Pedro Rodríguez de la Torre, ¿Alcanzará?, Museo de Jaén |
En Jaén es
donde he visto más trajes nacionales y pintorescos: los hombres, en su mayoría,
llevan calzones de pana azul, adornados con botones de filigrana de plata, y
polainas de Ronda, historiadas con mil calados, agujetas y arabescos, de un
cuero más obscuro. La suprema elegancia consiste en no abrocharse más que los
botones de arriba y los de abajo, de modo que se vea la pantorrilla. Completan
el atavío, que se parece mucho al de los antiguos bandidos italianos, anchas
fajas de seda roja o amarilla, una chaquetilla de paño con alamares, un manta
azul o café y un sombrero puntiagudo de anchas alas, adornado de terciopelo y
madroños de seda. Otros llevaban lo que se llama vestido de cazador, todo de
piel de gamo color avellana y pana verde.
Algunas
mujeres del pueblo llevaban capas coloradas, salpicadas con lentejuelas
escarlata, que eran una nota viva entre la multitud. El traje extraño, el cutis
tostado, los ojos brillantes, la energía de las fisonomías, la actitud
impasible y calmosa de aquellos majos —más numerosos allí que en ninguna otra
parte—, dan a la población de Jaén un aspecto más africano que europeo; ilusión
a la que contribuye el clima abrasador, la blancura deslumbradora de las casas
—todas ellas enjalbegadas con cal, a la moda árabe—, el tono leonado de la
tierra y el azul inalterable del cielo. En España hay un dicho sobre Jaén:
"Ciudad fea, mala gente", que ningún pintor encontrará justo. Allí
como aquí, para la mayoría de las personas, una ciudad bonita es una ciudad
tirada a cordel, provista de un buen número de reverberos y de burgueses.
Teófilo Gautier, Viaje por España, Tomo II, Capítulo XI (fragmento), Colección Universal, 1920, trad. Enrique de Mesa.
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