lunes, 14 de agosto de 2017

Pandilla

Concha Jiménez (arriba, en el centro) y amigos, Huerta Beltrán, Torredonjimeno, verano 1967
Foto: José Liébana Ureña
Divas, anterior entrada del blog

Uno no puede inventar una montaña gigantesca ni una Estación Internacional como la de Canfranc y plantarla ahí y dotarla de leyenda y de aventura, pero sí puede ayudar a multiplicar los sueños de un territorio y atraer personajes, generar proyectos y contagiar entusiasmos. Y eso fue lo que hizo la jienense afincada en Jaca Concha Jiménez. Logró que escritores, médicos o diversos profesionales donasen una parte de sus bibliotecas a pueblos de la Jacetania y que José Luis Sampedro (1917-2013), del que este año se cumple un siglo de su nacimiento, hiciese de Jaca uno de sus paisajes más queridos.
Allí, a partir del año 2007, Sampedro pasó veranos, temporadas, recibió a algunos pastores del Pirineo que querían que les firmase sus libros, paseaba con Olga Lucas, su segunda mujer, a la que había conocido en Alhama de Aragón: allí culminaba sus libros desde ‘El río que nos lleva’. Si, como decía Félix Romeo casi todos los autores son aragoneses, Sampedro aún lo es más: entre 1925 y 1926 vivió en Zaragoza, estudió en el colegio del Salvador, y experimentó algunos de los temores que vivió Luis Buñuel, y por entonces acudió con su padre, médico, apasionado de la cartografía y de los instrumentos de púa, a Alhama. Ya convertido en funcionario de aduanas, fue destinado a Santander y luego eligió Canfranc, con tan mala suerte que estalló la Guerra Civil.
Canfranc fue para él un destino aplazado, que visitó casi 60 años después para dar nombre a su biblioteca pública, algo en lo que también intervino Concha Jiménez. El viernes, ahora ya transformado en palabra y recuerdo de inmortalidad, Sampedro retornó por segunda vez a Canfranc. Olga Lucas dijo que más que tolerante era un afable y un espíritu libre; el escritor Ferrer Lerín recordó cuánto había impactado en su juventud ‘Congreso en Estocolmo’ y aludió a su sentido del erotismo y a su educación; Lucía Pons. Marcos Callau y Kike Ubieto, del Ateneo Jaqués, leyeron sus textos. Celia Casas dirigió el Orfeón Jacetano. Y Concha Tovar, directora de Oroel Teatro, recordó que el autor de ‘Real Sitio’ le pidió con ilusión que montase su ‘Balada del agua’, que leyó en Zaragoza en la Exposición Internacional de 2008.
Sampedro, defensor de los jóvenes y casi un gurú al final a su pesar, dejó huella como si fuera uno de los grandes personajes de ficción que “resultan más reales e influyen más en nosotros que muchos seres de carne y hueso”.   

Antón Castro, Sampedro de Aragón, Cuentos de Domingo
(publicado el domingo, 13 de agosto de 2017, en el Heraldo de Aragón)

No hay comentarios:

Publicar un comentario