lunes, 21 de noviembre de 2022

Esfera

Balón de fútbol Adidas del Mundial de Qatar 2022
Fuente: futbolmania

Preferiría no saber por qué el Mundial se juega en Qatar. Sin embargo, lo sé. Bueno, sé lo que sabe todo el mundo, o sea, poco, pero suficiente. Bastante como para sufrir una grave disonancia cognitiva, según llaman los psicólogos a pensar una cosa y hacer la contraria. La disonancia, o incoherencia si lo prefieren, suele provocar un malestar interno que a veces se resuelve con el autoengaño y otras veces con la honesta constatación de que uno da asco.

El arriba firmante ha intentado muy en serio el autoengaño. Sin éxito.

Joseph Blatter, que era presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) cuando en 2010 Qatar fue elegido como sede y hoy está inhabilitado por corrupción, acusa a Michel Platini, que por entonces presidía la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (UEFA) y hoy está igualmente inhabilitado por corrupción, de presionar a favor del pequeño emirato arábigo. Resulta que el entonces presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, hoy condenado por corrupción (disculpen que me repita, la culpa es de ellos), había exigido a Platini que consiguiera para Qatar los votos necesarios y evitara que el Mundial de 2022 se dispu­tara en Estados Unidos, como estaba previsto.

Francia quería vender a Qatar aviones de combate. Y los vendió, a cambio del Mundial.

Yo me dije: ¿y cuándo no ha sido corrupto el negocio del fútbol? Nada nuevo.

Otra parte del acuerdo, alcanzado por el presidente francés, el hoy emir de Qatar y Michel Platini durante un almuerzo en el palacio del Elíseo el 23 de noviembre de 2010, nueve días antes de la votación mundialista, consistía en que Qatar comprara el PSG, el club del que Sarkozy es forofo, y lo convirtiera en el más rico del planeta. Cosa que se cumplió al año siguiente. La justicia francesa investiga ahora a Sarkozy y a su hijo por engañar a los cataríes: consiguieron que el emirato pagara por el PSG 64 millones de euros, en lugar de los 30 que valía. Visto en conjunto, calderilla.

No nací ayer, me dije, y sé cómo funcionan estas cosas. Lo de siempre. No pasa nada.

Amnistía Internacional dice que miles de trabajadores murieron durante la construcción de los estadios para el Mundial.

Intenté convencerme de que no era nada extraño y que los difuntos no serían tantos. Teniendo en cuenta que en Qatar los trabajadores inmigrantes están sometidos a la kafala, algo no muy distinto a la esclavitud, si esa pobre gente no hubiera fallecido por calor o una caída en el andamio de un estadio, lo habría hecho, pensé, en cualquier otra obra faraónica.

Qatar ha hecho saber a los homosexuales que no deben hacer cosas homosexuales (sea lo que sea eso) si acuden al Mundial. Uno de sus embajadores deportivos, el exfutbolista Khalid Salman, proclamó hace unos días que la homosexualidad es “un daño en la mente”.

Quise seguir autoengañándome, pero no doy para tanto. Resolví mi disonancia cognitiva por la vía penosa de la honestidad: participaré como espectador-cómplice en una conspiración repugnante y mortífera (la del negocio, no la del juego). Asumiré, supongo que como otros muchos futboleros, mi propia vergüenza.

Enric González, «La disonancia cognitiva», El País, 12.11.22

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