martes, 26 de abril de 2022

Nereidas

Fuente de las Nereidas en el claustro gótico del monasterio de Samos
Foto: Antonio Erena (8.10.21)

Mientras avisan al padre prior de que andamos por aquí, y siendo quien soy, amigo de las fabulosas imaginaciones, me acerco al patio en que está la fuente de las Nereidas. No corre el agua desde las bocas de las ninfas, que la sequía impone su ley. Quizá le gusten al Padre Feijóo tanto como a mí. Fray Benito las imaginaba en su tiempo en el mar. «Cual nos las pintan los antiguos poetas, tal se hayan hoy en los mares, a reserva de la bocina de los tritones, cuyo eco no ha sido reconocido modernamente»... Ahí tenía el padre maestro en Samos, en la fuente que trajo fray Pedro de Vea, a las flores marinas, acaso Leyagore o Melite, las dulces... Si la fuente ésta, en vez de ser gracia barroca, fuese invención medieval, de los días de las famosas peregrinaciones, ¡qué de leyendas no hubiesen podido surgir en el camino! Y no sería la menor la que contase que las cuatro marinas, habiendo dejado la claridad del mar greco-latino por venir, orillas del Tenebroso arriba, a peregrinar a Santiago remontando Ulla y Sar en un abril—, se habían retirado al regreso, por otros ríos subiendo, hasta este rincón, por el Miño al Neira, por el Neira al Samos. Y aquí hicieron largos ayunos y penitencias, que un monje puso en un códice miniado con pluma de ganso. Me detengo un rato largo rato contemplando las fabulosas oceánidas, y echo de menos, en el tranquilo patio, el canto del agua. ¡Dichosa sequía! Sólo hay una hora de agua al día, pero para los monjes, que no para la boca de estas damas griegas de larga cola. Y echo de menos las suaves, femeninas voces...

Álvaro Cunqueiro, «A visperas en Samos» (fragmento), en El pasajero en Galicia, Tusquets, 1989

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