Dehesa florida (Bellis sylvestris y Echium plantagineum), carretera de Las Viñas de Peñallana al El Centenillo, foto: Antonio Erena, 29.04.22 |
Dios te salve,
Virgen de la Cabeza, reina y madre de misericordia, que desde las solanas del
Jándula, atalaya sois de las cumbres incómodas.
Vida, dulzura y
esperanza nuestra en la grandeza de vuestro altar serrano, que cierran en
columnas de rocas enmontadas los peñones del Tamujar y del Rosalejo, sobre los
azules retablos de la Sierra Madrona.
Dios te salve, Patrona
de los viejos monteros.
A ti llamamos,
Señora de las pedrizas y de las umbrías, los desterrados hijos de Eva, que ven
en Vos, la luz inmaterial que ilumina los riscos.
A ti suspiramos,
Patrona de los portillos y de las manchas, gimiendo y llorando en este valle de
lágrimas, que a tus pies dividimos para tu patronazgo en esos valles del Estena
y del Bembézar, del Bullaque y del Sardinilla, del Jándula y del Guadiana, que
en el mapa de España mosaico son de nuestra humilde ofrenda.
Ea, pues,
Señora, Abogada nuestra; desde tu alto Santuario, laureado y castrense, bendice
aquellos suelos que tu mirar sencillo endulzó siempre y cierra donde la áspera
negrura de Los Alarcones y El Contadero, hasta la sonrisa soleada de Valdelagrana
y El Socor, el garabato femenino de tu bendición generosa.
Vuelve a
nosotros esos tus ojos misericordiosos, para que la fuerza de tu amparo se
extienda a los lejanos alcornocales de Hornachuelos y de la Sierra de San
Pedro; a los bravíos montes de Ciudad Real y de Toledo; a las nieves del
Pirineo y de Cantabria, donde unos hombres de buena voluntad, adorando a la Creación
entera, en ti adoran a la más alta y tierna de las criaturas.
Y después de
este destierro, Virgen Santa de Andújar, muéstranos a Jesús, fruto bendito de
tu vientre.
¡Oh
clementísima! ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce siempre Virgen María! Protege a cuantos
aman las soledades que te sirven de manto y el aire puro que es corona de luz
en tu Santuario.
Ruega por
nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar tus mercedes
en el servicio de una caballerosa regla de intemperies, que ya condujo a
Eustaquio el Romano, a Germán el Galo y a Huberto el de Aquitania, por la senda
que lleva a gozar las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
Jaime de Foxá, Salve de los monteros