jueves, 30 de mayo de 2019

martes, 28 de mayo de 2019

lunes, 27 de mayo de 2019

Toponimias 9

Pego, Alicante, cartel del espectáculo cómico-taurino-musical
con motivo de la fiesta del Santísimo Ecce Homo, 1 de julio de 1957
Fuente: todocolección

lunes, 20 de mayo de 2019

Prisionero

Reja de ventana y pared con parra virgen
Foto: Antonio Erena (mayo 2018)
Romance del prisionero

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero,
dele Dios mal galardón.

jueves, 16 de mayo de 2019

Cara y cruz

Miguel Blay, Monumento a Ramón de Mesonero Romanos, Jardines del Arquitecto Ribera, Madrid
Foto: Antonio Erena, 12.05.19 (vista anterior)
Miguel Blay, Monumento a Ramón de Mesonero Romanos, Jardines del Arquitecto Ribera, Madrid
Foto: Antonio Erena, 12.05.19 (vista posterior)
Madrid, una región partida en dos, Juan José Mateo, El País, 12.05.19

Por los años 1827 al 28, en pleno gobierno absoluto del señor Rey D. Fernando VII, y bajo la férula paternal de su gran visir D. Tadeo Francisco de Calomarde, nos reuníamos en grata compañía, los domingos por la mañana, en casa de D. José Gómez de la Cortina, hijo primogénito del conde del mismo título y hermano mayor del erudito bibliófilo, mi amigo, que después fue conocido por Marqués de Morante, todos o casi todos (que no llegaríamos seguramente a una docena) los jóvenes dados por irresistible vocación a conferir con las musas o a ensuciarnos las manos revolviendo códices y mamotretos; ocupaciones ambas que, atendidos los vientos reinantes a la sazón, tenían más de insensatas que de racionales y especuladoras.
Era, pues, la época en que, envueltas en una densa nube las letras y la ciencia, a impulsos de la ignorancia enaltecida, callaban de todo punto, sin tribuna, sin academias y liceos, sin Prensa periódica ni nada que pudiera dar lugar a polémicas o enseñanza. Una censura suspicaz e ignorante dificultaba la publicación de las obras del ingenio y prohibía y anatematizaba hasta las más renombradas de nuestro tesoro literario: los escritores de más valía, los hombres más insignes en las letras, hallábanse oscurecidos, presos o emigrados: los Quintana, Gallego, Saavedra, Martínez de la Rosa, Toreno, Gallardo, Villanueva y demás, eran sustituidos por autores ignorantes y baladíes, que empañaban la atmósfera literaria con sus producciones soporíferas, su desenfreno métrico, sus cantos de búho, sus absurdos escritos religiosos e históricos, sus novelas insípidas, de las cuales las más divertidas eran las que formaban la colección que, con el extraño título de Galería de espectros y sombras ensangrentadas, publicaba su autor D. Agustín Zaragoza y Godínez.
No es posible a cincuenta años de distancia formarse una idea, siquiera aproximada, de aquel silencio completo del ingenio, de aquel sueño de la cultura y vitalidad del pueblo de Cervantes y Lope, de Quevedo y Calderón.
En medio de esta oscura noche intelectual, a despecho de los rigores y suspicacia del Gobierno, y lo que era aún más sensible, de la indiferencia completa del público hacia las producciones del ingenio, no faltaban, sin embargo, algunos espíritus juveniles que, no satisfechos con la indigesta y vulgar instrucción que podían recibir en las aulas de San Isidro o de Doña María de Aragón, se lanzaban, ávidos de saber, a enriquecer sus conocimientos en el estudio privado de los archivos y bibliotecas, para adquirir una instrucción que por desgracia sólo les brindaba en perspectiva con los rigores de una persecución injusta o con la cama de un hospital.
Entre estos varios jóvenes, cuyos nombres fueron enaltecidos más adelante por sus trabajos literarios, recuerdo, además del amo de la casa, al distinguido diplomático D. Nicolás Ugalde y Mollinedo, que se ocupaba con aquel de traducir, ampliar y comentar la reciente Historia de la literatura Española, de Boutervek, que era lo más sustancial publicado hasta entonces en la materia; al sabio y modesto humanista D. José Mussó y Valiente, encargado, con Cortina, por el rey Fernando, de cuidar y dirigir la magnífica edición de las obras completas de Moratín, costeada por el mismo Monarca y estropeada por la censura; a Bretón de los Herreros y Gil y Zárate, que con sus primeras producciones dramáticas, habían conseguido galvanizar un tanto el cadáver del teatro español; a D. Rafael Húmara y Salamanca, discreto autor de muy lindas novelas; a D. José del Castillo y Ayensa, distinguido helenista, traductor de Píndaro; a D. Patricio de la Escosura, alférez de la Guardia Real de Artillería, que con la publicación de su novela El Conde de Candespina acababa de dar la primera prueba de su clarísimo ingenio; y más adelante a D. Mariano José de Larra, alumno de Medicina, a quien yo mismo presenté a Cortina a fin de que le recomendase al Rey para que fuese nombrado individuo de una Comisión facultativa que había de ir a Viena a estudiar el cólera; pero que en algunos folletos y poesías sueltas revelaba ya la travesura de aquel feliz ingenio, que tan alto había de colocar en adelante el pseudónimo de Fígaro; a D. Manuel de San Pelayo, excelente crítico, que escondía modestamente su vasta instrucción y sólidos trabajos literarios; a D. Enrique de Vedia, elegantísimo poeta y dueño de muchos conocimientos, el mismo que, después de seguir una brillante carrera administrativa, murió en Jerusalén, de cónsul general de España; a Serafín Calderón (el Solitario), que desde sus primeras producciones revelaba una feliz transmigración del talento y estilo de los Cervantes y Quevedos; al ingenioso Segovia, que llegó a hacer célebre, años después, su firma El Estudiante; al correcto y joven poeta Ventura de la Vega, en fin, que con sus magníficas octavas dirigidas al Rey, a su vuelta de Cataluña, acababa de recoger el cetro de nuestra lírica poesía.

Ramón de Mesonero Romanos, Memorias de un setentón, Tomo II, Segunda Época, Capítulo II, 1827-1828, «La juventud literaria y política», I (fragmento)

martes, 7 de mayo de 2019

Perritos 27

José Garnelo y Alda, El guardián de la casa, Museo Garnelo, Montilla
Foto: Antonio Erena, 03.05.19
«Llegamos, pues, por nuestras jornadas contadas a Montilla, villa del famoso y gran cristiano Marqués de Priego, señor de la casa de Aguilar y de Montilla. Alojaron a mi amo, porque él lo procuró, en un hospital; echó luego el ordinario bando, y, como ya la fama se había adelantado a llevar las nuevas de las habilidades y gracias del perro sabio, en menos de una hora se llenó el patio de gente. Alegróse mi amo viendo que la cosecha iba de guilla, y mostróse aquel día chacorrero en demasía. Lo primero en que comenzaba la fiesta era en los saltos que yo daba por un aro de cedazo, que parecía de cuba: conjurábame por las ordinarias preguntas, y cuando él bajaba una varilla de membrillo que en la mano tenía, era señal del salto; y cuando la tenía alta, de que me estuviese quedo. El primer conjuro deste día (memorable entre todos los de mi vida) fue decirme: ''Ea, Gavilán amigo, salta por aquel viejo verde que tú conoces que se escabecha las barbas; y si no quieres, salta por la pompa y el aparato de doña Pimpinela de Plafagonia, que fue compañera de la moza gallega que servía en Valdeastillas. ¿No te cuadra el conjuro, hijo Gavilán? Pues salta por el bachiller Pasillas, que se firma licenciado sin tener grado alguno. ¡Oh, perezoso estás! ¿Por qué no saltas? Pero ya entiendo y alcanzo tus marrullerías: ahora salta por el licor de Esquivias, famoso al par del de Ciudad Real, San Martín y Ribadavia''. Bajó la varilla y salté yo, y noté sus malicias y malas entrañas».

Miguel de Cervantes, «El coloquio de los perros», Novelas ejemplares (habla Berganza)

jueves, 2 de mayo de 2019

Excéntricos 21

Lápida de bronce en la casa en la que murió en Madrid el poeta Bernardo López (11.12.1838 - 15.11.1870),
obra del escultor Jacinto Higueras (1925)
Foto: Carlos Viñas-Valle
Oigo, patria, tu aflicción
y escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto,
la campana y el cañón;
sobre tu invicto pendón
miro flotantes crespones
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas funerarias
de la iglesia las plegarias
y del arte las canciones.

Lloras, porque te insultaron
los que su amor te ofrecieron...
¡A ti, a quien siempre temieron
porque tu gloria admiraron;
a ti, por quien se inclinaron
los mundos de zona a zona;
a ti, soberbia matrona,
que libre de extraño yugo
no has tenido más verdugo
que el peso de tu corona!

Do quiera la mente mía
sus alas rápidas lleva
allí un sepulcro se eleva
cantando tu valentía:
desde la cumbre bravía
que el sol indio tornasola
hasta el África , que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!

Tembló el orbe a tus legiones
y de la espantada esfera
sujetaron la carrera
las garras de tus leones;
nadie humilló tus pendones
ni te arrancó la victoria;
pues de tu gigante gloria
no cabe el rayo fecundo
ni en los ámbitos del mundo
ni en el libro de la historia.

Siempre en lucha desigual
cantan tu invicta arrogancia
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial;
en tu suelo virginal
no arraigan extraños fueros
porque indómitos y fieros
saben hacer tus vasallos
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros.

Y aun hubo en la tierra un hombre
que osó profanar tu manto...
¡Espacio falta a mi canto
para maldecir su nombre!
Sin que el recuerdo me asombre
con ansia abriré la historia:
presta luz a mi memoria
y el mundo y la patria a coro
oirán el himno sonoro
de tus recuerdos de gloria.

Aquel genio de ambición
que, en su delirio profundo
captando guerra, hizo al mundo
sepulcro de su nación,
hirió al ibero león
ansiando a España regir
y no llegó a percibir,
ebrio de orgullo y poder,
que no puede esclavo ser
pueblo que sabe morir.

¡Guerra!, clamó ante el altar
el sacerdote con ira;
¡guerra!, repitió la lira
con indómito cantar;
¡guerra!, gritó al despertar
el pueblo que al mundo aterra;
y cuando en hispana tierra
pasos extraños se oyeron
hasta las tumbas se abrieron
gritando: ¡venganza y guerra!

La virgen, con patrio ardor,
ansiosa salta del lecho,
el niño bebe en su pecho
odio a muerte al invasor;
la madre mata su amor
y cuando calmado está
grita al hijo que se va:
"¡Pues, que la patria lo quiere,
lánzate al combate y muere,
tu madre te vengará!"

¡Y suenan patrias canciones
cantando santos deberes,
y van roncas las mujeres
empujando los cañones;
al pie de libres pendones
el grito de patria zumba
y el rudo cañón retumba
y el vil invasor se aterra
y al suelo le falta tierra
para cubrir tanta tumba!

* * *
Mártires de la lealtad
que, del honor al arrullo,
fuisteis de la patria orgullo
y honra de la humanidad
en la tumba descansad;
que el valiente pueblo ibero
jura con rostro altanero
que, hasta que España sucumba,
no pisará vuestra tumba
la planta del extranjero.

                                                      Bernardo López, Oda al Dos de Mayo