Lámina botánica del olivo (Olea europaea) Köhler’s Medizinal Pflanzen, Vol. 2, 1890 |
Nos lleva el coche velozmente por la carretera y, entonces, aquí, en Jaén,
a derecha e izquierda, olivos. Pero eso es nada más verlos. Y creo que vienen
ocasiones en que hay que estar con ellos; es decir, intimar con ellos y
conocerlos. ¿Por qué? ¿Para qué? El olivo es nuestro árbol, ejemplo vivo para
todos los hombres de Jaén. De él podemos aprender mil cosas estupendas. Primera,
a no ser espectaculares. ¿Conocen ustedes un árbol menos sensacional? Se achaparra
y parece que hace todo lo posible por disimular su eficacia e incluso su
belleza. El álamo —narciso junto al río— está muy ufano de su vertical empaque. Todas las acacias predican
primaveras presentes o ausentes. Naranjos, melocotoneros, limoneros, están
contentos —se les ve el júbilo vegetal, porque hay también júbilos vegetales— de su perfume y de su fruto. Y están satisfechos con razón. Pero yo advierto
en el olivo algo único que me encanta. Miro y admiro en él no se qué abnegación.
Diría que es un árbol ascético. Por supuesto, exige poquísimo. Hay olivos de
secano, en la altura de las lomas, lejos de todo regato, que viven al amparo
exclusivo de «lo que Dios quiere»,
del agua de la lluvia. Estos olivos predican ese «sea lo que Dios quiera», frase que, para mí, no
implica ningún conformismo, sino que más bien me parece la expresión de una
firme elegancia estética del ánimo. Porque, en el fondo, la elegancia es
escepticismo. Escepticismo del bueno, porque conduce directamente a la
esperanza. Lo contrario del optimismo, obtuso, de quienes creen que todo sucederá
a la medida de nuestros deseos. Ese optimismo bobo conduce, al final, o a la
necedad (si por casualidad vienen bien unas cuantas cosas), o al nihilismo (si
luego las cosas no nos dan la razón).
[…]
Y
pienso que caminar entre olivos da una fortaleza de ánimo. Árbol que reduce sus
necesidades, que no pide seguridades, que no condiciona su fruto, su eficacia o
su belleza a ningún paraje. Es decir, árbol generoso que otorga mucho y apenas
reclama nada. Crece igual en la eminencia que en el llano; escala las
laderas, se acerca a la vereda y al camino; se uniforma en ringleras cuya
monotonía no empece su belleza. (A mí los olivares me recuerdan las estrofas de
Berceo, de la «quaderna vía»,
que tan gratas le eran a Antonio Machado). Porque la belleza no siempre es bonita
o pinturera. El olivo no es pinturero y, sin embargo, conforta contemplar el
olivar. Infunde serenidad, paz…
No me deja contento pasar de largo ante el olivar. Quiero entrar en él, caminar pisando los terrones removidos, estar un rato descansando a la leve sombra del árbol…
Juan Pasquau, «De la imitación del olivo», Diario Jaén (31.01.1973)
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