miércoles, 22 de abril de 2020

Lecturas 10

Chrétien de Troyes, Perceval o El cuento del Grial, ed. Martín de Riquer,
colección Austral Universal, Espasa Calpe, 1992
Era el tiempo en que los árboles florecen, la hierba, el bosque y los prados verdean, los pájaros cantan dulcemente en su latín por la mañana y toda criatura se inflama de alegría, cuando el hijo de la Dama Viuda se levantó en la Yerma Floresta Solitaria, y sin pereza puso la silla a su corcel, cogió tres venablos y salió así de la morada de su madre. Pensó que iría a ver a los labradores que tenía su madre, que le rastrillaban la avena; tenían doce bueyes y seis rastras. Así se internó en la floresta, y al punto el corazón se le alegró en las entrañas por la dulzura del tiempo y al oír el canto gozoso de los pájaros: todo esto le agradaba. Por la benignidad del tiempo sereno quitó el freno al corcel y lo dejó que paciera por la verde hierba fresca. Y él, que sabía arrojar muy bien los venablos que llevaba, iba en torno disparándolos ora hacia atrás, ora hacia adelante, ora hacia abajo, ora hacia arriba, hasta que oyó venir por el bosque a cinco caballeros armados de todas sus armas. Muy gran ruido hacían las armas de los que llegaban, pues a menudo chocaban con las ramas de las encinas y de los ojaranzos. Las lanzas entrechocaban con los escudos y las lorigas rechinaban; resonaba la madera, resonaba el hierro, tanto de los escudos como de las lorigas.

Chrétien de Troyes, Perceval o El cuento del Grial, ed. Martín de Riquer, «En la yerma floresta solitaria» (comienzo)

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