jueves, 19 de septiembre de 2024

Ríos 7

El río Eresma a su paso por Coca, Segovia, foto: Antonio Erena, 09.09.24
Los pinos son más viejos.
                                   Sendero abajo,
sucias de arena y rozaduras
igual que mis rodillas cuando niño,
asoman las raíces.
Y allá en el fondo el río entre los álamos
completa como siempre este paisaje
que yo quiero en el mundo,
mientras que me devuelve su recuerdo
entre los más primeros de mi vida.
 
Un pequeño rincón en el mapa de España
que me sé de memoria, porque fue mi reino.
Podría imaginar
que no ha pasado el tiempo,
lo mismo que a seis años, a esa edad
en que el dormir descansa verdaderamente,
con los ojos cerrados
y despierto en la cama, las mañanas de invierno,
imaginaba un día del verano anterior.
                                               Con el olor
profundo de los pinos.
Pero están estos cambios apenas perceptibles,
en las raíces, o en el sendero mismo,
que me fuerzan a veces a deshacer lo andado.
Están estos recuerdos, que sirven nada más
para morir conmigo.
 
Por lo menos la vida en el colegio
era un indicio de lo que es la vida.
Y sin embargo, son estas imágenes
—una noche a caballo, el nacimiento
terriblemente impuro de la luna,
o la visión del río apareciéndose
hace ya muchos años, en un mes de septiembre,
la exaltación y el miedo de estar solo
cuando va a atardecer—,
antes que otras ningunas,
las que vuelven y tienen un sentido
que no sé bien cuál es.
                                   La intensidad
de un fogonazo, puede que solamente,
y también una antigua inclinación humana
por confundir belleza y significación.
 
Imágenes hermosas de una historia
que no es toda la historia.
Demasiado me acuerdo de los meses de octubre,
de las vueltas a casa ya de noche, cantando,
con el viento de otoño cortándonos los labios,
y la excitación en el salón de arriba
 junto al fuego encendido, cuando eran familiares
el ritmo de la casa y el de las estaciones,
la dulzura de un orden artificioso y rústico,
como los personajes
en el papel de la pared.
 
Sueño de los mayores, todo aquello.
Sueño de su nostalgia de otra vida más noble,
de otra edad exaltándoles
hacia una eternidad de grandes fincas,
más allá de su miedo a morir ellos solos.
Así fui, desde niño, acostumbrado
al ejercicio de la irrealidad,
y todavía, en la melancolía
que de entonces me queda,
hay rencor de conciencia engañada,
resentimiento demasiado vivo
que ni el silencio y la soledad lo calman,
aunque acaso también algo más hondo
traigan al corazón.
                        Como el latido
de los pinares, al pararse el viento,
que se preparan para oscurecer.
 
Algo que ya no es casi sentimiento,
una disposición de afinidad profunda
con la naturaleza y con los hombres,
que hasta la idea de morir parece
bella y tranquila. Igual que este lugar.
 
Jaime Gil de Biedma, «Ribera de los alisos», de Moralidades (1966), en Las personas del verbo, Seix Barral, Barcelona, 1988, págs. 131-133.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Ayer y hoy 37 - Casas 23

Casa Panero, Astorga (a la izquierda), fotografía incluida en Leopoldo Panero, Canto personal. Carta abierta a Pablo Neruda, Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1953
Casa Panero, Astorga, foto: Antonio Erena, 30.08.24
Estamos siempre solos
LEOPOLDO PANERO

Fue primero el aletazo sordo, la grieta sin remedio
abriéndose una tarde, el alarido animal,
las innecesarias comprobaciones repetidas, el rostro desencajado bajo las sábanas
y la última bocanada de sangre y las moscas en la noche de agosto.
Todo el lógico andamiaje, la ilusoria permanencia de lo que tenemos,
desplomándose con estrépito, lo mismo
que la tierra y las piedras sobre la caja de madera.
Después y tanto tiempo, la tenaz indagación,
las soluciones a deshora: «Si hubiera sido en otra parte…», «Quizás otro médico»,
y el terco recordar, el minucioso tacto de los lugares o los libros,
de la corbata preferida o lo que ahora pensaría si nos viese.
Por las noches a la luz del insomnio o la amargura
el roce aún vivo de otra piel, el eco persistente de sus palabras.
Agotadora lucha, inútil, contra el tiempo,
reuniendo rotos gestos, tardes inalcanzables,
para negar lo que sabíamos, para dar forma al espeso vacío incomprensible.
Y hoy, sin embargo, cuatro años después, qué difícil,
entre endulzadas figuraciones, entre imágenes de pintados colores,
entre sueños, encontrar lo que fuera simple realidad,
reconstruir el apagado brillo de unos ojos, el calor de unas manos,
el sonido de su voz verdadera.
Sí, triste es la muerte, pero más triste aún es su derrota
y ahora miras atrás y ya no tienes lágrimas,
y buscas donde habitaste y es tan solo una sombra,
una mancha borrándose, un papel en el agua.

Juan Luis Panero, «Al llegar el cuarto aniversario», en A través del tiempo, 1968