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miércoles, 16 de octubre de 2024

Lecturas 20

Antonio Díaz-Cañabate, Historia de una taberna, Colección Austral, N.º 711, Espasa Calpe, Sexta edición, 1988
Antonio Díaz-Cañabate en Memoria de Madrid (página web)

   Despachar vino no es cosa fácil. Requiere destreza y rapidez singulares, soltura de manos, tiento y pulso, mucha vista, malicia, ingenio para alternar con el cliente y contestar sin enfado, pero con energía, a sus cuchufletas, no siempre del mejor gusto y de buena intención; memoria para las cuentas de las muchas copas que se sirven al mismo tiempo, paciencia a fin de soportar las inconveniencias de los borrachos patosos, y valor personal para imponerse en las bromas. Con mucho menos de estas condiciones se llegaba a ministro allá por los albores del siglo veinte.
    El mostrador de cinc reluce como si fuera de plata. Por el mostrador de cinc resbala el agua que fluye como de un manantial, y en el agua sumidas constantemente tiene las manos el tabernero. En el invierno, la cosa es dura; en el verano da gusto ser tabernero. Sobre la plata del mostrador, los vasos brillan como diamantes. En los frascos esos frascos rotundo acierto de esbeltez, sencillez y elegancia, tan decorativos y agradables el vino tinto y el vino blanco, con su colorido fuerte y bello, esmaltan de pedrería esa especie de trono oriental que es en definitiva el mostrador de una taberna.
 
Historia de una taberna, ed, cit., pág. 16.

viernes, 14 de junio de 2024

Establecimientos 29

Labrador, curtidos y calzados
Mercería El Abulense
Café-bar-prensa Atenea
El Siglo, recuerdos de Piedrahita
Juguetería-papelería Corinto 2
Carnicería Llorente
Café-bar El Comercio, antes tejidos
Bar La Unión
Bar La Corneja
Pub-restaurante-discoteca Chivis
Bar-pub Tifany's
Establecimientos de Piedrahíta, Ávila, fotos: Antonio Erena, 13.06.24

jueves, 1 de junio de 2023

Establecimientos 22

Bar Antonio, calle San Dimas, Madrid, foto: Antonio Erena, 22.06.22
Casa Camacho, calle San Andrés, Madrid, foto: Antonio Erena, 7.12.19
Establecimientos 9, anterior entrada del blog

Cuando encadenas varios días fuera de casa, en esa vida seminómada que algunos llevamos por trabajo, hay noches en que te apetece huir de la desolación del servicio de habitaciones del hotel, pero tampoco tienes ánimo de restaurante. El cuerpo te pide un plato casero, un bocadillo clásico, algo parecido a lo que cenarías en casa. Buscas entonces un bar, una tasca, un tugurio, un sitio como el que había en la esquina de tu calle hace 20 años: barra de estaño, bote, hoy no se fía, hay chorizo de mi pueblo, banderín del equipo de fútbol del que son forofos los dueños y, si el ambiente era taurino, un cartel desteñido de la Feria de San Isidro de 1932. Si uno no se encuentra en la periferia de una gran ciudad o en los bordes de un polígono industrial, buscará en vano un escenario parecido. Todo lo que le ofrecerá el paseo serán marcas de franquicia, hamburgueserías de iluminación tenue, nombres en inglés o en italiano y un abuso de gourmet gastro como afijos (gastrotaberna, gastrobar, gastroteca…).

No pretendo hacer la competencia desleal a los compañeros de la sección Gastro. Tampoco me voy a arrancar por nostalgias: no esperen de mí una elegía al bar español de siempre. Si hablo de ellos es porque su desaparición y sustitución por esa marabunta de franquicias diseñadas en estudios internacionales es la nota dominante del cambio de paisaje que se ha dado en los centros de las grandes ciudades españolas. Aquellos sitios normales, cuyo negocio consistía en ofrecer algo casero y barato a una clientela que pedía un vino sin distinguir denominaciones de origen, se han vuelto tan exóticos que en algunos barrios de moda incluso los recrean: ya hay cadenas de falsas tascas-madrileñas-de-toda-la-vida que exaltan un casticismo tan ramplón que no convence ni al camarero que interpretaba Mario Vaquerizo en aquel vídeo de promoción turística de Madrid.

En esas noches tristes en las que no me resigno al servicio de habitaciones no añoro el bar de siempre ni las fritangas de nuestras abuelas, sino la vida sin pose: un espacio y un tiempo sin liturgias, donde no se exija nada de nadie y las cosas no tengan la menor importancia porque se sienten coyunturales y utilitarias. Eso que hacemos sin pensar ni fijarnos demasiado.

Ya no quedan sitios así. Todos ofrecen experiencias, atosigan a los clientes con encuestas y saturan las frases con adjetivos y jerga de relaciones públicas. Subir a un taxi para ir del punto A al B se ha convertido también en un momento significativo que tanto el viajero como el taxista evalúan (es decir, están obligados a meditar sobre el trayecto). Coger un tren, echar gasolina, comprar un libro en una librería refinada o enchufarse una lista de canciones en streaming requieren una gran autoconciencia y reflexión. Hasta los controles de aeropuerto terminan con una encuesta de satisfacción: ¿hemos sido simpáticos al obligarlo a descalzarse? Evalúe del uno al cinco el grado de humillación que ha sentido en el cacheo. Estamos comprometidos con la calidad: la próxima vez lo humillaremos mejor.

Esta sublimación de la experiencia ha ido de la mano de una tendencia a ennoblecer lo cutre. Si toda experiencia es significativa, cualquier cosa es susceptible de nobleza. De nuevo, es el culinario el ámbito donde más se aprecia, aunque sucede en cualquier compraventa: las 10 mejores hamburguesas o pinchos de tortilla, pizzas, patatas bravas, falafeles… Cualquier cosa sencilla y popular, de las que hay a cientos en todos los barrios, se presenta como exclusiva. Antiguamente, en Estados Unidos, la etiqueta “best pizza in town” era un reclamo para gañanes y zampabollos acostumbrados a comer con los dedos. Hoy acude a su llamada gente con ánimo respetable y pide, junto a la hamburguesa de nombre más bombástico posible, premiada en el Festival de Cannes de las hamburguesas, la carta de vinos. Se ha producido así una democratización del esnobismo, en la que se espera que nos comportemos en la pizzería como el barón de Charlus en el salón de la duquesa de Guermantes.

En esta operación, lo cutre ha desaparecido del paisaje. Hablo de lo cutre como categoría, no necesariamente despectiva. Lo cutre no solo como una expresión bastarda del gusto popular, sino como una resignación orgullosa, si es que puede haber orgullo en tirar la toalla. Lo cutre como oposición a las convenciones de la etiqueta y como parte del desenfado de vivir.

Lo cutre solo existe, como tantas otras cosas de ayer mismo, como simulación y autoparodia. Sigue vigente, pero en las periferias, allí donde lo iban a buscar las cámaras del programa Callejeros para ofrecérselo a una audiencia que lo percibía como exótico. Este fenómeno ha llamado la atención a algunos ensayistas españoles.

Alberto Olmos, en Vidas baratas: elogio de lo cutre, reflexiona sobre el desprecio que sigue inspirando la cochambre de la que está hecha buena parte del país, desprecio expresado en su recreación posmoderna en el centro de las ciudades. El filósofo Jorge Freire, en Agitación y Hazte quien eres, destaca el agotamiento hiperactivo de la pose, que satura la vida de experiencias significativas para ahogar cualquier conato de la serenidad que propicie el autoconocimiento y el goce de la vida tal y como se presenta. En clave más generacional milenial, Héctor García Barnés habla en Futurofobia del lujo asequible y falsario que domina el espacio público privatizado, que oculta la desigualdad y consuela de la pobreza. Todos meditan sobre la impostura, el ridículo y la banalidad de un mundo incapaz de mirarse en un espejo y cada vez más adicto a la más adictiva de las drogas: el autoengaño.

No siempre fue así. Lo cutre como aquel reducto de libertad que buscaban los esnobs cuando querían atalayar al pueblo auténtico lo retrató magistralmente el comiquero Ivà en una tira de Makinavaja de El Jueves (la cito de memoria): un señor calvo parecido a Vázquez Montalbán entra en el bar del Pirata acompañado de dos señoronas vestidas con pieles. Las señoronas sienten asco y miedo, pero el cicerone las tranquiliza: están en una tasca de la vieja Barcelona, ante el pueblo bueno y eterno que conserva los sabores que la burguesía ha destruido. Acodados en la barra, Maki y Popeye se preguntan quiénes son esos tipos tan estirados, y alguien les aclara que es un escritor “mu famoso que está haciendo un programa pa la televisión utonómica”.

Hoy la escena sería imposible: el bar del Pirata es el Gastropirata, y las señoronas disfrutarían de una carta de cócteles inspirada en la delincuencia del viejo Barrio Chino de Barcelona, en un ejercicio exquisito de ironía posmoderna que sería comentado con cinco estrellas en la sección culinaria del diario local.

Y, mientras tanto, no hay forma de comerse unas lentejas sin adjetivos en el centro de Madrid.

Sergio del Molino, «La desaparición de lo cutre: cuando las franquicias de diseño se comen a las tascas», El País, 27.05.23

jueves, 9 de marzo de 2023

Establecimientos 21

Pizzería Vesubio, calle Hortaleza, Madrid, foto: Antonio Erena, 14.02.23

Bar Scania, Avda. de la Paz, Torredonjimeno, foto: Antonio Erena, 8.03.23

jueves, 23 de septiembre de 2021

Establecimientos 18

Bar Cutxi, calle de Valverde, 9, Madrid, foto: Antonio Erena, 06.09.21

   A cualquier hora, la calle de Valverde parece de provincia. No que no sea madrileña —lo es como la primera—, pero entre la bullanguería de la de Fuencarral, la algarabía de la Corredera, el tráfico de la Gran Vía, da la impresión, a los pocos que por ella transitan, de un regreso a tiempos pasados; vuelta atrás, como si, todavía, en vez de la avenida de Pi y Margall y de la de Eduardo Dato que empieza a continuarla, la Gran Vía fuera aún la calle del Desengaño.
   En cien metros se retrocede cien años. Todo callado, serio, gris, blanco, negro, las sombras más acusadas. Las luces municipales no pasan todavía, ahora, en 1926, de los faroles de gas, adosados, de trecho en trecho, a las paredes de las casas quintañonas de las que sobresalen las oscuras vigas de los aleros cortos. El silencio es grato.

Max Aub, La calle de Valverde (novela)

miércoles, 25 de diciembre de 2019

martes, 23 de julio de 2019

Establecimientos 16

Cervecería Versalles, rua dos Ferradores, Betanzos
Foto: Xavier de Paz, 15.07.19
Under the greenwood tree
Who loves to lie with me,
And turn his merry note
Unto the sweet bird's throat,
Come hither, come hither, come hither:
Here shall he see
No enemy
But winter and rough weather.

Who doth ambition shun,
And loves to live i' the sun,
Seeking the food he eats,
And pleas'd with what he gets,
Come hither, come hither, come hither:
Here shall he see
No enemy
But winter and rough weather.


Bajo el árbol del bosque
quien quiera descansar conmigo,
y ascienda su alegre nota
hasta la garganta del dulce pájaro:
«Ven aquí, ven aquí, ven aquí»;
aquí no encontrará
ningún enemigo,
salvo el invierno y el áspero clima.

Quien evita la ambición
y ama vivir bajo el sol,
buscando el alimento que come
y agradecido con lo que obtiene:
«Ven aquí, ven aquí, ven aquí»;
aquí no encontrará
ningún enemigo,
salvo el invierno y el áspero clima.

William Shakespeare,
«Under the Greenwood Tree» (canción),
As You Like It (Como gustéis)
(trad.: Antonio Erena)

miércoles, 23 de mayo de 2018

Establecimientos 11

Bar de copas Carajo, calle de la Ballesta, 15, Madrid,
donde vivió Rosalía de Castro de 1856 a 1858 cuando publicó su primera obra, La flor
Foto: Antonio Erena, 30.04.18
Las horas que soñé desparecieron,
cual la flor que un torrente arrebató;
y allá en la nada del no ser se hundieron...
¡Que mi espíritu aquí no las halló!...
Tal vez ellas también se arrepintieron
de brindarme el placer que me halagó:
Y huyeron, ¡ay!, a una región lejana
que dice sin cesar: ¡ya no hay mañana!...

Rosalía de Castro, estrofa de Fragmentos,
de su libro La flor.

jueves, 5 de octubre de 2017

Establecimientos 9

Tienda de curiosidades, calle del Almirante
Librería Tipos Infames, calle de San Joaquín
Bar de copas La Vía Láctea, calle de Velarde
Taberna Casa Camacho, calle de San Andrés
Taller de reparación de bolsos, calle de Gravina
Bodega de la Ardosa, calle de Colón
Tienda de ropa Tuffi Shop, calle de San Mateo
Establecimientos de Madrid, fotos de Antonio Erena, 1-3.10.17

miércoles, 23 de agosto de 2017

lunes, 13 de febrero de 2017

Establecimientos 6

Cerrajería Saavedra, calle Moratín
Peluquería El Kinze de Cuchilleros
Comercial Amparo, calle del Marqués Viudo de Pontejos
La casa de las Torrijas, calle de la Paz
Establecimientos de Madrid, fotos de Antonio Erena (12.16-1.17)

lunes, 5 de diciembre de 2016

Establecimientos 4

La Taberna de Atocha, calle de Atocha
Reformas y fontanería Macarrilla, calle del Olivar
Pelucas Cabello R., calle de la Magdalena (en el reflejo el teatro Monumental)
Cuchillería Viñas, calle de Atocha
Pollería Manuel Álvaro, costanilla de las Trinitarias

Bar Benteveo, calle de Santa Isabel
Establecimientos de Madrid, fotografías de Antonio Erena, otoño 2016