Fachada interior de can Esclòp (casa Esclopea), Es Bòrdes (Las Bordas), Valle de Arán, foto: Antonio Erena, c. 1990 |
martes, 30 de abril de 2024
Casas 20
lunes, 29 de abril de 2024
Primavera 6
Salvador Viniegra, La bendición del campo en 1800 (c. 1887), Museo de Málaga, depósito del Museo del Prado |
domingo, 28 de abril de 2024
Cabeza y Victoria
Anónimo, La Virgen de la Cabeza (finales s. XVII), Santuario de la Victoria, Málaga, foto: Antonio Erena, 24.04.24 |
sábado, 27 de abril de 2024
Fotogramas 192
Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera (Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom), Kim Ki-duc, 2003 |
viernes, 26 de abril de 2024
Música popular 181
Don McLean ( New Rochelle, 2.10.1945), fuente: last.fm |
jueves, 25 de abril de 2024
Aplique
martes, 23 de abril de 2024
Sant Jordi
Anónimo, San Jorge matando al dragón (c. 1430-1450), Museo Nacional de Arte de Cataluña |
Cuando don Quijote se vio en la campaña rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le pareció que estaba en su centro y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asumpto de sus caballerías, y volviéndose a Sancho le dijo:
—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así
como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el
cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho,
porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos
hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas
bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas
de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos,
que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas
son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el
cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro
que al mismo cielo!
—Con todo eso —dijo Sancho— que vuesa merced me ha dicho, no es bien que
se quede sin agradecimiento de nuestra parte docientos escudos de oro que en
una bolsilla me dio el mayordomo del duque, que como píctima y confortativo la
llevo puesta sobre el corazón, para lo que se ofreciere, que no siempre hemos
de hallar castillos donde nos regalen, que tal vez toparemos con algunas ventas
donde nos apaleen.
En estos y otros razonamientos iban los andantes, caballero y escudero,
cuando vieron, habiendo andado poco más de una legua, que encima de la yerba de
un pradillo verde, encima de sus capas, estaban comiendo hasta una docena de
hombres vestidos de labradores. Junto a sí tenían unas como sábanas blancas con
que cubrían alguna cosa que debajo estaba: estaban empinadas y tendidas y
de trecho a trecho puestas. Llegó don Quijote a los que comían y,
saludándolos primero cortésmente, les preguntó que qué era lo que aquellos
lienzos cubrían. Uno dellos le respondió:
—Señor, debajo destos lienzos están unas imágines de relieve y
entalladura que han de servir en un retablo que hacemos en nuestra aldea;
llevámoslas cubiertas, porque no se desfloren, y en hombros, porque no se
quiebren.
—Si sois servidos —respondió don Quijote—, holgaría de verlas, pues
imágines que con tanto recato se llevan sin duda deben de ser buenas.
—¡Y cómo si lo son! —dijo otro—. Si no, dígalo lo que cuesta, que en
verdad que no hay ninguna que no esté en más de cincuenta ducados; y porque vea
vuestra merced esta verdad, espere vuestra merced y verla ha por vista de ojos.
Y, levantándose, dejó de comer y fue a quitar la cubierta de la primera
imagen, que mostró ser la de San Jorge puesto a caballo, con una serpiente
enroscada a los pies y la lanza atravesada por la boca, con la fiereza que
suele pintarse. Toda la imagen parecía una ascua de oro, como suele decirse.
Viéndola don Quijote, dijo:
—Este caballero fue uno de los mejores andantes que tuvo la milicia
divina: llamóse don San Jorge y fue además defendedor de doncellas. Veamos
esta otra.
Descubrióla el hombre, y pareció ser la de San Martín puesto a
caballo, que partía la capa con el pobre; y apenas la hubo visto don Quijote,
cuando dijo:
—Este caballero también fue de los aventureros cristianos, y creo que
fue más liberal que valiente, como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está
partiendo la capa con el pobre y le da la mitad; y sin duda debía de ser
entonces invierno, que, si no, él se la diera toda, según era de caritativo.
—No debió de ser eso —dijo Sancho—, sino que se debió de atener al refrán
que dicen: que para dar y tener, seso es menester.
Rióse don Quijote y pidió que quitasen otro lienzo, debajo del cual se
descubrió la imagen del Patrón de las Españas a caballo, la espada
ensangrentada, atropellando moros y pisando cabezas; y en viéndola, dijo don
Quijote:
—Este sí que es caballero, y de las escuadras de Cristo: este se llama
don San Diego Matamoros, uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo
el mundo y tiene agora el cielo.
Luego descubrieron otro lienzo y pareció que encubría la caída de San
Pablo del caballo abajo, con todas las circunstancias que en el retablo de su
conversión suelen pintarse. Cuando le vido tan al vivo, que dijeran que Cristo
le hablaba y Pablo respondía:
—Este —dijo don Quijote— fue el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de
Dios Nuestro Señor en su tiempo y el mayor defensor suyo que tendrá jamás:
caballero andante por la vida y santo a pie quedo por la muerte, trabajador
incansable en la viña del Señor, doctor de las gentes, a quien sirvieron de
escuelas los cielos y de catedrático y maestro que le enseñase el mismo
Jesucristo.
No había más imágines, y, así, mandó don Quijote que las volviesen a cubrir y dijo a los que las llevaban:
—Por buen agüero he tenido, hermanos, haber visto lo que he visto, porque estos santos y caballeros profesaron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas, sino que la diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos fueron santos y pelearon a lo divino y yo soy pecador y peleo a lo humano. Ellos conquistaron el cielo a fuerza de brazos, porque el cielo padece fuerza, y yo hasta agora no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos; pero si mi Dulcinea del Toboso saliese de los que padece, mejorándose mi ventura y adobándoseme el juicio, podría ser que encaminase mis pasos por mejor camino del que llevo.
—Dios lo oiga y el pecado sea sordo —dijo Sancho a esta ocasión.
Admiráronse los hombres así de la figura como de las razones de don Quijote,
sin entender la mitad de lo que en ellas decir quería. Acabaron de comer,
cargaron con sus imágines y, despidiéndose de don Quijote, siguieron su viaje.
Quedó Sancho de nuevo, como si jamás hubiera conocido a su señor, admirado de lo que sabía, pareciéndole que no debía de haber historia en el mundo ni suceso que no lo tuviese cifrado en la uña y clavado en la memoria…
Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Segunda Parte, Capítulo LVIII (fragmento), ed. del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, 1998.
lunes, 22 de abril de 2024
Quijotes y Sanchos 2
Asador Alfonso VIII, Alcaraz, foto: Antonio Erena, 02.03.24 |
—Señor caballero, yo no tengo
necesidad de que vuestra merced me vengue ningún agravio, porque yo sé tomar la
venganza que me parece, cuando se me hacen. Solo he menester que vuestra merced
me pague el gasto que esta noche ha hecho en la venta, así de la paja y cebada
de sus dos bestias como de la cena y camas.
—Luego ¿venta es esta? —replicó don Quijote.
—Y muy honrada —respondió el ventero.
—Engañado he vivido hasta aquí —respondió don Quijote—, que en verdad que
pensé que era castillo, y no malo; pero pues es ansí que no es castillo, sino
venta, lo que se podrá hacer por agora es que perdonéis por la paga, que yo no
puedo contravenir a la orden de los caballeros andantes, de los cuales sé
cierto, sin que hasta ahora haya leído cosa en contrario, que jamás pagaron
posada ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de fuero
y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del
insufrible trabajo que padecen buscando las aventuras de noche y de día, en
invierno y en verano, a pie y a caballo, con sed y con hambre, con calor y con
frío, sujetos a todas las inclemencias del cielo y a todos los incómodos de la
tierra.
—Poco tengo yo que ver en eso —respondió el ventero—. Págueseme lo que se me debe y dejémonos de cuentos ni de caballerías, que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar mi hacienda.
—Vos sois un sandio y mal hostalero
—respondió don Quijote.
Y poniendo piernas a Rocinante y terciando su lanzón se salió de la venta sin que nadie le detuviese, y él, sin mirar si le seguía su escudero, se alongó un buen trecho.
El ventero, que le vio ir y que no le pagaba, acudió a cobrar de Sancho Panza, el cual dijo que pues su señor no había querido pagar, que tampoco él pagaría, porque, siendo él escudero de caballero andante como era, la mesma regla y razón corría por él como por su amo en no pagar cosa alguna en los mesones y ventas. Amohinóse mucho desto el ventero y amenazóle que si no le pagaba, que lo cobraría de modo que le pesase. A lo cual Sancho respondió que, por la ley de caballería que su amo había recebido, no pagaría un solo cornado, aunque le costase la vida, porque no había de perder por él la buena y antigua usanza de los caballeros andantes, ni se habían de quejar dél los escuderos de los tales que estaban por venir al mundo, reprochándole el quebrantamiento de tan justo fuero.
Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Primera Parte, capítulo XVII (fragmento), ed. del Instituto Cervantes, dirigida por Francisco Rico, 1998.
viernes, 19 de abril de 2024
Música popular 180
Betty Missiego (Lima, 16.01.1938), fuente: revista Telva |
jueves, 18 de abril de 2024
Cartelas
Juan de Aranda Salazar (diseño) y Martín de Ximena Jurado (texto), segunda cartela (izquierda) en el exterior del santuario de las Sagradas Reliquias (1644), Arjona, foto: Antonio Erena, 18.04.24 |
miércoles, 17 de abril de 2024
Silencio (2)
José López Arjona (Torredonjimeno, 1910 - 2005), Cartujo leyendo (lápiz, clarión y carboncillo sobre papel continuo, c. 1945, c. p.), foto: Antonio Erena, 16.04.24 |
La palabra ruido aparece muy pronto en Don Quijote de la Mancha. Aludiendo en primera persona a su amarga experiencia de la cárcel, Cervantes dice que en ella “toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido hace su habitación”. Viejo soldado que había conocido el fragor de las explosiones y los gritos en la batalla de Lepanto, cautivo en Argel durante cinco años, huésped frecuente de las terribles ventas y posadas de los caminos de Castilla y Andalucía, Cervantes era una de esas personas de disposición sosegada que se vio casi siempre acosado por los tristes ruidos del mundo. Por eso celebra tantas veces en su literatura el silencio, y lo califica repetidamente de maravilloso, un refugio y un antídoto contra las estridencias y las cacofonías de una realidad inhóspita. En uno de los capítulos más misteriosos de la Segunda Parte, cuando don Quijote y Sancho se encuentran acogidos en la casa de don Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán, lo que disfrutan más los dos, además del buen trato y la comida abundante, es el “maravilloso silencio” que reina en ella. Es el silencio lo que prevalece en ese capítulo en el que no hay ninguna peripecia: inventado casi él solo el arte de la novela, Cervantes inventa también esa novela en la que no ocurre casi nada, salvo lo más difícil de contar, que es el fluir cotidiano de la vida, sin tramoya de argumento ni de golpes de efecto, como en una historia de Flaubert o de Chéjov, o en una página de diario de Josep Pla.
Amar el silencio y el sosiego es un
grave inconveniente para quien vive en España. He conocido a japoneses que se
indignan contra ese lugar común tan repetido y al parecer tan infundado de que
España es el país más ruidoso del mundo después de Japón. Si yo escribiera mi
autobiografía, un hilo narrativo constante sería tal vez el de la búsqueda y la
pérdida del silencio, la huida del “mundanal ruido” del poema de Fray Luis,
quien por cierto también padeció la cárcel, y durante más tiempo y con más
rigor que Cervantes. “Con ruido no veo”, dice Juan Ramón Jiménez, otro fugitivo
del mundo en busca del silencio. En una etapa de ese viaje, hace ya muchos
años, recalé con mi familia en un pequeño chalet adosado en la sierra de
Madrid, imaginando veranos de holganza y de laboriosidad sin agobio, en torno a
ese simple paraíso personal que uno desea siempre, un escritorio junto a una
ventana, con una puerta entornada pero nunca cerrada, un lugar tan favorable al
ensimismamiento del trabajo y la lectura como a la contemplación de la belleza
exterior y a los rumores de la vida familiar, que en esa época tenían aún el
timbre agudo de las voces infantiles. Instalé mi escritorio de madera simple,
la estantería para los libros, el ordenador voluminoso de entonces, la repisa
para el equipo de música. El primer día en una nueva casa es como la primera
página de un cuaderno en blanco donde se irá escribiendo la vida. Por la
ventana entraba un fresco de mañana de julio, traspasado por silbidos de
golondrinas, y una luz temprana tamizada por la copa de un gran castaño. Al
fondo de una llanura punteada de encinares se veía la ladera lejana y las
torres y los muros severos de El Escorial.
Justo en el momento en que me
recreaba con el preludio del trabajo estalló como un temblor que sacudía las
paredes y el suelo, y que se convirtió en una vibración rítmica y machacona,
como una máquina gigante, como sonaría la sala de máquinas de un
transatlántico. El ruido formidable venía del otro lado de mi estantería recién
instalada, todavía olorosa a madera, del chalet al que estaba tan estrechamente
adherido el nuestro. Dejé en suspenso en el escritorio la tarea ya imposible y
fui a hablar con los vecinos. Nada más abrirse la puerta de al lado vino como
una tromba el estruendo multiplicado de aquella maquinaria formidable. La dueña
de la casa me informó, con amabilidad y resignación, de que en su hijo
adolescente se había despertado la vocación de DJ, y ella y su marido le habían
hecho, no sin sacrificio, el regalo de un equipo completo de música
electrónica. Frotándose las manos con un gesto de apuro, la señora me prometió
que intentaría convencer al chico de que limitara las horas de estudio y
ensayo, y sugirió que quizás podrían hacer ella y su marido el esfuerzo de
insonorizar la pared que separaba su casa de la nuestra. Nos marchamos al cabo
de poco tiempo, todavía más lejos, a otra casa en un lugar más agreste, junto a
un pinar de donde venía el sonido hondo y rítmico de un pájaro carpintero.
He vivido en un segundo piso donde a
las dos o las tres de la madrugada temblaban las patas de la cama por las ondas
sonoras de un “bar de ambiente” que tenía el llamativo nombre de “VERY VERY
BOY’S”. He leído en el periódico manifiestos firmados por escritores —muchos de
ellos residentes en urbanizaciones lujosas de las afueras— que protestaban
contra las limitaciones del horario nocturno de los bares, mientras en mi casa
del centro de Madrid no era posible dormir ni casi vivir durante los multitudinarios
botellones de los fines de semana. He escalado por los senderos de la Sierra
oyendo el viento y oliendo a romero y he tenido que hacerme a un lado para que
no me atropellara una fila de bárbaros saltando en moto como una patrulla
de Mad Max. En Granada, durante la fiesta del Día de la Cruz, que
en los primeros noventa proliferó durante una semana entera, he vivido bajo el
asedio de altavoces de chiringuitos que emitían atronadoramente sevillanas de
día y de noche, sorteando con dificultad las montañas de basura y los ríos de
vómitos y orines que dejaban los participantes en la juerga. Cuando era niño,
en Semana Santa, después de varios días atronado por tambores y trompetas, me
aliviaba contemplar el paso sigiloso, a la luz de los hachones encendidos, de
la Cofradía del Silencio.
Quizás en España hay todavía más
razones para el exilio acústico que para el político. Franz Kafka le dice a su amada Milena Jesenska en una
carta: “Un silencio como el que yo
necesito no existe en el mundo”. En una crónica de Nacho Sánchez desde Almería
he leído la historia de Rocío Quero, una mujer que se marchó de Sevilla
buscando quietud y silencio en la austeridad admirable del Cabo de Gata, a un
paso del parque natural y del mar, en una urbanización que se llama El Toyo.
Rocío Quero, que en una foto del periódico tiene un aire afable y enérgico, el
pelo rubio despeinado por el viento del mar, vive a quince minutos de su
trabajo, y también muy cerca de Almería. Le gusta dar largos paseos en
bicicleta por esos paisajes que tienen algo todavía de mundo intocado y pasear
a su perro por la playa y las dunas.
Rocío Quero, y todos sus vecinos, han descubierto, con
horror e impotencia, que su paraíso de tranquilidad no es intocable. Con el
apoyo entusiasta de todas las autoridades, desde la Junta de Andalucía hasta
los ayuntamientos de la zona, ese paraje tan lleno de belleza como de
biodiversidad va a ser el emplazamiento, este verano, de un festival de música
electrónica que durará tres días y tres noches y al que asistirán unas cuarenta
mil personas, con el previsible efecto de devastación sobre la calma y el sueño
de los vecinos y el frágil entorno natural en el que hasta ahora habían
encontrado refugio. Sus quejas son recibidas por perfecta indiferencia, porque
uno de los muchos abusos contra los que está indefenso un ciudadano en España
es el abuso del ruido, más aún cuando tiene la disculpa de la brutalidad identitaria
o festiva. Frente a la amenaza de los decibelios no queda otro remedio que la
huida. El maravilloso silencio cervantino es fugaz y siempre está en otra
parte.
Antonio Muñoz Molina, «Maravilloso silencio», El País, 06.04.24.
* * *
martes, 16 de abril de 2024
Geometría 3
Sin título, foto Antonio Erena, 15.04.24 |
Zumba el tedio enfrascado
bajo el momento improducido y caña.
Pasa una paralela a
ingrata línea quebrada de felicidad.
Me extraña cada firmeza, junto a esa agua
que se aleja, que ríe acero, calla.
Hilo retemplado, hilo, hilo binómico
¿por dónde romperás, nudo de guerra?
Acoraza este ecuador, Luna.
César Vallejo, Trilce, 1922
lunes, 15 de abril de 2024
Geometría 2
Sin título, foto: Antonio Erena, 14.04.24 |
y desde aquí otra vez
y vuelta a ir de vuelta y sin aliento
y del principio o término del precipicio íntimo
hasta el extremo o medio o resurrecto resto de éste a aquello o de lo opuesto
y rueda que te roe hasta el encuentro
y aquí tampoco está
y desde arriba abajo y desde abajo arriba ávido asqueado
por vivir entre huesos
o del perpetuo estéril desencuentro
a lo demás
de más
o al recomienzo espeso de cerdos contratiempos y destiempos
cuando no al burdo sino de algún complejo herniado en pleno vuelo
cálido o helado
y vuelta y vuelta
a tanta terca tuerca
para entregarse entero o de tres cuartos
harto ya de mitades
y de cuartos
al entrevero exhausto de los lechos deshechos
o darse noche y día sin descanso contra todos los nervios del misterio
del más allá
de acá
mientras se rota quedo ante el fugaz aspecto sempiterno de lo aparente o lo supuesto
y vuelta y vuelta hundido hasta el pescuezo
con todos los sentidos sin sentido
en el sofocatedio
con uñas y con piensos y pellejo
y porque sí nomás.
lunes, 8 de abril de 2024
Brumas 10
La Peña de Martos desde Casa Fuerte, Torredelcampo, foto: Antonio Erena, 05.04.24 |
De la muerte de don Fernando el Cuarto, rey de Castilla.
Todo el orbe cristiano estaba alterado con el desastre y caída de los templarios. Los culpados fueron castigados, los que no tenían culpa quedaron libres, y por decreto de los prelados de Viena se les señalaron pensiones en cada un año de las rentas de los mismos conventos, con que pudiesen pasar su vida; solamente les quitaron el hábito y insignia de aquella orden. […] El infante don Pedro, hermano del rey, nombrado por general contra los moros, llegada la primavera del año de 1312, aprestado su ejército, fue sobre Alcaudete, que, como dijimos arriba, se perdió y le tomaron los moros. El rey fue en pos dél hasta Martos. Allí sucedió una cosa muy notable. Por su mandado dos hermanos Carvajales, Pedro y Juan, fueron presos. Achacábanles la muerte de un caballero de la casa de los Benavides, que mataron en Palencia al salir del palacio real. No se podía averiguar quién fuese el matador; por indicios muchos fueron maltratados. En particular estos caballeros, oído su descargo, fueron condenados de haber cometido aquel crimen contra la majestad, sin ser convencidos en juicio ni confesar ellos el delito; cosa muy peligrosa en semejantes casos. Mandáronlos despeñar de un peñasco que allí hay, sin que ninguno fuese parte para aplacar al rey, por ser intratable cuando se enojaba y no saber refrenarse en la saña. Los cortesanos, por saber muy bien ésta su condición, se aprovechaban della a propósito de malsinar y derribar a los que se les antojaba. Al tiempo que los llevaban a justiciar, a voces se quejaban de que morían injustamente y a gran tuerto; ponían a Dios por testigo, al cielo y a todo el mundo; decían que pues las orejas del rey estaban sordas a sus quejas y descargos, que ellos apelaban para delante el divino tribunal, y citaban al rey para que en él pareciese dentro de treinta días. Estas palabras, que al principio fueran tenidas por vanas, por un notable suceso, que por ventura fue acaso[1], hicieron después reparar y pensar diferentemente. El rey, muy descuidado de lo hecho, se partió para Alcaudete, donde su ejército alojaba; allí le sobrevino una enfermedad tan grande, que fue forzado dar la vuelta a Jaén, bien que los moros movían prática de entregar la villa[2]. Aumentábase el mal de cada día y agravábase la dolencia de suerte, que el rey no podía por sí negociar. Todavía alegre por la nueva que le vino que la villa era tomada, revolvía en su pensamiento nuevas conquistas, cuando un jueves, que se contaron 7 días del mes de setiembre, como después de comer se retirase a dormir, a cabo de rato le hallaron muerto. Falleció en la flor de su edad, que era de veinte y cuatro años y nueve meses, en sazón que sus negocios se encaminaban prósperamente. Tuvo el reino por espacio de diez y siete años, cuatro meses y diez y nueve días, y fue el cuarto de su nombre. Entendióse que su poco orden en el comer y beber le acarrearon la muerte; otros decían que era castigo de Dios, porque desde el día que fue citado hasta la hora de su muerte, cosa maravillosa y extraordinaria, se contaban precisamente treinta días. Por esto entre los reyes de Castilla fue llamado don Fernando el Emplazado. Su cuerpo depositaron en Córdoba, porque a causa de los calores, que todavía duraban, no pudo ser llevado a Sevilla ni a Toledo do tenían los enterramientos reales. Acrecentose la fama y opinión susodicha, concebida en los ánimos del vulgo, por la muerte de dos grandes príncipes, que por semejante razón fallecieron en los dos años próximos siguientes; esto fueron Filipo, rey de Francia, y el papa Clemente[3], ambos citados por los templarios para delante el divino tribunal al tiempo que con fuego y todo género de tormentos los mandaban castigar y perseguían toda aquella religión. Tal era la fama que corría, si verdadera si falsa no se sabe; más es de creer que fuese falsa; lo que sucedió el rey don Fernando nadie pone duda.
Padre Juan de Mariana, Historia General de España, Libro Decimoquinto, Capítulo XI (fragmento), en Biblioteca de Autores Españoles, Obras del Padre Juan de Mariana, Tomo I, Rivadeneyra, Madrid, 1854, págs. 444 y 445 (actualización y notas: Antonio Erena).
viernes, 5 de abril de 2024
Primavera 5
Hierba doncella (Vinca difformis Pourret), Molino del Cubo, Torredonjimeno Foto: Antonio Erena, 04.04.24 |
jueves, 4 de abril de 2024
Locus amoenus 16
Molino del Cubo, Torredonjimeno, foto: Antonio Erena, 04.04.24 |
(Texto de la lápida fundacional en la fachada del molino. Fuente: Luis José García Pulido, «El sistema defensivo del Molino del Cubo (Torredonjimeno, Jaén). Un molino fortificado por la Orden de Calatrava en la frontera con el Reino Nazarí», revista Castillos de España, N.º 132, enero 2004, Asociación Española de Amigos de los Castillos, p. 26).