Riki Blanco, viñeta en El País, 28.03.24 |
domingo, 31 de marzo de 2024
miércoles, 27 de marzo de 2024
Miércoles Santo 2024
Pedro Roldán, Cristo de la Expiración (1680), iglesia de Santiago, Écija Foto: Antonio Erena, 05.03.24 |
Y levantándose por el aire, parecieron cohetes voladores, y los dichos alguaciles, capados de varas, pedían a los gorriones: «¡Favor a la justicia!», quedándose suspensos y atribuyendo la agilidad de los nuevos volatines a sueño, haciendo tan alta punta los dos halcones, salvando a Guadalcázar, del ilustre Marqués de este título, del claro apellido de los Córdobas, que dieron sobre el rollo de Écija, diciéndole el Cojuelo a don Cleofás:
-Mira qué gentil árbol berroqueño, que suele llevar hombres, como otros fruta.
-¿Qué columna tan grande es esta? -le preguntó don Cleofás.
-El celebrado rollo del mundo -le respondió el Cojuelo.
-Luego ¿esta ciudad es Écija? -le repitió don Cleofás.
-Esta es Écija, la más fértil población de Andalucía -dijo el Diablillo-, que tiene aquel sol por armas a la entrada de ese hermoso puente, cuyos ojos rasgados lloran a Genil, caudaloso río que tiene su solar en Sierra Nevada, y después, haciendo con el Darro maridaje de cristal, viene a calzar de plata estos hermosos edificios y tanto pueblo de abril y mayo. De aquí fue Garci Sánchez de Badajoz, aquel insigne poeta castellano; y en esta ciudad solamente se coge el algodón, semilla que en toda España no nace, además de otros veinticuatro frutos, sin sembrarlos, de que se vale para vender la gente necesitada; su comarca también es fertilísima. Montilla cae aquí a mano izquierda, habitación de los heroicos marqueses de Priego, Córdobas y Aguilares, de cuya gran casa salió, para honra de España, el que mereció llamarse Gran Capitán por antonomasia, y hoy a su Marqués ilustrísimo se le ha acrecentado la casa de Feria, por morir sin hijos aquel gran portento de Italia, que malogró la Fortuna, de envidia; cuyo gran sucesor, siendo mudo, ocupa a grandezas en silencio elocuente las lenguas de la Fama. Más abajo está Lucena, del Alcaide de los Donceles, Duque de Cardona, en cuyo océano de blasones se anegó la gran casa de Lerma. Luego, Cabra, celebrada por su sima, tan profunda como la antigüedad de sus dueños, pregona con las lenguas de sus almenas que es del ínclito Duque de Sesa y Soma, y que la vive hoy su entendido y bizarro heredero. Luego Osuna se ofrece a la demarcación de estos ilustres edificios, blasonando con tantos maestres Girones la altivez de sus duques; y veintidós leguas de aquí cae la hermosísima Granada, paraíso de Mahoma, que no en vano la defendieron tanto sus valientes africanos españoles, de cuya Alhambra y Alcazaba es alcaide el nobilísimo Marqués de Mondéjar, padre del generoso Conde de Tendilla, Mendozas del Ave María y credo de los caballeros. No nos olvidemos, de camino, de Guadix, ciudad antigua y celebrada por sus melones, y mucho más por el divino ingenio del doctor Mira de Mescua, hijo suyo y arcediano.
Cuando iba el Cojuelo refiriendo esto, llegaron a la Plaza Mayor de Écija, que es la más insigne de Andalucía, y junto a una fuente que tiene en medio de jaspe, con cuatro ninfas gigantas de alabastro derramando lanzas de cristal…
Luis Vélez de Guevara, El diablo cojuelo, Tranco VI (fragmento), ed. Rodríguez Marín, Madrid, La Lectura, 1918.
martes, 26 de marzo de 2024
Martes Santo 2024
lunes, 25 de marzo de 2024
Lunes Santo 2024
Jóvenes esperando la procesión Foto: Antonio Erena, Cabra, 24.03.24 |
Temprano aún, el vagabundo se mete por Cabra, en su río y al pie de su sierra, la de los montes de trágicos nombres: cerro Lóbrego, cerro de la Horca, cerro de la Camorra. Quizá fuera en la loma que dicen Torre del Puerto donde apuñalaron al mocito del Romance sonámbulo:
Compadre, vengo sangrando
desde los puertos de Cabra.
…………………
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
En la sierra, a espaldas de la cortada de Camarena y a una legua cumplida de la ciudad, está la sima de Cabra, a la que Casildea de Vandalia, que era muy caprichosa, mandó bajar al caballero del Bosque para que le contase lo que había en sus profundidades. Esta cueva tiene muy ilustre prosapia literaria, y son varios y muy nombrados los autores que la mencionan: por ejemplo, Juan de Padilla, el Cartujano, en Los doze triumphos de los doze Apóstoles; Gonzalo Gómez de Luque, en Celidón de Iberia; Vélez de Guevara, en El diablo cojuelo, y Cervantes, en el Quijote y en El celoso extremeño, entre otros de menor mérito y fama más escasa.
El vagabundo, que no es ni un científico ni un deportista, no bajó a la sima de Cabra, pero, por quien lo hizo, pudo saber que en sus negras honduras no había más que ranas y, para eso, asustadizas, minúsculas y de ningún lucimiento.
Cabra es pueblo que florece, violentamente blanco, en el vallecico que forman los cerros de Villa Vieja y de San Juan —que fueron collaciones en el siglo XVI—, con el castillo en uno y, en el otro, la ermita.
El vagabundo, que no tenía por qué haber entrado por la ventana, se cuela en Cabra por la puerta; un arco enjalbegado bajo el que canta su rumor la fuente. Cabra tiene muy buenas y numerosas aguas; la ciudad bebe de la que cae de la fuente del Río, que no se seca nunca y que tiene caudal para regar la huerta, para llegar a cada casa, para formar el río y para dar y tomar. En la huerta de Cabra nacen el árbol frutal y la dulce batata, el haba tierna y la lechuga fresca, la rica alverja y el nutricio alverjón y el sabroso y socorrido garbanzo. Donde la huerta acaba, comienza el olivar. Por estos andurriales, el Cid Campeador derrotó a los moros granadinos e mesole una pieça de la barva al conde don García Ordóñez, que hacía la guerra con ellos. En término de Monturque hay una cortijada de cien almas que se llama Cid-Toledo. En el río Cabra se pescan bogas de las dos especies: las que dicen del río —como si las otras fueran del monte— y las genileñas, que son más finas y plateadas. Por el monte corren las liebres y los conejos y vuelan las perdices, las codornices, las tórtolas y el zorzal, que es primo del tordillo.
Cabra es ciudad en la que sus mujeres, bellas como pocas, tienen una rara obsesión que llegó a preocupar al vagabundo: la de la limpieza. Las mujeres de Cabra, no contentas con andar con el cubo de cal durante toda su vida de un lado para otro, sacan brillo a los guijarros de la calle frotándolos con aceite. El blancor y el aseo son, quizá, los dos más nobles monumentos de Cabra, el caserío más pulcro que el vagabundo haya pisado —¡y con qué miedo!— jamás.
En Cabra nació don Juan Valera —colega, aunque más ilustre, del vagabundo—, probablemente el mejor prosista de todo el XIX español, al lado de Larra, tan distinto. Cabra —la ciudad— y la vecina Doña Mencía —Villabermeja— llenan muy deleitosas páginas de la dilatada obra de don Juan Valera.
El vagabundo, después de almorzar en el parador de Ordóñez, salió por donde entrara para meterse, poco más allá del río y hacia el norte, por el camino de Montilla. En Moriles, a lo que se ve, el vagabundo no había escarmentado.
Camilo José Cela, «15. Hasta los puertos de Cabra» (fragmento), Primer viaje andaluz, Notas de un vagabundaje. Por Jaén, Córdoba, Sevilla, Huelva y sus tierras, 1959.
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