jueves, 27 de febrero de 2025

Año Austen 1

Portada de Sense and Sensibility (Sentido y sensibilidad o Juicio y sentimiento), primera novela publicada de Jane Austen (1811), fuente: Wikipedia
La familia Dashwood llevaba mucho tiempo asentada en Sussex. Poseían una gran hacienda, y residían en Norland Park, en el centro de sus propiedades, donde habían vivido durante muchas generaciones de una manera tan respetable que, en general, se habían ganado la consideración de sus conocidos de la vecindad. El último propietario de estas tierras fue un hombre soltero, que vivió hasta una edad muy avanzada, y que durante gran parte de su vida tuvo en su hermana una constante compañera y ama de casa. Pero la muerte de ésta, que acaeció diez años antes de la suya propia, trajo consigo grandes cambios; pues, para llenar su vacío, el caballero invitó y recibió en la casa a la familia de su sobrino, el señor Henry Dashwood, el legítimo heredero de las tierras de Norland, y la persona a quien tenía intención de legarlas. En compañía de su sobrino y sobrina, y de los hijos de éstos, pasó agradablemente sus días el venerable anciano. Creció su apego a todos ellos. La atención constante que Henry Dashwood y su esposa dedicaban a sus deseos, no meramente por interés, sino por bondad natural, le dispensó en todos los aspectos la estable comodidad que a su edad podía recibir; y la alegría de los niños le hizo tomar gusto a su existencia.

Jane Austen, comienzo de Juicio y sentimiento, Ediciones Rialp, 1993, pág. 15, trad. Luis Magrinyà.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Obituarios 66

Gene Hackman (San Bernardino, 30.01.1930 - Santa Fe, 26.02.2025) en Contra el imperio de la droga (The French Connection), William Friedkin, 1971

lunes, 24 de febrero de 2025

Aniversarios 74

Ilustración (f. 2) en el Libro de la Escuadra y Hermandad de Jesús de Nazareno de Torredonjimeno de 1699, cofradía fundada el 24 de febrero de 1595 (la escuadra 40 años más tarde, en 1635), archivo Antonio Erena Camacho
«En el dulce nombre de Jesus. Cuentan las sagradas escrituras en el Exodo en el cap. 8 [capítulo 17, versículo 8] que caminando el Pueblo hebreo por el desierto a la tierra de promisión donde Dios los llebaba, oppusoseles allí un copioso ejercito del Rey de Amalech, para detenerles el paso. Vinieron a las manos allí un pueblo y el otro y entretanto que la batalla suvió Moyses a un monte en compañía de Aaron su hermano, y de Hur, persona de cuenta y familiar suyo; púsose Moysés en oración pidiendo a Dios diese victoria a su pueblo, y dize el texto que en tanto que Moysés tenía las manos estendidas lebantadas en alto, benía Ysrael y llevava lo mejor de la batalla, assi embajando los brazos y dejando caer las manos benzía Amalech. Y llebánlo peor los hebreos hasta que considerando esto por Arón y Hur ayudaronle a tener los brazos lebantados y las manos alzas. Y así benzió el pueblo Ysraelitico y gozó de los despojos de la batalla. Los Padres Antiguos acostumbraban a orar [con] las manos estendidas y apartados unos de otros. Aora los cristianos cuando hazemos orazión juntamos las manos, y es el misterio que quando oraban las manos estendidas los Padres Antiguos Dios no se havia hecho hombre, no se avian juntado en unidad de personas las dos naturalezas, divina y humana. Mas después de juntas y hecho Dios hombre juntamos las manos horando los cristianos. Esplicando este misterio advierten a esto los Sagrados Doctores que estando Moyses puesto en oración y teniendo lebantados los brazos hacían figura y semejanza de cruz. Y de aquí benían a llebar los hebreos lo mejor de la batalla y benzer a sus enemigos en tanto que Moyses estava de aquella manera, para que se entienda que si quieren los Católicos Cristianos haver victoria de nuestros enemigos a de ser por medio de la Cruz de nuestro Señor y Maestro Jesucristo. Y considerando esto Nos los Vezinos y Moradores de la villa de la Torre de Don Ximeno de la orden de Calatrava en el partido de la Andaluzía deseando exaltar y lebantar la Cruz de Nuestro Dios y Señor Jesucristo nos juntamos y congregamos en la Yglesia de Nuestra Señora de la Piedad y en el Monasterio de monjas de ella que es de la observancia del Glorioso Santo Domingo (...) a hazer Cofradía y Hermandad de nazarenos a ymitación de Jesús esperanza nuestra cuando iba por aquella calle desangrado por la Cruz a cuestas. Y en la dicha Congregación y Cabildo izimos y elegimos Gobernador, Consiliarios, Diputados y Mayordomo a cuio cargo están y an de estar las ynsignias, limosnas y zera y otras cosas de la dicha Cofradía. Y porque para el ornato y buen gobierno de ellos conbiene que aya estatutos y constituciones para que los obserben y guarden los cofrades de la dicha Hermandad y que el gobernador de ellos los haga guardar y cumplir, habiendo tratado y practicado sobre los más conbenientes, estando en la dicha Yglesia Viernes por la tarde, día del Apostol Santo Mathias a veinte y quatro días del mes de febrero del año de nuestro Salbador Jesucristo de mil quinientos y noventa y zinco, hoy a saber».

Inicio del acta fundacional de la Cofradía de Jesús Nazareno de Torredonjimeno, trasladada del libro original de la hermandad al de 1699, en Antonio Erena Camacho, Noticias de la Cofradía de Jesús Nazareno de Torredonjimeno. Cuatrocientos años de una hermandad andaluza, Gráficas La Paz, Torredonjimeno, 2004, págs. 32-33.

jueves, 20 de febrero de 2025

miércoles, 12 de febrero de 2025

Fuentes 12

Placa en As Burgas, Orense, foto: Antonio Erena, 12.02.25

Cando penso que te fuches
negra sombra que me asombras,
ó pe dos meus cabezales
tornas facéndome mofa. 

Cando maxino que es ida
no mesmo sol te me amostras
i eres a estrela que brila
i eres o vento que zoa. 

Si cantan, es ti que cantas
si choran, es ti que choras
i es o marmurio do río
i es a noite, i es a aurora.

En todo estás e ti es todo
pra min i en min mesma moras,
nin me abandonarás nunca,
sombra que sempre me asombras.

*

Cuando pienso que te huyes,
negra sombra que me asombras,
al pie de mis cabezales,
tornas haciéndome mofa.

Si imagino que te has ido,
en el mismo sol te asomas,
y eres la estrella que brilla,
y eres el viento que sopla.

Si cantan, tú eres quien cantas,
si lloran, tú eres quien llora,
y eres murmullo del río
y eres la noche y la aurora.

En todo estás y eres todo,
para mí en mí misma moras,
nunca me abandonarás,
sombra que siempre me asombras.

Rosalía de Castro, «Negra sombra», de Follas novas (1880), traducción: Juan Ramón Jiménez

lunes, 10 de febrero de 2025

Excéntricos 36

Alfonso Rodríguez Castelao (Rianxo, 29.01.1886 - Buenos Aires, 07.01.1950), fábrica de cerámica de Sargadelos, foto: Antonio Erena, 10.02.25

jueves, 6 de febrero de 2025

Casas 26

Casa de los Gramáticos, Brihuega, que fue del periodista y escritor Manuel Leguineche, foto: Antonio Erena, 02.02.25
El temor al atocinamiento ha planeado sobre los intelectuales que eligieron vivir en el campo o en las pequeñas ciudades donde cada rendija tenía una mirada, cada colgadura un oído o cada soplo una lengua. Nada más llegar a Salamanca, Unamuno escribió a un amigo para informarle que si a los dos años de estar ahí se enteraba de que jugaba al tresillo a diario, daba durante una o dos horas vueltas a la plaza y echaba la siesta, le considerase un hombre perdido; pero que si pasado ese tiempo, seguía estudiando, meditando, escribiendo y peleando en pelea pública por la cultura, le considerase allí mucho mejor que en Madrid. Y así ha sido. También a Josep Pla le preocupa sentirse «satisfecho, saturado, catalogado». A Unamuno le parece que las ciudades despersonalizan, desindividualizan. Acepta la vida del pueblo con sus inconvenientes, a los hombres con sus flaquezas. El mejor modo de conocerse para el rector de la Universidad de Salamanca es «chocar, entraña contra entraña, es decir, roca contra roca con un semejante». Se deja llevar por el amor a la paradoja. Conoce a dos hombres que se ven a diario y no se saludan, pero en el fondo se sienten uno atraído por el otro. «Cada uno de ellos es la más constante preocupación del otro. Las más fuertes atracciones son las que toman la apariencia del odio». A don Miguel le atraía la vida provinciana «porque en ella es más fácil descubrir por debajo de una aparente calma la tragedia. Y tanto como odio la comedia, amo la tragedia. Y sobre todo, la tragicomedia». Jules Renard lo tradujo así: «Huir a un pueblo para convertirlo en el centro del mundo». Hacer lo que a uno le da la gana es bueno para la salud. «La felicidad —escribe Kafka— es comprender que el suelo sobre el que te has detenido no puede ser mayor que la extensión cubierta por tus pies».

Estamos como quien dice atemorizados ante la idea de quién llamará a la puerta: el catastro, Hacienda, el agente del Ayuntamiento con una multa, un impuesto, la policía…

Josep Pla, a través de su tío Eduardo, advierte en La calle estrecha sobre los peligros de la vida provinciana, la angustia del tedio, el narcisismo al que se llega a través de la soledad, del ambiente de campanario: «No vayas al café — recomienda— no juegues a cartas. No frecuentes tertulias estúpidas alimentadas por chismorreos pornográficos o insignificantes anécdotas políticas. Si lo haces quedarás asfixiado por el ambiente. Todo lo verás a través de esa atmósfera en una escala infinitamente pequeña. El ambiente pueblerino satisface porque es cómodo, fácil, asequible, porque todo se halla el alcance de la mano. Pero la misma insignificancia de las cosas lo convierte en un soporífero. Uno termina confundiendo a Napoleón con la cabeza de los vigilantes nocturnos y a Mr Churchill con el oficial de secretaría». En fin, que intoxicado de tonterías «las ilusiones se desvanecen, la voluntad se agota, se pierde el sentido del humor y el de la paciencia».

Si eso ocurre es que te has equivocado de pueblo. Hoy las conversaciones de tertulias están plagadas de comadreos, de referencias televisivas. En cambio en un pueblo como Cañizar, apenas si se habla de Isabel Preysler. Interesa más lo más próximo. Se valoran la falta de pretenciosidad, las pequeñas y apasionadas cosas, el ardor con el que cada testarudo defiende sus tesis y sus manías. A esta misma hora en un salón literario se ponen a caldo unos a otros. Si te gusta el campo, la taberna será la caja de resonancia de lo que ha ocurrido en el campo. ¿Es que eso no enriquece? No existe ningún ser humano que esté totalmente desprovisto de interés, creía Pla. Esa originalidad, esa diferencia, esa receptividad y humanidad son las que habrás de aprovechar. Para lo demás está la tele:

                                                        Somos entre tanto felices
                                                        Seven o’clock.
                                                        Todo es bar y delicia oscura
                                                        ¡Televisión!
                                                                                   (Jorge Guillén)

 Manuel Leguineche, La felicidad de la tierra, Alfaguara, 1999, págs. 35-37.

miércoles, 5 de febrero de 2025

Pasajes 9

Portales del Césped
Callejas de los Lucios
Portales de Chapero
Fotos: Antonio Erena, Brihuega, 02.02.25

El viajero piensa que a su amigo el viejo le pasa como a Brihuega —que antes, ¡había que verla!—, y como a todo el mundo y a todas las cosas. El viajero, que hoy prefiere no entristecerse, se levanta, se despide del viejo y tira hacia adelante, por la cuesta abajo. Pasa unos soportales —vigas de madera, como columnas, y un adoquín de piedra, de base— y llega hasta un tenducho abigarrado, vario, tentador, que parece puesto por el Patronato del Turismo.
   El dueño es un viejo zorro, bizco, retaco, maleado, que sabe muy bien dónde le aprieta el zapato. Habla de todo y sobre todo y se las da de poeta y hombre cultivado.
   —Sea usted bienvenido a la casa Portillo.
   —Muchas gracias.
   —La casa Portillo es una casa muy seria.
   —No lo dudo.
   El hombre habla con grandes aspavientos, dando gritos, arrugando la cara, levantando los brazos.
   —Yo soy el célebre cicerone que enseña la población.
   —Muy bien.
   —Aquí son todos muy ignorantes, no saben distinguir.
   —Hombre, habrá de todo.
   —No, señor; no hay de nada. Aquí son todos muy ignorantes, no saben distinguir.
   —Bueno, bueno.
   —Mi nombre es Julio Vacas, aunque me llaman Portillo. En este pueblo cada hijo de vecino tiene su apodo, aquí no se libra nadie. Aquí tenemos un Capazorras, un Tamarón y un Quemado. Aquí hay un Chapitel, un Costelero, un Pincha y un Caganidos. Aquí hay un Monafrita y un Cabezón, un Mahoma y un Padre Eterno, un Caldo y Agua y un Caracuesta, un Chil y Huevo y un Cabrito Ahumado, un Fraysevino, un Insurrecto, un Píoloco y un Mancobolo, un Taconeo, un Futiqui y un Pilatos; aquí, señor mío, no nos privamos de nada.
   —Ya veo, ya.
   —Y a todos juntos nos dicen bufones y borrachos los de los pueblos de al lado.
 
Camilo José Cela, Viaje a la Alcarria, IV, Brihuega (fragmento).

martes, 4 de febrero de 2025

Calles 15

Callejas de los Lucios
Callejón del Ciego
Costanilla de Asenjos
Portales de Chapero
Calle de Camilo José Cela
Calles de Brihuega, fotos: Antonio Erena, 02.02.25
   La carretera describe una gran curva, y después de pasar el cruce, el viajero se encuentra de golpe ante Brihuega, que está en un hoyo. Del cruce salen dos carreteras, además de la que camina el viajero; la de la izquierda, que va a Utande, y la de la derecha, que va a Algora, otra vez en la carretera general.
   Para bajar a Brihuega hay un atajo por el que se corta bastante. El viajero tira por el atajo, lleno de piedras, que parece el cauce seco de una torrentera. A algo más de la mitad del camino se encuentra con un pastorcito que está sentado sobre una piedra, al lado de un muro partido en pedazos, de un muro que no acota nada.
   —Niño, ¿cómo se llama esta bajada?
   El niño no contesta.
   —Oye, que te estoy hablando. Digo que cómo se llama esta bajada.
   El niño está azarado y no sabe lo que hacer. Mira para los pies del viajero, se pone colorado hasta las orejas y se pasa una mano por la rodilla. Después. con un hilo de voz, se decide a contestar:
   —No tiene nombre.
   El viajero da unas perras al niño. El niño, al principio, no quería cogerlas.
   Desde el atajo, Brihuega tiene muy buen aire, con sus murallas y la vieja fábrica de paños, grande y redonda como una plaza de toros. Por detrás del pueblo corre el Tajuña, con sus orillas frondosas y su vega verde.
   Brihuega tiene un color gris azulado, como de humo de cigarro puro. Parece una ciudad antigua, con mucha piedra, con casas bien construidas y árboles corpulentos. La decoración ha cambiado de repente, parece como si se hubiera descorrido un telón.
Camilo José Cela, Viaje a la Alcarria, III, Del Henares al Tajuña (fragmento).

jueves, 30 de enero de 2025

Parecidos razonables 33

Melania Trump (retrato oficial, Régine Mahaux, detalle), fuente: Instagram
Jane Badler como Diana en la serie de televisión V Invasión Extraterrestre (Kenneth Johnson, 1983-85), fuente: Reddit

miércoles, 29 de enero de 2025

Miradas 28

Francisco de Goya, José Moñino y Redondo, I conde de Floridablanca (1783), col. Banco de España, exposición "La tiranía de Cronos", Banco de España, foto: Antonio Erena, 28.01.25

jueves, 23 de enero de 2025

Calles 14

El reloj de Telefónica desde el arranque de la calle Tetuán con la del Carmen, Madrid, foto: Antonio Erena, 22.01.25
El reloj de Telefónica desde el arranque de la calle de Valverde con la de Colón, Madrid, foto: Antonio Erena, 23.01.25
Establecimientos 18, anterior entrada del blog

miércoles, 22 de enero de 2025

Geometrías 9

Sumidero, foto: Antonio Erena, 13.10.24
El remordimiento por algunas tonterías cometidas en el pasado puede no ser estéril si nos sirve para actuar con más cabeza en el presente. Una tontería puede ser también un error, pero en ella hay algo añadido de banal y de superfluo que agrava el daño que produce en vez de aliviarlo. Una disculpa parcial es que los aciertos, los actos de nobleza, el esfuerzo en el trabajo, llevan el sello de lo mejor que cada uno es. La tontería tiende a ser colectiva, no producto de la elección consciente, sino de la sumisión atolondrada o cobarde a una consigna de moda. Algunas de las mayores tonterías de las que me arrepiento en mi vida surgieron no de una apetencia puramente mía, sino del miedo a quedarme atrás en algo que otros celebraban, de la ansiedad por compartir algo prestigioso que flotaba en el aire.

Cuando yo rondaba los 18 años las drogas empezaron a llegar al mundo provinciano en el que me movía, con una leyenda peligrosa y tentadora de clandestinidad que las hacía más atractivas. Asociar la emancipación al consumo de hachís era una tontería colosal, más aún si se la adornaba con la facultad de abrir las “puertas de la percepción” o desatar la creatividad. También se suponía entonces que el alcohol y el tabaco eran herramientas tan necesarias para la literatura como el papel, la pluma y la máquina de escribir. Yo me quedaba hasta las tantas escribiendo a máquina en la mesa camilla de mi casa, al calor declinante del brasero de orujo, y por la mañana mi madre encontraba junto a la máquina y los folios un cenicero lleno de colillas. Con tal método no era probable escribir una obra maestra precoz, aunque sí adquirir una meritoria tos bronquítica antes de los 20 años.

Siendo medroso por naturaleza, el hachís me daba miedo. Empecé a fumarlo por la misma razón por la que había empezado a fumar tabaco unos años antes, por imitar a otros más audaces que yo, y porque de repente todo el mundo lo hacía. Todo el mundo hablaba usando los nuevos términos carcelarios como contraseñas —el costo, el pasote, el talego, etc.— y a mí me daba vergüenza quedarme antiguo, como se quedaron antiguos de repente unos años más tarde las chaquetas de pana, las botas de montañero o metalúrgico y las melenas y las barbas. Eran los últimos setenta, los primeros ochenta, y todo iba muy rápido. Tan rápido que también el hachís se pasó de moda, porque de repente lo nuevo y lo último y reglamentario era la cocaína. Ahora las chaquetas tenían hombreras como de cine negro y los pantalones colgaban flojos y anchos bajo el cinturón, y algunos de los héroes barbudos del zurrón y la pana se habían afeitado hasta dejarse las patillas a la altura de la sien y hacían el gesto coqueto de taparse un orificio de la nariz con el dedo índice y respirar hacia adentro, para indicar que les quedaba algún resto de cocaína esnifada poco antes.

El hachís, la marihuana eran ya antiguallas de tardohippies, o de lo que luego se dio en llamar perroflautas. Lo moderno era la coca. La coca era un símbolo de estatus, como el diseño o los restaurantes de nueva gastronomía en los que celebraban sus grandes o pequeños pelotazos los beneficiarios de aquellos vendavales de dinero público sin freno que traían consigo los magnos proyectos de la era socialista, culminados en las olimpiadas y la Expo de 1992 como despliegues galácticos de fuego de artificio.

Decían que la coca te animaba la vida y exaltaba todas tus facultades, incluidas las eróticas, y además no era adictiva. Partícipe de la tontería de mi época, también la consumí de vez en cuando, sobre todo si me invitaban. En ningún momento pensé por entonces que estaba alimentando un negocio criminal que ya entonces ahogaba en sangre, terror y corrupción a una parte del mundo. A lo que ni yo ni nadie pudo cerrar los ojos fue a los efectos atroces que empezó a tener sobre muchas personas aquella sustancia al parecer tan beneficiosa como inocua, que no dejaba olores cabezones ni muermos como los de hachís, ni rastros de sangre y jeringuillas pisoteadas en algún retrete.

Quizás fue el escarmiento de aquellas antiguas tonterías y adicciones lo que me dejó vacunado contra la que se puso de moda muchos años después y está llegado ahora a su paroxismo destructivo, la de las redes sociales. Como el hachís o la cocaína, vino con el prestigio de una novedad que uno no podía perderse, en la gran ola del mesianismo tecnológico, que también traía su vocabulario, sus propagandistas y gurús, todos ellos disfrazados como jóvenes benefactores bohemios. Ahora parece que Facebook es una distracción de jubilados, como la brisca o el ganchillo, pero hace unos 15 años no abrirse una cuenta o perfil o como ahora se llame era tan imperdonable como no inclinarse a esnifar una raya de coca en una reunión de mangantes de la política o del dinero. Hombre de mi época, pasé unas horas en esa red, y me di cuenta de inmediato de lo fácilmente que podría convertirme en adicto, y de la extraordinaria cantidad de tiempo que me robaba sin darme cuenta y sin fruto alguno. El fundador era por entonces un muchacho majete, con aire de adolescente atolondrado y algo gamberro pero un buenazo, con su sudadera y su desparpajo de recién llegado al college y su simpática consigna, “muévete rápido y rompe cosas”. Vaya si rompieron. El daño que han hecho los señores de la droga se queda en poco comparado con la pandemia de trastornos mentales entre niños y adolescentes que la compañía de este individuo viene fomentando en sus diversas plataformas, cada una más adictiva, más propagadoras a conciencia de ansiedad y mentira.

La droga de Zuckerberg la probé un rato y me dejó el desagrado de los primeros porros. La que ahora trafica con tanto éxito Elon Musk tengo la modesta satisfacción de no haberla probado nunca. Ni una sola vez en mi vida he entrado en Twitter o X, aunque el veneno que expande es tan tóxico que puede dañarlo a uno hasta de lejos. Había que estar en ese sumidero para no perderse nada, para estar informado, porque era lo cool. Siempre el mismo anzuelo. Puedo asegurar que recibo toda la información que necesito, sobre todo en periódicos impresos y digitales y en emisoras de radio. Y además me ahorro la crispación, la agresividad y la inmundicia de ese pozo ciego del que solo me llegan ecos lejanos, aunque desagradables. Habrá quien participe en esa red con honestidad y decencia. Pero la centrifugadora de mentira y de odio que está infectando el mundo por culpa de su influjo, al mismo tiempo que enriquece más inmensamente al botarate aterrador de su dueño, me parece que ahoga cualquier resto de utilidad que quedara en ella. Leo con agrado que la ministra de Trabajo y los responsables de El Mundo Today anuncian su retirada, y me pregunto hasta cuándo periódicos serios, instituciones públicas, servicios esenciales, dirigentes políticos de nuestro país, y de Europa, van a permanecer en ese muladar. Es como si el sistema de comunicaciones de un país, de todo un continente soberano, se le confiara al Chapo Guzmán. El Chapo Guzmán está en una prisión de máxima seguridad, pero Zuckerberg, Bezos y Musk y otros cuantos como ellos forman parte de la corte de babosos oligarcas y bufones de Trump. No hay revuelta liberadora y colectiva que no sea una reacción en cadena de decisiones individuales. En este mundo dominado por fuerzas sobrehumanas y déspotas sin frenos, una de las pocas libertades efectivas que nos quedan es la de cortar de un tajo nuestra dependencia de esos fabricantes de adicciones, hoy mismo, ahora mismo. No hacía falta que Musk alzara compulsivamente el brazo en el saludo nazi para saber a qué atenernos.

Antonio Muñoz Molina, «Invitación a una revuelta», El País, 25.01.25

martes, 21 de enero de 2025

Desubicación

Fotografía antigua de la torre de Boabdil de Porcuna (el coche un Rolls Royce 20/25), pizzería Apadana, calle Pradillo, 6, Madrid, foto: Antonio Erena, 20.01.25
CAPÍTULO IV 
QUE EL REY MAHOMAD BOABDIL FUE PRESO

Los ánimos de los cristianos en breve se conhortaron de la gran tristeza y lloro que les causó aquel desastre, por otro mayor daño que hicieron en los moros, con que su atrevimiento se enfrenó. Peleaban entre sí los dos reyes moros Albohacen [Muley Hacén] y Boabdil con grande pertinacia y porfía; solamente concordaban en el odio implacable y deseo que tenían de hacer mal a los cristianos. Ponían la esperanza de aventajarse contra la parcialidad contraria en perseguir y hacer daño a los nuestros, y por esta vía ganar las voluntades y favor del pueblo. Por esto y por la victoria susodicha que ganó su padre, Boabdil en competencia se resolvió de acometer por otra parte las tierras de cristianos. Juntó un buen número de gente de a caballo y de a pie, así de los suyos como de la parcialidad contraria; hizo entrada por la parte de Écija; llevaba intento y esperanza de apoderarse de Lucena, villa más grande y rica que fuerte. Dióle este consejo Alatar, su suegro, persona que de muy bajo suelo, tanto, que fue mercero, a lo menos esto significa su nombre, por su gran esfuerzo pasó por todos los grados de la milicia y llegó a aquella honra de tener por yerno al rey, además de las muy grandes riquezas que había llegado; y estaba acostumbrado a hacer presas en tierra de cristianos, en particular en la campiña de Lucena.

Diego Fernández de Córdoba, alcaide de los Donceles, que era señor de aquel pueblo, junto con otros lugares que por allí tenía, luego que supo lo que los moros pretendían, advirtió a su tío el conde de Cabra del peligro que corría. A causa del estrago pasado quedaba muy poca gente de a caballo por aquella comarca, fuera de que los moradores de Lucena estaban amedrentados, y los muros no eran bastantes para resistir a los bárbaros. Llegaron los moros a 21 de abril [de 1483]. El alcaide recogió los moradores a la parte mas alta del lugar. Fortificó otrosí con pertrechos, guarneció con soldados, que llegó hasta doscientos de a caballo y ochocientos de a pie de los lugares comarcanos, lo más bajo de la villa, por entender que los moros acometerían por aquella parte. Fue mucho el esfuerzo de los soldados, tanto, que los enemigos perdieron la esperanza de ganar la villa; mas por alguna gente que perdieron en el combate y otros que les hirieron, en venganza volvieron su rabia contra los olivares.

Demás de esto, Amete, abencerraje, con trescientos de a caballo dio la tala a la campiña de Montilla. Tenía éste con el alcaide de Lucena Diego de Córdoba conocimiento y familiaridad a causa que los años pasados los abencerrajes echados de Granada, estuvieron en Córdoba mucho tiempo. Hecho pues lo que le encomendaron, vuelto a Lucena, convidó al alcaide para tener habla con él, con intento, debajo de color de amistad, de ponerle asechanzas y engañarle. Un engaño fue burlado con otro. Dio esperanza el alcaide de rendir el pueblo; con que entretuvo al enemigo hasta tanto que llegase el conde de Cabra. Como el bárbaro supo que se acercaba, alzados sus reales, comenzó a retirarse la vuelta de su tierra con la presa, que era muy grande. Los cercados, avisados de lo que pasaba, salieron de la villa, acometieron a la retaguardia para impedirles el camino y entretenerlos.

Entre tanto, como llegase el conde de Cabra, se determinó cargar a los enemigos, que iban turbados con el miedo, revueltos entre sí y sin ordenanza. Apenas los venideros creerán esto, que con ser los moros diez tantos en número, no pudieron sufrir la primera vista de los contrarios. Dios les quitó el entendimiento; y la fama, como de ordinario acontece, de que el número de los nuestros era mucho mayor los hizo atemorizar. Está un arroyo legua y media de Lucena en el mismo camino real de Loja; las riberas frescas con muchos fresnos, sauces y tarais, y a la sazón por las lluvias del verano llevaba mucha agua; la gente de a pie, pasado el arroyo, se pusieron en huida sin otro ningún cuidado más de llevar la presa delante; la gente de a caballo, aunque atemorizada por la misma causa, hizo rostro. El rey bárbaro procuró animarlos, díjoles: «¿Dónde vais, soldados?¿Qué furor os ha cegado los entendimientos? ¿Por ventura estáis olvidados que estos son los mismos que poco ha fueron vencidos por menor número de los nuestros? Tendréis pues vos y ellos en esta pelea los ánimos que suelen tener los vencedores y vencidos. Mirad por la honra, por vos mismos y por lo que dirá la fama. ¿Pensáis que a las manos entorpecidas pondrán en salvo los pies?» Poco aprovecharon estas palabras.

Marcharon a prisa los cristianos; acometió por el un costado don Alonso de Aguilar, que desde Antequera con cuarenta de a caballo y algunos pocos peones mezclados acudió a la fama del peligro. Los bárbaros, sea que sospechasen que el número era mayor, o lo que yo más creo, por haberlos amedrentado Dios, dieron las espaldas y se pusieron en huida. El rey se apeó de un caballo blanco en que iba aquel día, procuró esconderse entre los árboles y matas de aquel arroyo con deseo de escapar si pudiese. Halláronle allí tres peones, y él mismo porque no le matasen, dio aviso de quién era. Así le prendieron, y el alcaide, que seguía el alcance, le mandó llevar a Lucena. El estrago que hicieron los nuestros hasta la noche en los que huían fue tal, que mataron más de mil de a caballo, y entre ellos al mismo Alatar, viejo de noventa años, y como cuatro mil peones, parte quedaron muertos, parte presos; juntamente les quitaron la presa.

Con el aviso de esta victoria los reyes, que a la sazón se hallaban en Madrid, acordaron partir entre sí los negocios, que eran muy grandes. La reina doña Isabel fue a la raya de Navarra para apresurar lo del casamiento de su hijo, por el gran deseo que tenían de impedir a los franceses la entrada en España y la posesión del reino de Navarra. El rey don Fernando se partió al Andalucía para cuidar de la guerra. Salió de Madrid a 28 de abril; llegado a Córdoba, se trató de hacer la guerra con mayores fuerzas y apercibimientos que antes, en especial que los moros por la prisión del rey Chiquito se tornaron a unir debajo de su rey Albohacen, que volvió al señorío de Granada, dado que muchos de los ciudadanos, aunque sin cabeza, todavía perseveraban en su primera afición, personas a quien ofendía la vejez, crueldad y avaricia de aquel rey.

Juntaron los nuestros a toda diligencia seis mil de a caballo y hasta cuarenta mil infantes; con este ejército volvieron a la guerra, iba por su caudillo el mismo rey don Fernando; hizo destruir los arrabales de Íllora, y tomó por fuerza y echó por el suelo a Tajara, pueblo cerca de Granada, en cuya batería don Enrique Enríquez, tío del rey y mayordomo de la casa real, fue herido, y para curarle le enviaron a Alhama. Después de esto llegaron a la vega de Granada, en que hicieron grande destrozo, quemaron y talaron todo lo que hallaban, y para mayor seguridad de los gastadores, asentaron los reales en un puesto fuerte, desde donde los enviaban guarnecidos de soldados y con escolta a hacer daño en los campos comarcanos, con tanto menor peligro suyo y mayor perjuicio de los enemigos.

El rey Albohacen, por no fiarse de los ciudadanos, no se atrevió a salir de la ciudad, sólo algunos pocos soldados se mostraban por los campos con intento de prender a los que se desmandasen y pelear a su ventaja. Envió otrosí aquel rey desde Granada sus embajadores; prometía si le entregaban a Boabdil, su hijo, que daría en trueque al conde de Cifuentes y otros nueve de los más principales cautivos que tenía; otras condiciones ofrecía para hacer confederación, pero insolentes y demasiadas. Era de su natural feroz, y ensoberbecíale más la victoria que poco antes ganara. El rey don Fernando rechazó las condiciones, ca decía no ser venido para recibir leyes, sino para darlas, y que no había que tratar de paz en tanto que no dejaba las armas.

Los nuestros eran aficionados a Boabdil; el favor y la misericordia tienen a las veces ímpetus vehementes. El marqués de Cádiz y otros no cesaban de persuadir al rey que le pusiese en libertad; que por este medio sustentase los bandos y parcialidades entre aquella gente, cosa muy perjudicial para ellos y muy a propósito para nuestros intentos. Acabadas pues las talas y puesta guarnición en Alhama, y por cabeza don Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, con orden, no sólo de defender el pueblo, sino también de hacer salidas y robar las tierras comarcanas, el rey don Fernando volvió a Córdoba. Allí por su mandado trajeron el rey preso del castillo de Porcuna, pueblo que los antiguos llamaron Obulco. Como él se vio en presencia del rey, hincó la rodilla y pidióle la mano para besarla. Abrazóle el rey y hablóle con mucha cortesía. Parecióle era justo tenerle respeto y honrarle como a rey, dado que fuese bárbaro y su prisionero. Trataron de concertarse; finalmente, se hizo con estas condiciones: que Boabdil diese en rehenes a su hijo mayor con otros doce hijos de los más principales moros para seguridad que no faltaría en la devoción, obediencia y homenaje del rey de Castilla; mandáronle otrosí que pagase cada un año doce mil escudos de tributo, y viniese a las Cortes del reino cuando fuese avisado; demás de esto, que por espacio de cinco años pusiese en libertad cuatrocientos esclavos cristianos. Con esto le otorgaron libertad y licencia de quedarse en su secta y le enviaron a su tierra.

Padre Juan de Mariana, Historia General de España, Tomo III, ed. Javier Martínez Romeo a partir de la de 1780, págs. 237-239.