La Selección Española de Fútbol hace piña antes de comenzar la final de la Eurocopa 2024, fuente: Reuters |
Qué
impresión produce una pelota suelta en el área, libre, sin nadie a veinte
centímetros y con el portero lejos de su alcance. Qué poco dura ese momento, la
víspera de un Big Bang: todo lo que uno quiere en la vida durante 90 minutos,
ahí delante para hacerlo estallar. Fue lo que hizo Nico Williams irrumpiendo
como un avión sin alas y con fuselaje por fuera, a velocidad infernal. Ni la
controló: le pegó un zambombazo por tierra con la zurda y le metió una granada
de mano al partido. Era el primer disparo a portería de España en la final,
nada más empezar la segunda parte, y al gol le siguieron minutos preciosos,
bellos, poco efectivos: chisporroteos que dejaron aire en los pulmones a
Inglaterra, e Inglaterra lo hizo pagar caro. Sufrida selección la inglesa, por
cierto: desactivó el mejor fútbol de la Eurocopa en la primera parte y se puso
a morder vendas y tapar hemorragias hasta empatar el partido Cole Palmer en las
narices a España en su única ocasión clara de la segunda parte.
Es divertido
el fútbol cuando acaba así. Por eso el fútbol español en competiciones
internacionales de clubes y selecciones es tan divertido: porque siempre acaba
así. Se llega a una final y se gana. Los bajísimos umbrales de frustración
futbolística de las generaciones jóvenes pueden acabar haciendo destrozos en el
futuro. Están creciendo millones de chavales creyendo que las semifinales son
la verdadera final, y nada les desmiente.
España e
Inglaterra se asomaban a la prórroga con la brecha generacional latiendo: unos
mirando de reojo por si salía al campo Tasotti o Al Ghandour, otros pidiendo
cerveza fría y haciendo apuestas sobre quién marcaría el gol de la victoria.
Ganaron los muchachos. Marcó en el último minuto Oyarzabal, que tuvo un mérito
terrible en el remate pero aún más, si cabe, en el melonazo que le llegó de
rebote y amansó al primer toque para Cucurella, que ejecutó un centro tenso,
violento, al lugar al que solo llegan los que más fe tienen: no la tuvo
Inglaterra y sí Oyarzabal, con más piernas. Dejó a Pickford despanzurrado en el
suelo e hizo estallar plazas y ventanales en España, que jugó su primer partido
en Berlín a la sombra de Francia, Alemania e Inglaterra, las tres favoritas del
torneo, y la selección de Luis de la Fuente las descosió a las tres, partido a
partido, con un juego exquisito ejecutado por una generación imberbe que hace
en el campo con las piernas lo que hace con las manos en la Play.
Manuel Jabois, «Ganaron los muchachos», El País, 14.07.24
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