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El Papá Noel «más grande de España» instalado en la plaza de las Batallas de Jaén, fuente: Europa Press, 05.12.23 |
"Tranvía de Jaén: un parking caótico en las vías abandonadas tras una inversión pública de 120 millones", Ginés Donaire, El País, 07.10.23Nos encontramos en diciembre, el mes en que la ciudad se
enardece más y como de derecho en el desorden público; por todas partes se hace
ruido y grandes preparativos como si las Saturnales fuesen otra cosa que días
laborables. Existe sin embargo alguna diferencia, y paréceme que la señaló bien
el que dijo que diciembre duraba antes un mes y ahora dura todo el año. Si te
tuviese aquí, con mucho gusto convendría contigo lo que debemos hacer; si
habíamos de vivir como de ordinario, ó si, para no aparecer como enemigos de la
costumbre, dejaríamos la toga y nos regocijaríamos como los demás. Porque ahora
cambiamos de ropa en los días de diversión de la misma manera que se hacía
antes cuando la república se encontraba contristada y conmovida. Si te conozco
bien, obrarás como amigable componedor, que no quiere mostrarse en estos
momentos ni enteramente conforme ni enteramente contrario al vulgo; á no ser
quizá que debamos contenernos y privarnos de los placeres en la época en que
todo el mundo se lanza á ellos. Nunca puede conocer tan bien su firmeza el
espíritu como cuando nada encuentra que pueda arrastrarle ni inclinarle á la
disolución. Necesaria es en verdad mucha fortaleza para permanecer seco y
sobrio ante un pueblo ebrio y vomitando; así es que ha de tenerse grande
temperancia para hacer lo mismo que los demás, pero de manera más decorosa, sin
distinguirse ni ocultarse, ni mezclarse tampoco con toda clase de personas;
porque puede festejarse el día sin traspasar los justos límites. Por lo demás,
tanto deseo probar la firmeza de tu alma, que te aconsejo, según el precepto de
grandes personajes, dediques algunos días en los cuales, contento con poca y
malísima comida y miserablemente vestido, puedas decir: «¿Es esto lo que tanto
temía?» Conveniente es prepararse en la tranquilidad para las cosas más
desagradables, y durante los favores de la fortuna disponerse para sus
injurias. El soldado, durante la paz, se ejercita en la carrera, lanza el dardo
y se fatiga en trabajos inútiles para poder atender á lo necesario. Para no
estremecerse en la ocasión, es indispensable ejercitarse de antemano. Esto han
hecho muchas personas importantes, que se han sometido á la escasez y pobreza
voluntaria durante algunos días y aun meses, á fin de que nunca les
sorprendiera lo que con tanta frecuencia habían practicado. No creas que
pretendo obligarte solamente á que no comas bien, te alojes como los pobres y
adoptes las falsas abstinencias que los ricos han inventado para curar su
tedio; pretendo que no tengas mas que un jergón, un saco burdo y sórdido y duro
pan: hazlo así tres ó cuatro días y algunas veces más, con objeto de que no sea
esto un juego sino verdadera prueba. No puedes figurarte, querido Lucilio, cuan
contento estarás cuando veas que por dos óbolos quedas saciado y que no
necesitas los socorros de la fortuna, puesto que, á pesar de irritarse en
contra tuya, no puede privarte de lo necesario. Pero no te figures entonces que
has hecho algo extraordinario; porque no habrás realizado nada que muchos
millares de esclavos y muchos millares de pobres no hagan todos los días.
Solamente debes congratularte por haberlo hecho sin verte obligado á ello, y
siempre te será tan fácil soportar todo esto como ensayarlo algunas veces.
Ejercitémonos, pues, y para que la fortuna no nos coja de improviso, hagámonos
familiar la pobreza. Seremos ricos con menos temor cuando sepamos que no es mal
tan grande ser pobre. Epicuro, aquel gran maestro de la voluptuosidad, tenía
días en que no se alimentaba más que á medias, para ver si esto podía disminuir
la grande y perfecta voluptuosidad que buscaba, para apreciar cuánto disminuía
y si merecía aquello atormentarse mucho: así lo dice en aquellas Epístolas que
escribió á Polyceno, siendo magistrado Carino. En estas epístolas se alaba «de
alimentarse con menos de un as, y que Metrodoro, que aun no era tan sobrio, lo
gastaba entero.» ¿Podrás creer que con tales comidas puede satisfacerse el
apetito? Pues existe en ellas hasta voluptuosidad; no aquella voluptuosidad
ligera y fugaz que necesita se la mantenga, sino satisfacción sólida y
asegurada. No es cosa agradable beber agua y comer polenta ó pan de cebada;
pero satisfacción suma es contentarse con él y haberse reducido á cosas que la
fortuna más adversa no puede arrebatar. A los criminales destinados al último
suplicio se les alimenta mejor y con más esplendidez en la prisión. Pero
¡cuánta grandeza de alma existe en abrazar voluntariamente lo que ni siquiera
se soportaría estando reducidos á la más desgraciada extremidad! Esto es
embotar los dardos de la fortuna. Empieza, pues, querido Lucilio, á seguir tan
laudable costumbre, y elige algunos días para retirarte y familiarizarte con la
indigencia; empieza á tener comercio con la pobreza.
«Atrévete á despreciar las riquezas para ser digno de
Dios.»
Solamente es digno de Dios el que
desprecia las riquezas. No te prohíbo que las poseas, pero quiero que las
poseas sin inquietud; lo cual conseguirás si te persuades de que no dejarás de
vivir dichoso sin ellas y si las consideras siempre como próximas á perderse.
Pero ya es tiempo de terminar.
—Primero paga lo que debes —dirás tú. Te remitiré á Epicuro, y él será quien
pague. «El exceso de la cólera engendra la locura.» Debes saber cuan verdadera
es esta sentencia, puesto que tienes criados y enemigos. Porque esta pasión,
que así procede del amor como del odio, se exacerba contra toda clase de
personas, lo mismo en medio de las diversiones que de las ocupaciones graves,
por esta razón no debe atenderse tanto á la importancia de la causa que la
produce como á la disposición del espíritu que la experimenta; de la misma
manera que importa poco que el fuego sea grande, y sí mucho la materia sobre
que cae, porque existen cosas tan sólidas que son impenetrables al fuego más
activo, y otras, por el contrario, son tan inflamables, que basta una chispa
para levantar inmensa hoguera. Así te digo, querido Lucilio, que el término de
la cólera excesiva es el furor; es, pues, indispensable evitarla, no solamente
atendiendo á la moderación, sino también para conservar la mente sana. Adiós.
Séneca, «Epístola XVIII. De los regocijos del sabio», Epístolas morales, trad. Francisco
Navarro y Calvo, Luis Navarro, editor, Madrid, 1884, págs. 50-54.
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