El autor y su prima Meli R. Camacho en el Chevrolet Convertible Cabriolet 1931 ("la Cacharreta") de su abuelo, Martos, foto: Andrés Erena, 1962-63 |
Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra,
a la luz de la luna y al sueño, en la carretera desierta,
conduzco solo, conduzco casi despacio, y un poco
me parece, o me fuerzo un poco para que me parezca,
que voy por otra carretera, por otro sueño, por otro mundo,
que voy sin haber Lisboa dejado o Sintra a la que llegar,
que voy, ¿y qué más habrá en ir sino no pararse pero ir?
Voy a pasar la noche a Sintra porque no puedo pasarla en
Lisboa,
pero, cuando llegue a Sintra, me dará pena no haberme quedado
en Lisboa.
Siempre esta inquietud sin resolución, sin nexo, sin
consecuencia,
siempre, siempre, siempre,
esta angustia excesiva del espíritu por nada,
en la carretera de Sintra, o en la carretera del sueño, o en
la carretera de la vida…
Maleable a mis movimientos subconscientes del volante,
corre debajo de mí conmigo el automóvil que me han prestado.
Me sonrío del símbolo, cuando pienso en él, y al virar a la
derecha.
¡En cuántas cosas que me han prestado voy por el mundo!
¡Cuántas cosas que me han prestado guío como mías!
¡Cuanto me han prestado, ay de mí, soy yo mismo!
A la izquierda la casucha -sí, la casucha- al borde la
carretera.
A la derecha, el campo abierto, con la luna a lo lejos.
El automóvil, que parecía hace poco proporcionarme libertad,
es ahora algo en lo que estoy encerrado,
que sólo puedo conducir si estoy encerrado en ello,
que sólo domino si me incluyo en ello, si ello me incluye a
mí.
A la izquierda, hacia atrás, la casucha modesta, más que
modesta.
La vida allí debe ser feliz, sólo porque no es la mía.
si alguien me ha visto desde la ventana de la casucha,
soñará: ¡Ése sí que es feliz!
Tal vez para el niño que miraba por los cristales de la
ventana del piso de arriba
me he convertido (con el automóvil prestado) en un sueño, en
una hada real.
Tal vez para la muchacha que ha mirado, al oír el motor, por
la ventana de la cocina
del piso bajo,
tengo algo de príncipe de todos los corazones de muchacha,
y me habría mirado de soslayo, a través de los cristales,
hasta la curva en la que me he perdido
¿Dejaré sueños detrás de mí o es el automóvil el que los
deja?
¿Yo, el conductor de un automóvil prestado, o el automóvil
prestado que guío?
En la carretera de Sintra, a la luz de la luna, en la
tristeza, ante los campos y la noche,
guiando desconsoladamente el Chevrolet prestado,
me pierdo en la carretera futura, desaparezco en la
distancia que alcanzo,
y, con un deseo terrible, súbito, violento, inconcebible,
acelero…
Pero mi corazón se ha quedado en el montón de piedras, del
que me he desviado al verlo sin verlo,
a la puerta de la casucha,
mi corazón vacío,
mi corazón insatisfecho,
mi corazón más humano que yo, más exacto que la vida.
En la carretera de Sintra, cerca de medianoche, a la luz de
la luna, al volante,
en la carretera de Sintra, qué cansancio de la propia
imaginación,
en la carretera de Sintra, cada vez más cerca de Sintra,
en la carretera de Sintra, cada vez menos cerca de mí…
Fernando Pessoa, Álvaro de Campos, Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra (trad. Ángel
Crespo)