Juan Rodríguez Jaldón, El entierro (1941), Ayuntamiento de Carmona, foto: Jl FilpoC, Wikimedia Commons |
Era derecho, adquirido en vida por el cofrade difunto, que las insignias asistieran a su entierro. Estas insignias iban precediendo la procesión funeral hasta la iglesia parroquial.
Se había introducido, con el tiempo, una corruptela, y es que se alquilaban tales insignias aun cuando el difunto no había sido cofrade. La módica cantidad que se cobraba por este alquiler iba a ingresar los fondos de la cofradía para atender sus gastos específicos.
Las insignias cofradieras eran portadas en el entierro generalmente por ancianos necesitados o tarados físicamente, a los que se les gratificaba con cierta cantidad de dinero, mayor o menor, según fuera el entierro a la iglesia parroquial, al límite de la población —llamado «las cuatro esquinas»— o al cementerio. Esto en muy pocos casos.
Este desfile de
hombres ancianos o tarados, mal trajeados, portando estandartes o gallardetes,
era una cosa deplorable que ha sido saludablemente suprimida en estos últimos
años.
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