miércoles, 4 de mayo de 2016

Establecimientos 3 - Año Cervantes 8

Reñidero de gallos, Castro del Río, 1.05.16
Foto: Antonio Erena
http://decastroero.blogspot.com.es/2013/05/rinas-de-gallos-en-castro-del-rio.html

Comisiones andaluzas

A principios de junio de 1587, se encuentra Cervantes en Sevilla, tras haberse despedido de su mujer en circunstancias mal conocidas. Tal vez frustrado en sus aspiraciones literarias, y poco dispuesto a dedicar el resto de su vida al cuidado de los olivos y viñedos de su suegra, tal vez atraído por ocupaciones más acordes con su deseo de independencia, aprovecha los preparativos de la expedición naval contra Inglaterra, decretada por Felipe II, para conseguir un empleo de comisario, encargado del suministro de trigo y aceite a la flota, bajo las órdenes del comisario general Antonio de Guevara.
Proveído con este cargo, recorre los caminos de Andalucía para proceder a las requisas que le corresponde cumplir, muy mal recibidas por campesinos ricos y canónigos prebendados, aun más reticentes después del desastre, en el verano de 1588, de la Armada Invencible. Deseoso de conseguir un oficio en el Nuevo Mundo, presenta el 21 de mayo de 1590, acompañada con su hoja de servicios, una demanda al Presidente del Consejo de Indias, destinada al Rey. En ella menciona, entre «los tres o cuatro que al presente están vaccos», «la contaduría del nuevo reyno de Granada», la «gobernación de la provincia de Soconusco en Guatimala», el de «contador de las galeras de Cartagena» y el de «corregidor de la ciudad de la Paz», concluyendo que «con qualquiera de estos officios que V. M. le haga merced, la resçiuirá, porque es hombre auil y suffiçiente y benemérito para que V. M. le haga merced». El 6 de junio, el doctor Núñez Morquecho, relator del Consejo, inserta al margen del documento una negativa expresada en los siguientes términos: «Busque por acá en que se le haga merced».
Mientras tanto, a los procedimientos dilatorios que le oponen sus proveedores, especialmente en Écija y Teba, a la excomunión fulminada contra él, a petición de algún canónigo reacio, por el vicario general de Sevilla, al encarcelamiento que le impone, en 1592, el corregidor de Castro del Río, por venta ilegal de trigo, se suman las acusaciones de sus adversarios y los abusos de sus ayudantes, hasta abril de 1594, momento en que se pone fin al complejo sistema de comisiones iniciado siete años antes.
Por cierto, como contrapartida de esta penosa experiencia, la fascinación que ejerce Sevilla sobre Cervantes contribuye a explicar sus prolongadas estancias a orillas del Guadalquivir, lejos de Esquivias y de su esposa: acumula de esta forma un rico caudal de experiencias, aprovechado por él en la elaboración de sus obras de ambiente sevillano, como la comedia de El Rufián dichoso o, entre las Novelas Ejemplares, El Celoso extremeño, Rinconete y Cortadillo y El coloquio de los perros. Ahora bien, a falta de datos concretos, difícil se nos hace apreciar el proceso que lo llevó de la experiencia viva a la creación literaria. Por lo que se refiere a su actividad de escritor, los pocos indicios de que disponemos -si se hace caso omiso de la historia del Cautivo, probablemente redactada hacia 1590 e incluida ulteriormente en la Primera parte del Quijote- son alguna que otra poesía de circunstancia y el contrato (a todas luces no cumplido), firmado en 1592 con Rodrigo Osorio, autor de comedias, por el que se comprometía a componer seis comedias«en los tiempos que pudiere».

Encarcelamiento

En agosto de 1594 se ofrece a Miguel de Cervantes Saavedra, que ostenta desde hace cuatro años un segundo apellido, tomado sin duda de uno de sus parientes lejanos, una nueva comisión que lo lleva a recorrer el reino de Granada, con el fin de recaudar dos millones y medio de maravedís de atrasos de cuentas. Al cabo de sucesivas etapas en Guadix, Baza, Motril, Ronda y Vélez-Málaga, marcadas por enojosas complicaciones, finaliza su gira y regresa a Sevilla. Es entonces cuando la bancarrota del negociante Simón Freire, en cuya casa había depositado las cantidades recaudadas, incita a su fiador, el sospechoso Francisco Suárez Gasco, a pedir su comparecencia. Pero el juez Vallejo, encargado de notificar esta orden al comisario, lo envía a la cárcel real de Sevilla, cometiendo, por torpeza o por malicia, un auténtico abuso de poder.
Esta cárcel que, durante varios meses, le dio ocasión de un trato prolongado con el mundo variopinto del hampa, verdadera sociedad paralela con su jerarquía, sus reglas y su jerga, parece ser, con mayor probabilidad que la de Castro del Río, la misma donde se engendró el Quijote, si hemos de creer lo que nos dice su autor en el prólogo a la Primera parte: una cárcel «donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación», y en la cual bien pudo ver surgir, al menos, la idea primera del libro que ocho años más tarde le valdría una tardía consagración.
No conocemos la fecha exacta en que Cervantes recobró la libertad. Pero conservamos la respuesta del rey a su demanda, por la que se conminaba a Vallejo soltar al prisionero a fin de que se presentara en Madrid en un plazo de treinta días. No se sabe si éste cumplió el mandamiento, pero al parecer, se despide definitivamente de Sevilla en el verano de 1600, en el momento en que baja a Andalucía la terrible peste negra que, un año antes, había diezmado Castilla.

Jean Canavaggio, Cervantes en su vivir (fragmento)

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