jueves, 29 de septiembre de 2022

Quijotes y Sanchos 1

Hotel El Puerto, Puerto Lápice
Foto: Antonio Erena (05.09.22)

Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.

—¡Válame Dios! —dijo Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?

—Calla, amigo Sancho —respondió don Quijote—, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.

—Dios lo haga como puede —respondió Sancho Panza.

Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba muy pesaroso, por haberle faltado la lanza; y diciéndoselo a su escudero, le dijo:

—Yo me acuerdo haber leído que un caballero español llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre «Machuca», y así él como sus decendientes se llamaron desde aquel día en adelante «Vargas y Machuca». Hete dicho esto porque de la primera encina o roble que se me depare pienso desgajar otro tronco, tal y tan bueno como aquel que me imagino; y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.

Cervantes, Don Quijote, Primera Parte, Capítulo VIII (fragmento).

Año Cervantes 10 (anterior entrada del blog)

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Parecidos razonables 26

Piranesi, Vista, en la vía del Corso, del palacio de la Academia (palacio Mancini)
Fuente: Wikipedia
Madrid, Ministerio de Hacienda, imprenta Hauser y Menet, tarjeta postal, 1901
Fuente: Memoria de Madrid (página web)

lunes, 26 de septiembre de 2022

Ríos 3

Cascada del río Cifuentes en Trillo
Foto: José Joaquín Quesada, 25.09.22
     Al llegar a Trillo el paisaje es aún más feraz. La vegetación crece al apoyo del agua, y los árboles suben, airosos como en Brihuega. Esta tierra, con agua, parece una tierra muy buena; hasta se ve algún que otro castaño, de vez en cuando. A la entrada del pueblo hay una casa muy arreglada, toda cubierta de flores; en ella vive, ya viejo y retirado, cultivando sus rosales y sus claveles y trabajando su huerta, un veterano alpinista que se llama Schmidt. Schmidt, que piensa construirse una casa enfrente de la cascada del Cifuentes, poco antes de caer en el Tajo, fue un montañero famoso; en la sierra de Guadalajara hay un camino que lleva su nombre.
     La cascada de[l] Cifuentes es una hermosa cola de caballo, de unos quince o veinte metros de altura, de agua espumeante y rugidora. Sus márgenes están rodeadas de pájaros que se pasan el día silbando. El sitio para hacer una casa es muy bonito, incluso demasiado bonito.
     El viajero busca un sitio para pasar la noche, deja su equipaje y se va a dar una vuelta por el pueblo. Desde el puente ve correr el Tajo, sucio, terroso, con las márgenes imprecisas. En sus orillas, unos pescadores de caña con aire de campesinos o de muleros, con traje de pana, faja negra y camisa con botón en el cuello, esperan pacientemente a que pique alguna trucha. Poco más abajo, unas mujeres lavan la ropa.
 
Sobre la cascada
canta el ruiseñor.
A orillas del Tajo
pesca el labrador.
En la tierna huerta
labra el pescador.
Granan los geranios
sobre albo verdor.
Los árboles tienen
aire de señor.
Desde Trillo huele
el mundo a otro olor.
 
Camilo José Cela, Viaje a la Alcarria (fragmento), Plaza & Janés, 2002, pp. 114-115.

martes, 20 de septiembre de 2022

Necesidad

Ensinar os ignorantes (Enseñar a los ignorantes, 1760),
panel de azulejos de la serie de las Obras de Misericordia,
 iglesia de la Misericordia, Tavira
Foto: Antonio Erena, 20.07.22

lunes, 19 de septiembre de 2022

Partida

La reina Isabel II montando al pony Fern en Windsor
Fuente: Twitter, The Royal Family (@RoyalFamily), 31.05.20
I grieve and dare not show my discontent,
I love and yet am forced to seem to hate,
I do, yet dare not say I ever meant,
I seem stark mute but inwardly do prate,
I am and not, I freeze and yet am burned,
Since from myself another self I turned.
 
My care is like my shadow in the sun,
Follows me flying, flies when I pursue it,
Stands and lies by me, doth what I have done;
His too familiar care doth make me rue it,
No means I find to rid him from my breast,
Till by the end of things it be supprest.
 
Some gentler passion slide into my mind,
For I am soft and made of melting snow;
Or be more cruel, love, and so be kind,
Let me or float or sink, be high or low,
Or let me live with some more sweet content,
Or die and so forget what love ere meant.

 
Me apeno y no me atrevo a mostrar mi descontento;
amo y, sin embargo, me veo obligada a fingir que odio;
hago, pero no me atrevo a decir lo que siempre quise decir;
parezco completamente muda, pero murmuro por dentro;
soy y no soy, me hielo y sin embargo me quemo
desde que de mí misma en otra me convertí.
 
Mi preocupación es como mi sombra al sol:
volando me sigue, vuela cuando la persigo,
permanece y yace a mi lado, hace lo que yo he hecho;
su inquietud demasiado familiar me hace arrepentirme,
no encuentro ningún medio para librarla de mi pecho
hasta que al final de todo sea suprimida.
 
Una pasión más suave se desliza en mi mente,
pues soy suave y estoy hecha de nieve derretida;
o sé más cruel, amor, y sé amable,
déjame o flotar o hundirme, subir o bajar,
o déjame vivir con un más dulce contento,
o morir y así olvidar lo que significaba el amor.
 
Isabel I de Inglaterra, A la partida de Monsieur (On Monsieur’s Departure), 1582 (trad.: Antonio Erena)

jueves, 15 de septiembre de 2022

Gastromanía 35

Fuente granadina con higos
Foto: Antonio Erena, 14.09.22
Se van los años cada vez más breves,
con rosas primavera, con los trigos
el verano, el otoño con los higos
y el negro invierno con las blancas nieves.
 
Según hacia tu ocaso más te mueves
más raudos van, de tu vivir testigos
que te arrancan, cual fieros enemigos,
al reposo. Si allá en las horas leves
 
de mocedad marchaban en tortuga,
hoy descubres la ley que nos aflige
de gravedad, a tu primer arruga;
 
más cerca de la tierra se te exige
que corras más y no queda otra fuga
que ir a parar donde el destino fije.
 
Miguel de Unamuno, «Los sonetos de Bilbao, XVII - La ley de la gravedad»,
Rosario de Sonetos Líricos, Imprenta Española, Madrid, 1911

lunes, 12 de septiembre de 2022

Obituarios 51

Javier Marías en su casa de Madrid
Foto: Gianfranco Tripodo, The New York Times, 1.08.2019
Y la prisa venía porque tenía conciencia de que lo que no oyera ahora ya no lo iba a oír; no iba a haber repetición, como cuando uno oye una cinta o ve un vídeo y puede retroceder, sino que cada susurro no aprehendido ni comprendido se perdería para siempre jamás. Es lo malo que tiene cuanto nos sucede y no es registrado, o aún peor, ni siquiera sabido ni visto ni oído, porque luego no hay forma de recuperarlo. El día que no estuvimos juntos ya no habremos estado juntos, o lo que se nos iba a decir por teléfono cuando nos llamaron y no respondimos no será nunca dicho, no lo mismo ni con el mismo espíritu; y todo será levemente distinto o del todo distinto por nuestra falta de atrevimiento que nos disuadió de hablaros. Pero incluso si aquel día estuvimos juntos, o estábamos en casa cuando nos telefonearon, o nos atrevimos a hablaros venciendo el temor y olvidando el riesgo, aun así nada de ello se volverá a repetir, y por consiguiente llegará un momento en el que haber estado juntos será como no haberlo estado, y haber descolgado el teléfono como no haberlo hecho, y habernos atrevido a hablaros como haber callado. Hasta las cosas más imborrables tienen una duración, como las que no dejan huella o ni siquiera suceden, y si estamos prevenidos y las anotamos o las grabamos o las filmamos, y nos llenamos de recordatorios e incluso tratamos de sustituir lo ocurrido por la mera constancia y registro y archivo de lo que ocurrió, de modo que lo que en verdad ocurra desde el principio sea nuestra anotación o nuestra grabación o nuestra filmación, sólo eso; aun en ese perfeccionamiento infinito de la repetición habremos perdido el tiempo en que las cosas acontecieron de veras (aunque sea el tiempo de la anotación); y mientras tratamos de revivirlo o reproducirlo y hacerlo volver e impedir que sea pasado, otro tiempo distinto estará aconteciendo, y en ese, sin duda, no estaremos juntos ni cogeremos ningún teléfono ni nos atreveremos a nada ni podremos evitar ningún crimen ni ninguna muerte (aunque tampoco lo cometeremos ni las causaremos), porque lo estaremos dejando pasar de lado como si no fuera nuestro en nuestro intento enfermizo de que no termine y regrese lo que ya pasó. Así, lo que vemos y oímos acaba por asemejarse y aun igualarse con lo que no vimos ni oímos, es sólo cuestión de tiempo, o de que desaparezcamos. Y a pesar de todo no podemos dejar de encaminar nuestras vidas hacia el oír y el ver y el presenciar y el saber, con el convencimiento de que esas vidas nuestras dependen de estar juntos un día o responder a una llamada, o de atrevernos, o de cometer un crimen o causar una muerte y saber que fue así. A veces tengo la sensación de que nada de lo que sucede sucede, porque nada sucede sin interrupción, nada perdura ni persevera ni se recuerda incesantemente, y hasta la más monótona y rutinaria de las existencias se va anulando y negando a sí misma en su aparente repetición hasta que nada es nada ni nadie es nadie que fueran antes, y la débil rueda del mundo es empujada por desmemoriados que oyen y ven y saben lo que no se dice ni tiene lugar ni es cognoscible ni comprobable. Lo que se da es idéntico a lo que no se da, lo que descartamos o dejamos pasar idéntico a lo que tomamos y asimos, lo que experimentamos idéntico a lo que no probamos, y sin embargo nos va la vida y se nos va la vida en escoger y rechazar y seleccionar, en trazar una línea que separe esas cosas que son idénticas y haga de nuestra historia una historia única que recordemos y pueda contarse. Volcamos toda nuestra inteligencia y nuestros sentidos y nuestro afán en la tarea de discernir lo que será nivelado, o ya lo está, y por eso estamos llenos de arrepentimientos y de ocasiones perdidas, de confirmaciones y reafirmaciones y ocasiones aprovechadas, cuando lo cierto es que nada se afirma y todo se va perdiendo. O acaso es que nunca hubo nada.

Javier Marías, Corazón tan blanco (fragmento).

La pandemia no ha terminado, y a diario nos llegan noticias de conocidos infectados. Pero como en España los estultos gobernantes y buena parte de la población han decidido que sí, que el virus ya es agua pasada, quizá no esté de más echar la vista atrás e intentar recordar cómo era el mundo anterior al covid. Una ojeada somera indica que todas las sandeces y cursilerías que en su día se soltaron y escribieron — “Saldremos mejores”, “Se nos brinda la oportunidad de reflexionar y elegir prioridades”, etc— han resultado ser, amén de sandias y cursis, enteramente falsas o erróneas. Da más bien la impresión de que casi todo el mundo, con los políticos a la cabeza una vez más, hubiera estado aguardando ansiosamente para volver a sus majaderías sin alterar una coma. Las televisiones emiten los mismos programas zafios y vejatorios, los informativos siguen siendo infames, la publicidad más abyecta que nunca —y ya es decir—, los líderes continúan a pedradas y haciendo gala de inepcia y vacuidad, las gentes han reanudado sus viejas costumbres de viajar sin ton ni son en abominables cruceros e infinitos vuelos contaminantes, de hacer fotos de platos o de sí mismas y acudir en masa a todo (porque “hay que ir”) aunque no les interese lo más mínimo; las riadas de turistas han regresado para dolor de nuestras ciudades, paisajes y playas, la afición a opinar de cuanto se ignora permanece inalterable en las tertulias como en las redes, la mala baba es omnipresente sin que preocupe el daño que pueda infligirse, la mayoría lo busca con ahínco; la capacidad de raciocinio, lejos de mejorar, ha empeorado: sólo faltaba una plaga para avivar las teorías conspiratorias y el mal agüero; los bancos han aprovechado para cerrar sucursales y despedir a empleados, la Administración para convertir cualquier gestión en un laberinto sin salida, las compañías eléctricas para sacarles los higadillos a los ciudadanos modestos; la llamada “solidaridad” ha pasado a ser una mera palabra en boca de sinvergüenzas demagógicos. A mi parecer, en suma, no hemos salido de la pandemia, pero somos iguales o peores.

Hay una invasión de Putin que nos procura pesadillas pero en el fondo nos trae sin cuidado: aquí lo que de verdad importa es la Semana Santa, la Feria de Sevilla, los sanisidros, los sanfermines, el próximo puente y los 200.000 festejos populares que se avecinan con el buen tiempo. Y por supuesto las vacaciones de agosto, para las que se calientan ya los motores de las escapaditas, las cervecitas, las playitas, las paellitas, las gambitas, los bañitos, las siestecitas y los aperitivitos.

Y sin embargo… ¿No tienen la sensación de que cuanto fue anterior al virus está increíblemente lejos, mucho más que los dos años que han transcurrido? Aún es más, ¿no la tienen de que los meses de confinamiento forzoso pertenecen a otra época, tan distante que se recuerda brumosa? ¿Y los aplausos a los sanitarios desde los balcones? ¿Y Trump, que todavía gobernaba cuando se inició la peste? ¿No les parece que hace siglos de la investidura de Sánchez y del (políticamente) fenecido Iglesias? ¿Que el actual Gobierno, lejos de los dos años y medio que lleva en el poder, acumula en él más de un lustro? ¿Quién se acuerda de Iván Redondo, González Laya o Celaá, que tanto dieron que hablar (para mal)? ¿Quién de Cospedal o Sáenz de Santamaría? Es imposible que hace sólo tres años ellas y su jefe cortaran el bacalao. ¿Quién de la criminal incompetencia de Albert Rivera, que de haber sido menos vano podría ser Vicepresidente aún hoy? ¿Quién de Torra y de su afición a llamar “hienas” a los españoles y a los catalanes no fanáticos?

Todo continúa invariable, más o menos. Yo pienso, en cambio, que se rompió el hilo de la continuidad de nuestras vidas, por mucho que finjamos haberlas reanudado exactamente donde las dejamos el 15 de marzo de 2020. Que todavía vivimos en estado de shock y de incredulidad, artificialmente anestesiados y desmemoriados, intentando pasar por alto lo que nos ha ocurrido. Si los casi 200 asesinados en los atentados de 2004 supusieron un trauma insuperable durante mucho tiempo, ¿cómo no vamos a estar estupefactos y horrorizados por la muerte —no violenta, algo es algo— de las 100.000 o más personas víctimas del virus? ¿Qué país puede encajar eso tan alegre y frívolamente como aparentamos haberlo digerido nosotros? Qué digo “digerido”: arrinconado, arrumbado, borrado, negado. Me temo que los únicos que lo tienen presente a estas joviales alturas son los familiares de los difuntos y los admirables médicos, enfermeras y demás personal sanitario, sobreexplotados, que tantas agonías presenciaron, tantos combates entre la vida y la muerte, tanto horror y agotamiento e incertidumbre padecieron un día interminable tras otro, y que en número no escaso perdieron la salud o la vida por cuidar y salvar a sus pacientes, aunque algunos se lo pagaran con exigencias y desplantes —”Para eso están ustedes, para curarnos si enfermamos”—. Me pregunto con qué desolación ven ellos los actuales desenfrenos y farras, ahora que creemos que todo ha pasado, cuando en realidad no ha pasado.

Javier Marías, «Como si no hubiera pasado», El País Semanal, 29.05.22

viernes, 9 de septiembre de 2022

Obituarios 50

Cecil Beaton, La reina Isabel II el día de su coronación
(Queen Elizabeth II on her Coronation Day), 2.06.1953, The Royal Collection

jueves, 8 de septiembre de 2022

Coplas

Diego de Mora, Virgen de la Aurora, Montejícar (desaparecida)
Fuente: Conservación Restauración Imaginería Salvador Guzmán Moral (blogspot)
Consolación y Aurora (anteriores entradas del blog)

¡Levántate ya
y verás una rosa encarnada
y un lirio morado
al pie del altar!
 
Y no hay que dudar
que por chica que sea la Hostia
esta Dios entero
sin faltarle na.
 
Llega, pecador,
a la mesa de la Eucaristía
donde te convida
nuestro Salvador.
 
Juan Montijano Chica, Estribillos de las coplas del Rosario de la Aurora de Torredonjimeno, Historia de la Ibérica Tosiria. La actual Torredonjimeno, Madrid, 1983, pág. 201.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

martes, 6 de septiembre de 2022

Horizonte

Atardecer en los molinos de Consuegra
Foto: José Joaquín Quesada, 4.09.22
                        Horizonte

En una tarde clara y amplia como el hastío,
cuando su lanza tórrida blande el viejo verano,
copiaban el fantasma de un triste sueño mío
mil sombras en teoría y enhiestas sobre el llano.
La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,
era un cristal de llamas, que al infinito viejo
iba arrojando el triste soñar en la llanura...
Y yo sentí la espuela sonora de mi paso
repercutir lejana en el sangriento ocaso,
y aun más allá, la alegre canción de un alba pura.

Antonio Machado, «Horizonte», de Soledades (1903)

jueves, 1 de septiembre de 2022

Vuelta

Vista del pantano del Víboras con el castillo al fondo, foto: Joaquín Marchal, 29.08.22

Heureux qui comme Ulysse, a fait un beau voyage,
Ou comme cestui-là qui conquit la toison,
Et puis est retourné, plein d’usage et raison,
Vivre entre ses parents le reste de son âge !

Quand reverrai-je, hélas, de mon petit village
Fumer la cheminée, et en quelle saison
Reverrai-je le clos de ma pauvre maison,
Qui m’est une province, et beaucoup davantage ?

Plus me plaît le séjour qu’ont bâti mes aïeux,
Que des palais romains le front audacieux,
Plus que le marbre dur me plaît l’ardoise fine :

Plus mon Loir gaulois, que le Tibre latin,
Plus mon petit Liré, que le mont Palatin,
Et plus que l’air marin la douceur angevine.
 
¡Feliz quien, como Ulises, ha hecho un hermoso viaje,
o como aquel que conquistó el toisón
y luego volvió, lleno de experiencia y razón,
a vivir con sus padres el resto de sus días!
 
¿Cuándo volveré a ver, ¡ay!, de mi pequeña aldea
humear la chimenea, y en qué estación
volveré a ver el patio de mi pobre casa,
que es para mí una provincia y mucho más?
 
Más me gusta la morada que construyeron mis ancestros
que de los palacios romanos la fachada atrevida,
más que el mármol duro me gusta la pizarra fina;
 
más mi Loira galo que el Tíber latino,
más mi pequeño Liré que el monte Palatino,
y más que el aire del mar, la dulzura angevina.

Joaquim du Bellay, «¡Feliz quien, como Ulises…!» («Heureux qui, comme Ulysse…!»),
de Los lamentos (Les Regrets, XXXI, 1558), trad.: Antonio Erena