lunes, 8 de abril de 2024

Brumas 10

La Peña de Martos desde Casa Fuerte, Torredelcampo, foto: Antonio Erena, 05.04.24
Misil, anterior entrada del blog

Capítulo XI

De la muerte de don Fernando el Cuarto, rey de Castilla.

Todo el orbe cristiano estaba alterado con el desastre y caída de los templarios. Los culpados fueron castigados, los que no tenían culpa quedaron libres, y por decreto de los prelados de Viena se les señalaron pensiones en cada un año de las rentas de los mismos conventos, con que pudiesen pasar su vida; solamente les quitaron el hábito y insignia de aquella orden. […] El infante don Pedro, hermano del rey, nombrado por general contra los moros, llegada la primavera del año de 1312, aprestado su ejército, fue sobre Alcaudete, que, como dijimos arriba, se perdió y le tomaron los moros. El rey fue en pos dél hasta Martos. Allí sucedió una cosa muy notable. Por su mandado dos hermanos Carvajales, Pedro y Juan, fueron presos. Achacábanles la muerte de un caballero de la casa de los Benavides, que mataron en Palencia al salir del palacio real. No se podía averiguar quién fuese el matador; por indicios muchos fueron maltratados. En particular estos caballeros, oído su descargo, fueron condenados de haber cometido aquel crimen contra la majestad, sin ser convencidos en juicio ni confesar ellos el delito; cosa muy peligrosa en semejantes casos. Mandáronlos despeñar de un peñasco que allí hay, sin que ninguno fuese parte para aplacar al rey, por ser intratable cuando se enojaba y no saber refrenarse en la saña. Los cortesanos, por saber muy bien ésta su condición, se aprovechaban della a propósito de malsinar y derribar a los que se les antojaba. Al tiempo que los llevaban a justiciar, a voces se quejaban de que morían injustamente y a gran tuerto; ponían a Dios por testigo, al cielo y a todo el mundo; decían que pues las orejas del rey estaban sordas a sus quejas y descargos, que ellos apelaban para delante el divino tribunal, y citaban al rey para que en él pareciese dentro de treinta días. Estas palabras, que al principio fueran tenidas por vanas, por un notable suceso, que por ventura fue acaso[1], hicieron después reparar y pensar diferentemente. El rey, muy descuidado de lo hecho, se partió para Alcaudete, donde su ejército alojaba; allí le sobrevino una enfermedad tan grande, que fue forzado dar la vuelta a Jaén, bien que los moros movían prática de entregar la villa[2]. Aumentábase el mal de cada día y agravábase la dolencia de suerte, que el rey no podía por sí negociar. Todavía alegre por la nueva que le vino que la villa era tomada, revolvía en su pensamiento nuevas conquistas, cuando un jueves, que se contaron 7 días del mes de setiembre, como después de comer se retirase a dormir, a cabo de rato le hallaron muerto. Falleció en la flor de su edad, que era de veinte y cuatro años y nueve meses, en sazón que sus negocios se encaminaban prósperamente. Tuvo el reino por espacio de diez y siete años, cuatro meses y diez y nueve días, y fue el cuarto de su nombre. Entendióse que su poco orden en el comer y beber le acarrearon la muerte; otros decían que era castigo de Dios, porque desde el día que fue citado hasta la hora de su muerte, cosa maravillosa y extraordinaria, se contaban precisamente treinta días. Por esto entre los reyes de Castilla fue llamado don Fernando el Emplazado. Su cuerpo depositaron en Córdoba, porque a causa de los calores, que todavía duraban, no pudo ser llevado a Sevilla ni a Toledo do tenían los enterramientos reales. Acrecentose la fama y opinión susodicha, concebida en los ánimos del vulgo, por la muerte de dos grandes príncipes, que por semejante razón fallecieron en los dos años próximos siguientes; esto fueron Filipo, rey de Francia, y el papa Clemente[3], ambos citados por los templarios para delante el divino tribunal al tiempo que con fuego y todo género de tormentos los mandaban castigar y perseguían toda aquella religión. Tal era la fama que corría, si verdadera si falsa no se sabe; más es de creer que fuese falsa; lo que sucedió el rey don Fernando nadie pone duda.

Padre Juan de Mariana, Historia General de España, Libro Decimoquinto, Capítulo XI (fragmento), en Biblioteca de Autores Españoles, Obras del Padre Juan de Mariana, Tomo I, Rivadeneyra, Madrid, 1854, págs. 444 y 445 (actualización y notas: Antonio Erena).


[1] Que quizás sucediera por casualidad.

[2] Plática.

[3] Felipe IV el Hermoso y Clemente V.

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