miércoles, 4 de mayo de 2022

Solitario

Luis Aldehuela, Monumento a Solitario, carretera Andújar-Puertollano, km 27
Foto: Antonio Erena (29.04.22)
No. Poblamos la sierra porque el hombre la teme y no la frecuenta. Porque es hostil a su débil fisiología y sus pobres sentidos adormilados. Porque significa para ellos un medio odioso, asfixiante en verano, gélido en el invierno y amenazador siempre.
Y al temer a la sierra, al rehuirla, nos la cede entera. Como es, con sus defectos y con su hermosura: violenta, peligrosa, despiadada, aunque fabulosamente bella…
El hombre se pierde, se desorienta en sus vericuetos de laberinto; se olvida incluso de que es inteligente cuando se encuentra cara a cara con la sierra. Quizá por eso la haya abandonado sin discutirnos el derecho a habitarla. Por eso también, desgraciadamente, procura vencerla y dominarla descuajando sus lomas, recortando sus manchones, convirtiendo en páramos pelados sus laderas.
Pero, por hoy, es nuestra; aunque temporalmente y rifle en mano, se asomen a sus bordes, para aniquilarnos, unos pocos ejemplares humanos que no serían siquiera capaces de cruzar un horcajo en noche encapotada.
La sierra es nuestra aunque ellos en los libros gordos donde anotan sus cosas se distribuyan artificiosamente la propiedad del suelo. Tan nuestra que, mientras algunos de los que se dicen sus dueños apenas la conocen, nosotros vivimos en ella, comemos de ella, sobre ella dormimos y en ella nacemos. Tan nuestra, que casi somos tierra de su tierra a fuerza de hozar bajo su piel y revolcarnos en sus charcas fangosas.
¡Y a fe que es bonita!... Y a veces, hasta amable. Nuestros enemigos de dos pies ni la sienten ni la aman; pero si una mañana de primavera, con azuladas neblinas en los bajos y la salpicadura multicolor de las peonías en las vegas humildes o de las adelfas arropando el arroyo, bajaran a los barrancos que tanto evitan, se quedarían confusamente extasiados, abrirían bien los ojos atrofiados y dejarían de habitar en sus chozos mugrientos o en su sucias aglomeraciones de manada, malolientes a estiércol de gallina y a podridas verduras.
¡Cómo huele en cambio la sierra!... ¡A qué perfumes, honrados y gozosos de intemperie!... ¡Cómo vive y se agita de noche, cuando ellos duermen y los seres libres vagamos a nuestro antojo bajo las estrellas!

Jaime de Foxá, Solitario, 4.ª ed. septiembre de 1992, p. 50 (fragmento)

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