jueves, 24 de mayo de 2018

Excéntricos 17 - Perritos 23

Giuseppe Tomasi con su mujer y dos perros, 1940
Foto: Mondadori Portfolio
Don Fabrizio no se tomó la molestia de explicarlo; se sumió en sus pensamientos. ¿Dinero? Ciertamente que Concetta tendría una dote. Pero la fortuna de los Salina había de dividirse en siete partes, en partes no iguales, de las cuales las de las muchachas sería la mínima. ¿Y qué? Tancredi necesitaba algo más: de Maria Santa Pau, por ejemplo, con los cuatro feudos ya suyos y todos aquellos tíos sacerdotes y ahorrativos; de una de las chicas Sutera, tan feíllas, pero tan ricas. El amor. Evidentemente, el amor. Fuego y llamas durante un año, cenizas durante treinta. Él sabía lo que era el amor... Y Tancredi, ante quien las mujeres caerían como fruta madura...

De repente sintió frío. El agua que tenía en el cuerpo se evaporaba y la piel de los brazos estaba helada. Las puntas de los dedos se le arrugaban. ¡Y qué cantidad de penosas conversaciones en perspectiva! Había que evitar...

—Tengo que vestirme, padre. Le ruego que diga a Concetta que no estoy molesto, pero que volveremos a hablar de todo esto cuando estemos seguros de que no se trata sólo de fantasías de una muchacha romántica. Hasta ahora, padre.

Se levantó y pasó al cuarto-tocador. Desde la vecina iglesia parroquial llegaba lúgubre el tañido de campanas de un funeral. Alguien había muerto en Donnafugata, algún cuerpo fatigado que no había resistido el gran dolor del verano siciliano, que le habían faltado las fuerzas para esperar la lluvia.

«Dios lo haya perdonado —pensó el príncipe, mientras se pasaba la loción por las patillas—. Ahora se cisca en hijas, dotes y carreras políticas.» Esta efímera identificación con un difunto desconocido fue suficiente para calmarlo.

«Mientras hay muerte hay esperanza», pensó. Luego se encontró ridículo por haber llegado a tal estado de depresión por el hecho de que su hija quería casarse. «Ce sont leurs afaires, après tout», pensó en francés como hacía cuando sus meditaciones se empeñaban en ser desvergonzadas.

Sentóse en una butaca y se adormeció.

Giuseppe Tomasi, El gatopardoCapítulo Segundo, Conversación en el baño (fragmento)

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