador lo amaña el miedo a volver de vacío que es la muerte, y el miedo a la guardería que es la cárcel. El miedo enseña lo mismo a taparse del guarda en un lentisco de a palmo, que a arrimarse a una cabra subida a las piedras. El miedo enseña a llevar la sombra en los riñones, a ser como una piedra en un limpio y un tronco de chaparro en el chaparral. A eso enseña el miedo, que el hambre enseña a todo lo demás.
Padre, que lo sabía todo y también sabía leer, decía que abuelo era mejor cazador que él porque no tenía libros en la cabeza. Eso decía padre que nunca dejó el monte y que mataba cochinos con los perros y un cuchillo, sin escopeta.
Por eso es tontera pensar que don Gumersindo o don Senén sean cazadores. ¿Dónde van sin uno, con toda su puntería, sus botellas de agua, su asiento y tantísima pamplina? De mí sé decir que nunca aprendí nada de nadie que llevara las uñas limpias. Pues, ¿y las cosas que ponen ellos en los libros? (…).
Soy cazador como soy moreno, como
la Sinta es bizca. Bueno o malo, es lo mío y apechugo con ello. Además, ¿qué
otra cosa podía ser yo? Se engancha el mulo al carro y tira. Yo soy un mulo
contento con su carro, y sé muy bien que, quitando el oficio de médico, que es
el que hay que respetar, los demás todos son peores que el mío.
Hay oficios macho y oficios hembra. Oficios que van dando: cazar, sembrar, curar; y oficios que van tomando: guardar, limpiar, divertir.
Para un tío que hace algo, hay cuatro que chupan. Porque yo cazo, hay guardas en la Zarza y hay guarda en Cabrahigo y en el Tarajal, hay civiles, hay juez. Porque Miguel hace pan, coge espárragos o amontona huevos y anea, hay un recovero, hay un puesto en la plaza, hay guardias civiles y hay juez. Porque Vitilo labra la tierra y siembra su grano, hay camionero, hay marchantes, hay tiendas de montañés, hay civiles y hay juez.
Hay oficio de médico, como don Celestino, que donde pone la mano la pone Dios; y hay oficio de ésos de los pleitos, como don Senén, que sin ellos nada se perdía, y donde ponen la mano todo se caga.
Así tendrá que ser porque así ha sido siempre, pero el que tiene oficio hembra que nunca quiera montarse en el que tiene oficio macho. Que un guarda, cuando cumpla con lo suyo, cumpla bien, busque al cazador que le ensucia el campo, pero que nunca olvide por quién come. Cariño le tengo yo al conejo que trinco y al que se me va, porque de él como.
Luis Berenguer, El
mundo de Juan Lobón, Algaida Editores, 2009, págs. 16-19.
Mi hermano Pepe, que fue el que me crio, hijo de padre y madre como yo, salió más, un estilo, como la gente de madre. Tenía saberes y facultades, pero no llevaba la cacería en el cuerpo y la dejó en cuanto tuvo oportunidad. Cazaba, pero no era cazador. El que lo es vive de eso; el que no lo es, no. En todos los oficios los hay buenos y los hay malos. Hay herrador que, bestia que calza, bestia que deja coja, y hay herrador que calza la coja y la pone buena.
En todos los oficios pasa esto menos en el mío. Aquí, el que lo hace mal, o se busca otra cosa o se muere de hambre. Con ver mucho hechío de conejo, no se come conejo, ni con ver cabra o corzo en el monte se trinca cabra o corzo. Aquí, quien pierde la ocasión, pierde el día y no se enmienda.
El Clemente, el encargado de don Gumersindo, vino esta mañana, y al verme en el cuarto dijo de broma:
—El gandano está todavía en el cepo.
Para él, el gandano era yo. Lo decía por bromear con una poca mala leche, pero me dio igual, porque el que no cace de la misma forma que el gandano, ni es cazador ni es nada. El gandano caza con hambre y con miedo, por eso lo hace bien. Ni la puntería, ni la ropa, ni las buenas piernas, dan el sentido que hay que tener.
En el monte sólo viven los flacos, los que andan con el miedo metido por el culo. El ojo confiado no ve, ni la oreja escucha, y la nariz ventea. Al cazador lo amaña el miedo a volver de vacío que es la muerte, y el miedo a la guardería que es la cárcel. El miedo enseña lo mismo a taparse del guarda en un lentisco de a palmo, que a arrimarse a una cabra subida a las piedras. El miedo enseña a llevar la sombra en los riñones, a ser como una piedra en un limpio y un tronco de chaparro en el chaparral. A eso enseña el miedo, que el hambre enseña a todo lo demás.
Padre, que lo sabía todo y también sabía leer, decía que abuelo era mejor cazador que él porque no tenía libros en la cabeza. Eso decía padre que nunca dejó el monte y que mataba cochinos con los perros y un cuchillo, sin escopeta.
Por eso es tontera pensar que don Gumersindo o don Senén sean cazadores. ¿Dónde van sin uno, con toda su puntería, sus botellas de agua, su asiento y tantísima pamplina? De mí sé decir que nunca aprendí nada de nadie que llevara las uñas limpias. Pues, ¿y las cosas que ponen ellos en los libros? (…).
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Hay oficios macho y oficios hembra. Oficios que van dando: cazar, sembrar, curar; y oficios que van tomando: guardar, limpiar, divertir.
Para un tío que hace algo, hay cuatro que chupan. Porque yo cazo, hay guardas en la Zarza y hay guarda en Cabrahigo y en el Tarajal, hay civiles, hay juez. Porque Miguel hace pan, coge espárragos o amontona huevos y anea, hay un recovero, hay un puesto en la plaza, hay guardias civiles y hay juez. Porque Vitilo labra la tierra y siembra su grano, hay camionero, hay marchantes, hay tiendas de montañés, hay civiles y hay juez.
Hay oficio de médico, como don Celestino, que donde pone la mano la pone Dios; y hay oficio de ésos de los pleitos, como don Senén, que sin ellos nada se perdía, y donde ponen la mano todo se caga.
Así tendrá que ser porque así ha sido siempre, pero el que tiene oficio hembra que nunca quiera montarse en el que tiene oficio macho. Que un guarda, cuando cumpla con lo suyo, cumpla bien, busque al cazador que le ensucia el campo, pero que nunca olvide por quién come. Cariño le tengo yo al conejo que trinco y al que se me va, porque de él como.
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