Isabel Díaz Ayuso Foto: Miguel Ángel Molina |
«Para que lo sepas todo, hijo... La causa de que
al fin de la jornada nos encontremos tan desguarnecidos, es que esta pobre
Pilar no me ha ayudado maldita cosa. Nunca supo más que gastar y gastar.
¿Ganaba yo mil? Pues ella a darse vida de mil y quinientos. Apretaba yo, y
conforme me veía apretando, saltaba ella a los dos mil. De este modo ¿qué
quieres que resulte? Miseria, vejez triste, y que le mantengan a uno sus yernos
poco menos que de limosna. Me preguntarás que dónde han ido a parar mis
ahorros. Derrama, hijo, tu imaginación por los teatros de esta pequeña Babel,
por sus tiendas, por sus increíbles y desproporcionados lujos, y encontrarás en
todas partes alguna gota de mi sangre. Dirás que me faltó carácter, y te
responderé que ahí está el quid. Es el mal madrileño, esta indolencia, esta enervación que nos lleva a ser
tolerantes con las infracciones de toda ley, así moral como económica, y a no
ocuparnos de nada grave, con tal de que no nos falte el teatrito o la tertulia
para pasar el rato de noche, el carruajito para zarandearnos, la buena ropa
para pintarla por ahí, los trapitos de novedad para que a nuestras mujeres y a
nuestras hijas las llamen elegantes y distinguidas, y aquí paro de contar, porque no acabaría.
Galdós, Lo prohibido, Tomo II, Cap. XXIV, III (fragmento)
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