Luis Aldehuela, Agarre en el río, colección particular, Madrid Foto: Antonio Erena |
La vida animal culmina en el
miedo. Sortea el venado, certero, el obstáculo; con precisión milimétrica se
enhebra raudo por el hueco entre dos troncos. Hocico al venteo, corvo hacia
atrás el cuello, deja gravitar a su paso la regia astamenta que equilibra su
acrobacia, como el balancín la del funámbulo. Gana espacio con prisa de
meteoro. Su pezuña apenas toca la tierra; más bien —como dice Nietzsche del
bailarín— se limita a reconocerla con la punta del pie; reconocerla para
eliminarla, para dejársela atrás. De súbito, sobre el lomo de un jaro aparece
al cazador el ciervo; lo ve sesgar el cielo con garbo de constelación, lanzando
allá al dispararse los resortes de sus cabos finísimos. El brinco de corzo o
venado —y más aún el de ciertos antílopes— es, acaso, el acontecimiento más
bonito que se da en la
Naturaleza. De nuevo gana el suelo a distancia, y acelera su
fuga porque le andan ya en los jarretes resoplando los perros —los perros,
fautores de todo este vértigo, que han transmitido al monte su genial frenesí y
ahora, en pos de la pieza, con la lengua péndula, tendidos a todo su largo los
cuerpos, galopan obsesos: podenco, alano, sabueso, lebrel.
José Ortega y Gasset,
A “Veinte años de caza mayor” del conde de Yebes (prólogo, fragmento)
No hay comentarios:
Publicar un comentario