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Aldea y castillo de El Berrueco, Torredelcampo (Jaén)
Fuente: Panoramio |
Hablar de Jaén en los albores del
siglo XXI es tratar de la frustración y el aislamiento; por más esfuerzos que
hagamos por recuperar la autoestima y para promover el despegue de nuestra
tierra que, en justicia lo merece, no en vano posee numeroso motivos para la
ilusión: la riqueza de sus parques naturales, su bosque olivarero, sus ciudades,
pequeñas o medianas, incluso las patrimoniales de Úbeda y Baeza; pero la cruda
realidad son las cifras de paro, la estacionalidad, el placebo subsidiado y las
estadísticas que siempre la colocan como furgón de cola de Andalucía y de
España.
Si en la etimología de su
toponimia es "lugar de paso de caravanas" en los albores de la
historia, la propia pujanza de la cultura Ibérica en nuestra tierra, evidencia
que lo que hoy llamamos Jaén, fue lugar de notables asentamientos; la
atravesaban dos importantes calzadas romanas y desde siempre el paso de la
meseta al valle del Guadalquivir –hasta que en mal día un político sevillano decidió
hacerlo por Brazatortas- fue Despeñaperros.
Por la posesión de ese eje
vertical, se libraron dos batallas con medio milenio de diferencia que deberían
ser motivo de mayores enorgullecimientos, si tuviéramos menos complejos: las
Navas de Tolosa en 1212 y Bailén en 1808. ¿Esa recurrencia en el tiempo no nos
hace pensar que estamos en un terreno valioso? Parece que no y es difícil
entenderlo. Los viejos y tradicionales caminos, veredas y mestas -que esa es
otra historia que está por escribir por estos pagos- se completaron en el siglo
XIX con el ferrocarril entre Andalucía y el resto de España por Despeñaperros.
Nada más pasar el Guadalquivir, el empresario constructor, Marqués de Casa
Loring, no sabremos nunca, si por acortar la ruta seguida en la reconquista por
el Rey Santo, pasando por Baeza y Jaén, o por complacer a su amigo Prado y
Palacio y que el tren llegara al Rincón de San Ildefonso, plantó sus traviesas
en las mismas vegas del río dejando tres cuartas partes de la provincia a la
luna de Valencia.
A finales del siglo XIX, por el
auge de la burguesía del aceite, nacida de las desamortizaciones, se construyó
el ramal a Granada y Almería por la zona más despoblada de la provincia y el
tren de Linares a Puente Genil que, por casualidad tropezó en su camino con la
capital. Hoy la vía de Almería esta amenazada de muerte y el tren del aceite,
cerrado hace treinta años, se convirtió en vía verde, "sic transit gloria mundi".
Quede como moraleja del pasado
que la vieja calzada romana que unía la Bética con Cartagonova, tenía -y tiene hoy- mejor
pavimento que cualquiera de nuestras carreteras, no hay más que ver los restos
que quedan cerca de Porcuna y los puentes de Andújar y el Piélago, hacia el
condado.
Las comunicaciones de Jaén
-ferrocarril y carreteras- son lamentables; tras el declinar de Espeluy -¿qué
diría hoy Prado y Palacio?- el ferrocarril se desmorona a ojos vista pese a las
buenas intenciones en forma de limosneras presupuestarias: en los dieciséis
años de este siglo no se ha abierto ni un kilómetro de vías y la mejora del
supuesto VA (velocidad alta, no alta velocidad, que el orden de los factores sí
altera el producto) a Madrid va por Grañena, solo faltan trescientos y pico
kilómetros. Que nadie se sienta especialmente culpable, son muchos los
gobiernos en Madrid y en Sevilla, culpables somos todos.
En carreteras, la peor de las
radiales y la menos conservada es la
A-4 a su paso por la provincia; de la A-44 mejor no hablar, la
hicieron tarde y mal y la abandonaron a su suerte; sorprendentemente mejora al
pasar Noalejo. La conexión con Levante, dejó de estar operativa con la caída
del imperio romano de Occidente; el último buen pretexto para su demora fue la
crisis, que en Jaén ha venido para quedarse. ¿La autovía del olivar? Ha tenido
sus años de oro, tras muchas fatigas, con la llegada a Úbeda, con numerosos
fastos celebrativos, ¡como si hubiera algo que celebrar! De Jaén a Martos está
hecha unos zorros y siguen irredentos Alcaudete y Alcalá que añoran realidades
como soñaron su Parador en la
Mota. Quedan endemias históricas: Badajoz-Granada a su paso por
la provincia, cenicienta de alto riesgo entre periferias que sería inadmisible de
Madrid para arriba; y Torredonjimeno-El Carpio que, estoy convencido que no la
inician siquiera para que los políticos de uno u otro bando puedan tener munición
gorda para atacarse entre sí, con el consiguiente regocijo en Sevilla; sobran
más comentarios.
Quisiera ser optimista, pero aún
no he perdido la capacidad de reflexionar y por más que los busco, no hallo
motivos; este breve apunte sin más fuente que la memoria y el conocimiento del
medio, constituye la cruda realidad, pido disculpas si hay alguna imprecisión;
garantizo que no hay ninguna mentira. Jaén en comunicaciones lo precisa todo y
a estas alturas no le bastan los anuncios, ni planes ni proyectos: quiere
realidades, plasmadas en el BOE o en el BOJA; que acaben de una vez las
milongas y alguien nos ponga en el mapa de la alta velocidad y que acaben lo
iniciado o prometido, que tampoco es tanto. La causa de estos males es una
clase política, de todos los partidos, mande quien mande, que no se ocupa más
que en discutir quién tiene la paja y quién tiene la viga; pierden la fuerza
por la boca y prefieren obedecer a sus jefes de filas de Sevilla o Madrid antes
que incomodarlos pidiendo simplemente, lo que otros tienen.
Sería injusto no constatar una
excepción honrosa, aunque insuficiente: si transitan por un camino más o menos
pavimentado, si ven una carretera en obras en Jaén, pueden estar casi seguros
que es competencia de la Diputación;
si esta llegara a faltar, la echaríamos de menos. En materia de infraestructuras,
si me apuran, tiene un nombre, José Castro, diputado provincial, “rara avis” en
la política, ¡hace mucho y habla poco!, de lo que no hay.
Los males de Jaén son los mismos
del XIX: decisiones de complacencia y un granero de votos dóciles con votantes
de escasa memoria, caciquismo clientelar y adhesiones inquebrantables. Si en
vez de buscar lo fácil, el valle del río, los creadores de infraestructuras
hubieran seguido a los viajeros románticos, la ruta de Granada, Jaén seguiría
siendo lugar de paso de caravanas; hoy los viajeros, hartos de malos caminos cumplen
el refrán con el rito de llorar al llegar y al salir. Entretanto los jienenses deberíamos
llorar como Boabdil, por perder lo que tuvimos.
Jaén. De caravanas,
batallas y caminos de hierro o aislamiento
José Calabrús Lara