miércoles, 18 de junio de 2025

Brumas 12

La altiplanicie de los Campos de Hernán Pelea (o Perea) desde el puerto de la Losa (carretera de Santiago de la Espada a Huéscar), foto: Antonio Erena, 15.06.25
De difuntos que no se podían enterrar hasta la primavera ha habido muchos casos. Me acuerdo del Tío Marcos, que se murió en un majal que tenía pasando Las Zarzas y allí lo tuvieron hasta el mes de mayo, que, por fin, pudieron sacarlo, terciado sobre un haz de leña, en una mula y darle sepultura en el cementerio de Bujaraiza.
Y lo mismo le pasó al Tío Feligrés, que ahí hasta tuvo que ver el Juzgado. Y esto pasó hace muchos años, lo menos treinta y cinco o cuarenta.
El Tío Feligrés tenía una cortijada que le decían «La Pinarilla», metida en lo hondo de los Campos de Hernán Pelea, que son unas navas muy extensas, sin árboles, todo llano, que forman como una meseta en lo alto de la sierra, y aquello está lo menos a 2.000 metros de altura, de modo que los inviernos son muy fríos y la nieve sube todo lo que quiere y no se quita hasta la primavera.
Ya aquello es un desierto, sólo para las monteses y para las víboras. Pero hasta hace unos cuarenta años se cultivaba todo y había muchos hatos de ganado por todas partes, que eran terrenos mancomunados de la Sociedad de Ganaderos de Santiago de la Espada.
El pasto de los Campos siempre ha sido muy apreciado por los ganaderos, porque son unos pastos muy finos y muy curados; que, por no haber árboles ni monte, nunca están sombreados y son pastos muy alimenticios y que dan unas carnes muy prietas, que daban mucho peso y las pagaban muy bien los marchantes; que, aunque el pasto no es muy abundante, allí más vale onza que libra.
Los campos de Hernán Pelea estaban muy repartidos entonces: casi todo eran propiedades pequeñas, de gentes que vivían en Santiago de la Espada o en la Puebla de don Fadrique, y cuando llegaba el tiempo de la sementera, iban allí a hacer las faenas y se guarecían en chozas o en cuevas, y luego se volvían a los pueblos, hasta que en verano volvían a recoger las cosechas.
Todavía se ven cuevas que tienen un cerramiento de piedras trabadas, pilladas con argamasa, y un ventanuco y una puertecica, y se ve que han sido apañadas, desde muy antiguo, para vivir allí las criaturas. Y se ven también restos de hornos de piedra, medio ahumados todavía, que se usaban para cocer el pan de centeno. También había cortijadas grandes: «La Tamarilla», «El Cortijo de la Mala Pata», «La Pinarilla», «El Cortijo de la Fuen Fría», «El Campo del Espino». Pero todo quiebra en la vida, y de aquello no queda nada.
En el cortijo de «La Pinarilla» vivía de siempre el Tío Feligrés, que era ya un viejo muy viejo, de más de ochenta años, muy trabajado y que había penado mucho para criar a sus hijos. Y vivía allí arriba siempre, en verano y en invierno, como habían vivido su padre y su abuelo antes que él: con su mujer y sus hijos, y sus nueras y sus yernos y sus nietos. Y tenía una ganadería grande de vacas y cabras blancas y ovejas de una casta muy fina, y también tenía yeguas de vientre para criar muletos.
En «La Pinarilla» había unas tinadas o parideras grandes para cobijar al ganado por las noches de invierno. Y las cabras se guardaban del frío de la noche en cuevas, que vivían como las monteses.
Pues una tarde, ya entre dos luces, salió el Tío Feligrés a buscar una yegua que andaba balduenda para llevarla a la tinada, y había mucha nieve y niebla en los campos, y la yegua, que andaba retozona, le dio que hacer para pillarla, y, ya al oscuro, volvió sola.
Al ver que no volvía el Tío Feligrés, la familia salió a buscarle, y le echaron voces, y anduvieron buscándole y buscándole, y ya era de noche cerrada, y la niebla se espesó más y no daban con él. Y entonces armaron una fogata grande para que el viejo la viera y pudiera orientarse si estaba perdido. Y no llegó. Y soltaron los perros para que le buscaran, y los perros volvieron solos. Y lo esperaron toda la noche, y como empezó a nevar más sobre los dos metros de nieve que ya había, todos sabían, sin decirlo, que estaba muerto.
Y muerto lo encontraron por la mañana. Y lo llevaron a la casa y lo lavaron y lo amortajaron con su ropa mejor, y lo pusieron sobre una mesa de pino en la sala y lo estuvieron velando.
Pero afuera no paraba de nevar sobre la nieve que ya había. Y pasaban los días y se fueron acostumbrando a ver al difunto allí puesto en la sala, y ya habían gastado todo el llanto en él y habían dicho mil veces todo lo que se podía decir de él, y no era posible llevarlo a enterrar a Santiago de la Espada: que había veinte kilómetros de llanura con dos metros de nieve y la que caía del cielo.
De manera que los nietos pequeños empezaron a jugar allí, al lado del muerto, y jugaban a entierros y a muertos; y los mayores, al principio, les regañaban, pero luego se fueron acostumbrando y les dejaban hacer.
Pasó una semana y otra, y el Tío Feligrés estaba como si hiciera media hora que se había muerto, pues en la sala, con la ventana entreabierta, aquello era una nevera, y ni olía mal ni dada.
Y como la sala estaba junto a la cocina, todos entraban y salían, y lo veían y echaban un suspiro y se salían. ¿Qué iban a hacer? Todo estaba dicho y llorado.
Un día, uno de los yernos sacó la baraja y se pusieron a jugar al truque. Ningún daño le hacían al muerto con jugar al truque. Y afuera no paraba de nevar. Y pasó la Navidad, y por Reyes uno de los hijos pensó que lo mejor era llevar al difunto a una camareta que había cerca de la casa, a veinte metros de la casa, y ponerlo allí hasta que se pudiera llevar a enterrar.
Y así lo hicieron.
Y los vivos siguieron jugando al truque y metiendo leños de enebro en la candela. Y ya nadie hablaba del muerto, porque todo lo que se podía decir estaba dicho.
Por fin, llegó la primavera y pudieron mandar recado a Santiago de lo que había pasado, y como la muerte no había sido natural, el Juzgado mandó decir que lo dejaran quieto hasta que fueran ellos a levantar el cadáver.
Pasaron más días, hasta que una mañana se presentó el Juzgado y la Iglesia en «La Pinarilla», y los pillaron a todos jugando a las cartas. Fueron a ver el cadáver, y encontraron que los gatos le habían comido la cara. Y, al verlo, el juez torció el hocico y los quería llevar a todos a la cárcel por abandono del cadáver. Pero el cura, finalmente, como los conocía y sabía que eran personas de bien, convenció al juez para que no hubiera castigos. Pero el juez dispuso que se buscara a los gatos que le habían roído la cara, que eran cuatro o cinco gatos medio cimarrones. Y como habían comido del muerto, mandó que los mataran y los llevaran a Santiago para enterrarlos junto al difunto.
Y resultó un entierro muy sonado, que iba el Tío Feligrés en su caja de pino pintada de negro, y detrás, en un cajoncete, los cinco gatos que habían comido de él.

Juan Luis González-Ripoll, “El entierro del Tío Feligrés”, Narraciones de caza mayor en Cazorla, Everest, 1974.

lunes, 16 de junio de 2025

Casas 29

Venta Antonio, carretera JF 7038 (juntas de los ríos Segura y Madera), término de Santiago-Pontones, sierra de Segura, Jaén, foto: Antonio Erena 13.06.25

jueves, 12 de junio de 2025

Primavera 10

Tomás Yepes, Florero sobre un pedestal en un fondo de paisaje, pájaros y fruteros con peras y cerezas, Museo de Bellas Artes de Valencia (adquirido en 2025 en Subastas Fernando Durán), fuente: Ars Magazine (página web)

martes, 10 de junio de 2025

Calles 16

Olivo, rotonda en la Avenida de Europa (el Vadillo), Martos, foto: Antonio Erena, 24.05.25

Empiezan a florecer los almendros. La mamá perdiz apeona seguida de sus perdigones, ufana, cruza la carretera y se pierde entre los olivos. El olivo es uno de los objetos de deseo de mis amigos cañizarenses. Cavar olivos, estallar olivos, escamondar, limpiar olivos, varear olivos con varas de brezo, recoger olivos. Se pasan el día entre olivos. No creo que lo que obtengan de ese trajín sea mucho, pero manda el respeto sacramental al árbol sagrado. «Hazme pobre en madera —dice el proverbio marroquí—, te haré rico en aceite. Acaríciame, no me pegues, si quieres otra vez mis frutos. Pódame mucho, abóname bien, si no, deja que otro lo haga». Estamos en el planeta olivo. Para Unamuno el mundo se parte en dos. La línea divisoria pasa por el río Loira. «Al sur de la frontera viven hombres pequeños y morenos que cocinan con aceite de oliva y son dioses. Al norte habitan hombres rubios que cocinan con mantequilla y son esquimales».

El olivo es el árbol mágico de estos y otros campos. Ocho olivos quedan en Getsemaní, que yo los he visto y contado. Son del tiempo de Cristo. ¿Cómo explicar esa sacralidad, esa carnalidad que une al olivarero, al campesino con ese árbol totémico, delicado, modesto y sublime? Llevo años oyendo hablar del olivo como ser vivo. Veo como miman los olivos, los limpian, los podan, los cuidan. Es el símbolo mediterráneo cantado por Sófocles, el árbol de los dioses. Es más una civilización que un árbol. Cuenta el Génesis que la paloma, agotada del largo vuelo, llegó hasta el Arca de Noé con una rama de olivo en su pico. Nos anunció de esta manera que habían descendido las aguas del diluvio universal. Fue el primer árbol que brotó después de la cólera de Dios, el primero que floreció para celebrar la nueva alianza entre el cielo y la tierra, el reino de la paz. «El tiempo de la paz universal se acerca —escribe Shakespeare en Antonio y Cleopatra—. Para probar que ese será un día de prosperidad, todos los rincones del mundo mostrarán la rama de olivo».

No tiene el olivo la grandeza de la haya o la majestad del roble o del arce, sus hojas son vulgares y sus frutos menos espectaculares que los de la higuera o la palmera datilera, pero éste es el árbol del Mediterráneo, de Andalucía o del Oriente Próximo. Es alimento, perfume, ungüento para los más diversos males, para la salud y la belleza, para alimentar el fuego del hogar. El aceite servía para bruñir las estatuas de los dioses, las ramas del olivo para coronar a sus vencedores de las Olimpiadas.

Ha sido el árbol pintado por Van Gogh o Renoir, cantado por Homero, por Sófocles hace veinticinco siglos: «Aquí crece un árbol bendito, un árbol ignorado en Asia, un árbol indomable, un árbol inmortal, alimento de nuestras vidas, el olivo son hojas de plata». Se lee en el libro XXIII de la Odisea por boca de Ulises: «En medio del recinto, un olivo generoso esparcía su follaje, y su tronco era como un grueso pilar: en torno a él levanté los muros de nuestra cámara, y cuando la hube provisto de una puerta de madera maciza y sin grietas, despojé al olivo de sus frondas, cepillé el tronco hasta la raíz y luego, una vez que lo hube encuadrado y pulido, enclavijé el lecho contra él».

Su color era el de los ojos de Atenea. Sus semillas se plantaban en el camino de las conquistas, grácil pero resistente a los siglos y a las inversiones. Se cuenta que volvió a florecer el día siguiente del incendio de Atenas por los persas. El helenista francés Lacarriere ve en el olivo la exigencia de «la paciencia y la imaginación». Es el árbol sapiens, de la sabiduría griega, de los amorosos cuidados, de la lenta maduración, de la longevidad.

Manuel Leguineche, La felicidad de la tierra, Alfaguara, 1999, págs. 313-316.

Entradas del blog con la palabra «olivo»

miércoles, 4 de junio de 2025

Primavera 9

Jazmín azul​ (Plumbago auriculata) llamado embeleso en Cuba, foto: Antonio Erena 02.06.25
Verde embeleso de la vida humana,
loca esperanza, frenesí dorado,
sueño de los despiertos intrincado,
como de sueños, de tesoros vana;
 
alma del mundo, senectud lozana,
decrépito verdor imaginado;
el hoy de los dichosos esperado,
y de los desdichados el mañana:
 
sigan tu sombra en busca de tu día
los que, con verdes vidrios por anteojos,
todo lo ven pintado a su deseo;
 
que yo, más cuerda en la fortuna mía,
tengo en entrambas manos ambos ojos
y solamente lo que toco veo.
 
Sor Juana Inés de la Cruz, 
«Verde embeleso», en Sor Juana Inés de la Cruz. Verde embeleso. Selección de poemas, Municipalidad de Lima, 2020, p. 8.

martes, 3 de junio de 2025

Venatoria 9

Juan Manuel Varela Simó, Conejo común (Oryctolagus cuniculus, c. 1990-2010), Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales, Madrid

El primer censo del conejo de monte en la península Ibérica muestra una bajada generalizada del 18% con datos tomados entre 2009 y 2022, pero con importantes fluctuaciones dependiendo de las áreas. En las zonas forestales y en los montes la especie está en caída libre con una disminución del 57,75%, mientras que en las agrícolas esta cifra se reduce al 10%, pero con una tendencia al alza en los últimos años. Los cambios en los usos del suelo, con la desaparición del paisaje tradicional en mosaico, y las enfermedades son los factores que se vinculan al descenso de estas poblaciones. El trabajo, realizado dentro del proyecto europeo Life Iberconejo, incluye un mapa que muestra la densidad de población de estos animales. Una información que es “vital para la toma de decisiones partiendo del estado de la especie, clave en los paisajes mediterráneos", indican los autores del estudio.

Mapa que muestra la abundancia del conejo. Life Iberconejo

El conteo se ha realizado con los datos de capturas cinegéticas, además de con exploraciones de campo en Andalucía, Castilla-La Mancha, Extremadura y Portugal, los territorios participantes en el proyecto.

El mapa muestra esta doble cara del conejo de monte, sus fluctuaciones de un lugar a otro. Su densidad es alta principalmente en cuatro grandes zonas españolas asociadas a medios agrícolas —las mesetas sur y norte, y los valles del Ebro y Guadalquivir—. Allí se concentra el conflicto con la agricultura. “Son áreas en las que hay explosiones de conejos que provocan daños graves porque tienen comida y pocos depredadores, y los cazadores no dan abasto en algunas de ellas”, explica Ramón Pérez de Ayala, director del proyecto Life y miembro de la organización conservacionista WWF.

No ocurre lo mismo en las zonas con predominio del monte mediterráneo, como Sierra Morena, las sierras extremeñas o gran parte de Portugal, donde debería cumplir su papel ecológico como especie presa y donde su caza genera beneficios socioeconómicos. Allí el declive es acusado y evidencia la razón por la que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) lo ha catalogado en peligro de extinción. El mapa que refleja todos estos datos de abundancia, está elaborado con una resolución de 2 x 2 kilómetros en toda la península Ibérica, “alcanzando un nivel de detalle sin precedentes a escala nacional”, sostienen los autores.

Dieta favorita del lince y el águila imperial

La caída de este animal es muy relevante debido a su importancia ecológica y socioeconómica. Se le considera “un ingeniero de los ecosistemas”, señalan los autores del mapa, por su capacidad para modelar el entorno y ser presa de más de 40 especies de mamíferos y aves en el monte mediterráneo. El lince y el águila imperial dependen por completo de esta especie, y es muy importante para el buitre negro o el águila perdicera. A ellos se unen múltiples depredadores: desde el zorro, hasta serpientes que se comen a los gazapos, pasando por el jabalí que puede acabar con todas las crías de una madriguera en sus primeras semanas de vida.

Para elaborar el mapa de distribución de la especie, investigadores del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC - CSIC, UCLM, JCCM) han desarrollado un modelo matemático que integra diversas fuentes de datos: la situación poblacional a gran escala —las estadísticas cinegéticas de animales cazados—, datos a escala regional y local — conteos de conejos o de indicios de su presencia sobre el terreno, respectivamente —, e información sobre las características del hábitat.

El trabajo ha partido de un acuerdo entre todos los agentes implicados en la gestión de la especie, incluido el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación y el Instituto de Conservação da Natureza e das Florestas (ICNF) de Portugal. Esta colaboración, que también incluyó a entidades científicas, conservacionistas, cinegéticas y agrarias, ha permitido estandarizar las metodologías de seguimiento del conejo de monte y coordinar la recogida de datos en el territorio, puntualizan desde el proyecto. Solo de esta forma se pueden obtener “resultados fiables y comparables a escala ibérica”, concretan.

“Los montes españoles pierden el 60% de los conejos”, Esther Sánchez, El País, 02.06.25

lunes, 2 de junio de 2025

Parecidos razonables 39 - Profesiones 4 (fontanera)

Leire Díez, junto a un hombre no identificado, en mayo de 2022, foto: A. Pérez Meca
Joan Cusack como Debbie y Christopher Lloyd como Fétido en La familia Addams. La tradición continúa (Barry Sonnenfeld, 1993)