jueves, 30 de abril de 2020

Enamorado (confinados 3)

El castillo de Arjonilla con el torreón de Macías, antes de su reconstrucción, fuente: blog Historia de Arjonilla
Prisionero, anterior entrada del blog

Cativo de miña tristura,
ya todos prenden espanto
y preguntan qué ventura
foi que me tormenta tanto.
Mais non sei no mundo amigo
que mais de meu quebranto
diga de esto que vos digo:

Quen ben see nunca debía
al pensar que faz’ folía.

Cuidé sobir en alteza
por cobrar mayor estado,
y caí en tal pobresa
que moiro desamparado
con pesar y con deseio,
¿qué vos direi, malfadado?
Lo que yo he ben obeio.

Cando o loco quer mais alto
sobir prende mayor salto.

Pero que probé sandece
porque me deba pesar,
miña locura así crece
que moiro por en tornar;
pero máis non averéi
si no ver y deseiar,
y por én así diréi:

Quen en cárcel sol’ biver
en cárcel deseia morer.

Miña ventura en demanda
me puso atán dubdada,
que mi corazón me manda
que seia sempre negada,
por máis no saberan
de miña coita lazdrada
y por én así dirán:

Can rabioso y cosa brava
de su señor sé que trava.

Macías el Enamorado, «Cantiga de Macías para su amiga», Antología del Cancionero de Baena, 89 (ed. Jesús L. Serrano Reyes, Baena, 2000)

miércoles, 29 de abril de 2020

Desescalada

Cristino Soravilla, dibujo para Don Quijote, Primera Parte, Capítulo II, ed. Hernando, 1962
Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía, y, ansí, una de aquellas señoras servía deste menester. Mas al darle de beber, no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y, puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino; y todo esto lo recebía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo y que le servían con música y que el abadejo eran truchas, el pan candeal, y las rameras damas y el ventero castellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su determinación y salida.

Cervantes, Don Quijote, Primera Parte, Capítulo II (fragmento)

lunes, 27 de abril de 2020

Cacerolada

Gama de productos Línea Teja de la fábrica Esmaltaciones La Estrella, Logroño
     Aquí llegaban de su plática, y el auditorio, que se componía, además del abad de Naya, del de Boán y del señorito de Limioso, guardaba el silencio de la humillación y la derrota. De repente un espantoso estruendo, formado por los más discordantes y fieros ruidos que pueden desgarrar el tímpano humano, asordó la estancia. Sartenes rascadas con tenedores y cucharas de hierro; tiestos de cocina tocados como címbalos; cacerolas, dentro de las cuales se agitaba en vertiginoso remolino un molinillo de batir chocolate; peroles de cobre en que tañían broncas campanadas fuertes manos de almirez; latas atadas a un cordel y arrastradas por el suelo; trébedes repicados con varillas de hierro, y, por cima de todo, la lúgubre y ronca voz del cuerno, y la horrenda vociferación de muchas gargantas humanas, con esa cavernosidad que comunica a la laringe el exceso de vino en el estómago. Realmente acababan los bienaventurados músicos de agotar una redonda corambre, que en la Casa Consistorial les había brindado la munificencia del secretario. Por entonces aún ignoraban los electores campesinos ciertos refinamientos, y no sabían pedir del vino que hierve y hace espuma, como algunos años después, contentándose con buen tinto empecinado del Borde. Al través de las vidrieras de Barbacana penetraba, junto con el sonido de los hórridos instrumentos y descompasada gritería, vaho vinoso, el olor tabernario de aquella patulea, ebria de algo más que del triunfo. El arcipreste se enderezaba los espejuelos; su rostro congestionado revelaba inquietud. El cura de Boán fruncía el cano entrecejo. Don Eugenio se inclinaba a echarlo todo a broma. El señorito de Limioso, resuelto y tranquilo, se aproximó a la ventana, alzó un visillo y miró.
     La cencerrada proseguía, implacable, frenética, azotando y arañando el aire como una multitud de gatos en celo el tejado donde pelean; súbitamente, de entre el alboroto grotesco se destacó un clamor que en España siempre tiene mucho de trágico: un muera.

Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa, Tomo II, Capítulo XXVI (fragmento)

domingo, 26 de abril de 2020

Morenita

Azulejo con texto de Antonio Machado en la casa de la Cofradía de Bailén, Cerro de la Virgen de la Cabeza, Andújar, foto: Antonio Erena, 3.06.18
CLXXI 
A LA MANERA DE JUAN DE MAIRENA
Apuntes para una geografía emotiva de España
 

¡Torreperogil!
¡Quién fuera una una torre, torre del campo
del Guadalquivir!
 
II 
Sol en los montes de Baza.
Mágina y su nube negra.
En el Aznaitín afila
su cuchillo la tormenta.
 
III 
En Garcíez
hay más sed que agua;
en Jimena, más agua que sed.
 
IV 
¡Qué bien los nombres ponía
quien puso Sierra Morena
a esta serranía!
 
V 
En Alicún se cantaba:
“Si la luna sale,
mejor entre los olivos
que en los espartales.”
 
VI 
Y en la sierra de Quesada:
“Vivo en pecado mortal:
no te debiera querer;
por eso te quiero más.”
 
VII 
Tiene una boca de fuego
y una cintura de azogue.
Nadie la bese.
Nadie la toque.
Cuando el látigo del viento
suena en el campo: ¡amapola!
(como llama que se apaga
o beso que no se logra)
su nombre pasa y se olvida.
Por eso nadie la nombra.
Lejos, por los espartales,
más allá de los olivos,
hacia las adelfas
y los tarayes de río,
con esta luna de la madrugada,
¡amazona gentil del campo frío!...
 
Antonio Machado, Cancionero apócrifo

viernes, 24 de abril de 2020

Música popular 99

Rumba Tres (antes de 1970, Los Espontáneos)
Rumba Tres, Grandes éxitos (audio)

Esto sí es felicidad,
del trabajo ni hablar,
¡olé, olé!;
esto sí es fenomenal,
vaya forma de volar,
¡olé, olé!

Yo traigo mi rumbita
de noche y de día,
no doy golpe, ni hago na,
todo el día pa dormir,
no hay vida mejor.

Y tengo aventuras y amores,
¡olé, olé!;
y sueños de gran fantasía,
¡olé, olé!

Y sé que en el mundo no hay
un ser tan feliz como yo:
que tengo lo que quiero,
amor, dinero y libertad;
que tengo lo que quiero,
amor, dinero y libertad.

Rumba Tres, Tengo lo que quiero

jueves, 23 de abril de 2020

Día del Libro 2020

Ilustración (xilografía) para la cabecera del Capítulo XLVIII
de la Primera Parte del Quijote, ed. Montaner y Simón, 1880-83
Yo, a lo menos replicó el Canónigo, he tenido cierta tentación de hacer un libro de caballerías, guardando en él todos los puntos que he significado; y si he de confesar la verdad, tengo escritas más de cien hojas. Y para hacer la experiencia de si correspondían a mi estimación, las he comunicado con hombres apasionados desta leyenda, dotos y discretos, y con otros ignorantes, que sólo atienden al gusto de oír disparates, y de todos he hallado una agradable aprobación; pero, con todo esto, no he proseguido adelante, así por parecerme que hago cosa ajena de mi profesión, como por ver que es más el número de los simples que de los prudentes, y que, puesto que es mejor ser loado de los pocos sabios que burlado de los muchos necios, no quiero sujetarme al confuso juicio del desvanecido vulgo, a quien por la mayor parte toca leer semejantes libros. Pero lo que más me le quitó de las manos, y aun del pensamiento de acabarle, fue un argumento que hice conmigo mesmo, sacado de las comedias que ahora se representan, diciendo: «Si estas que ahora se usan, así las imaginadas como las de historia, todas o las más son conocidos disparates y cosas que no llevan pies ni cabeza, y, con todo eso, el vulgo las oye con gusto, y las tiene y las aprueba por buenas, estando tan lejos de serlo, y los autores que las componen, y los actores que las representan dicen que así han de ser, porque así las quiere el vulgo, y no de otra manera, y que las que llevan traza y siguen la fábula como el arte pide no sirven sino para cuatro discretos que las entienden, y todos los demás se quedan ayunos de entender su artificio, y que a ellos les está mejor ganar de comer con los muchos, que no opinión con los pocos, deste modo vendrá a ser un libro, al cabo de haberme quemado las cejas por guardar los preceptos referidos, y vendré a ser el sastre del cantillo.

Miguel de Cervantes, Don Quijote, Primera Parte, Capítulo XLVIII, «Donde prosigue el canónigo la materia de los libros de caballerías con otras cosas dignas de su ingenio» (fragmento)

miércoles, 22 de abril de 2020

Lecturas 10

Chrétien de Troyes, Perceval o El cuento del Grial, ed. Martín de Riquer,
colección Austral Universal, Espasa Calpe, 1992
Era el tiempo en que los árboles florecen, la hierba, el bosque y los prados verdean, los pájaros cantan dulcemente en su latín por la mañana y toda criatura se inflama de alegría, cuando el hijo de la Dama Viuda se levantó en la Yerma Floresta Solitaria, y sin pereza puso la silla a su corcel, cogió tres venablos y salió así de la morada de su madre. Pensó que iría a ver a los labradores que tenía su madre, que le rastrillaban la avena; tenían doce bueyes y seis rastras. Así se internó en la floresta, y al punto el corazón se le alegró en las entrañas por la dulzura del tiempo y al oír el canto gozoso de los pájaros: todo esto le agradaba. Por la benignidad del tiempo sereno quitó el freno al corcel y lo dejó que paciera por la verde hierba fresca. Y él, que sabía arrojar muy bien los venablos que llevaba, iba en torno disparándolos ora hacia atrás, ora hacia adelante, ora hacia abajo, ora hacia arriba, hasta que oyó venir por el bosque a cinco caballeros armados de todas sus armas. Muy gran ruido hacían las armas de los que llegaban, pues a menudo chocaban con las ramas de las encinas y de los ojaranzos. Las lanzas entrechocaban con los escudos y las lorigas rechinaban; resonaba la madera, resonaba el hierro, tanto de los escudos como de las lorigas.

Chrétien de Troyes, Perceval o El cuento del Grial, ed. Martín de Riquer, «En la yerma floresta solitaria» (comienzo)

martes, 21 de abril de 2020

Casas 16 (confinados 2)

Tubinga, la torre de Hölderlin a orillas del Neckar con la casa de baños Eberhardt;
a su derecha, el edificio Patronentasche (La Cartuchera), más tarde demolido, c. 1910, fuente: Wikipedia
Y un otoño en que pueda mi canto madurar;
sólo de esa manera, saciado con tan dulces
juegos, el corazón aceptará su muerte.
Alma que en vida no disfrutó sus derechos
divinos, ni en el Orco logrará descansar;
mas si logro plasmar lo más querido
y sagrado, el poema, ¡bienvenidos seáis,
silencios de las sombras! Porque yo estoy contento
si mi música, al menos, no se pierde;
una vez, por lo menos, habré vivido igual
que los dioses, y más no será necesario.

Friedrich Hölderlin, A las parcas
trad. Federico Bermúdez-Cañete

viernes, 17 de abril de 2020

Música popular 98

Aguaviva (1969-1979)
Aguaviva, lista de reproducción en Youtube

¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora?
¿Qué miran los poetas andaluces de ahora? 
¿Qué sienten los poetas andaluces de ahora?           

Cantan con voz de hombre, ¿pero dónde están los hombres?         
con ojos de hombre miran, ¿pero dónde los hombres?        
con pecho de hombre sienten, ¿pero dónde los hombres?   

Cantan, y cuando cantan parece que están solos.    
Miran, y cuando miran parece que están solos.        
Sienten, y cuando sienten parecen que están solos. 

¿Es que ya Andalucía se ha quedado sin nadie?      
¿Es que acaso en los montes andaluces no hay nadie?        
¿Que en los mares y campos andaluces no hay nadie?        

¿No habrá ya quien responda a la voz del poeta?    
¿Quién mire al corazón sin muros del poeta?           
¿Tantas cosas han muerto que no hay más que el poeta?     

Cantad alto. Oiréis que oyen otros oídos.    
Mirad alto. Veréis que miran otros ojos.      
Latid alto. Sabréis que palpita otra sangre.  

No es más hondo el poeta en su oscuro subsuelo.    
encerrado. Su canto asciende a más profundo         
cuando, abierto en el aire, ya es de todos los hombres.       

Rafael Alberti, Balada para los poetas andaluces de hoy (1950)

jueves, 16 de abril de 2020

Habas (contadas)

Lámina botánica del haba (Vicia faba L.)
Ilustración: José Vicente Santamaría
Abril, anterior entrada del blog

   CXXVIII

   Heme aquí ya, profesor
de lenguas vivas (ayer
maestro de gay-saber,
aprendiz de ruiseñor),
en un pueblo húmedo y frío,
destartalado y sombrío,
entre andaluz y manchego.
Invierno. Cerca del fuego.
Fuera llueve un agua fina,
que ora se trueca en neblina,
ora se torna aguanieve.
Fantástico labrador,
pienso en los campos. ¡Señor
qué bien haces! Llueve, llueve
tu agua constante y menuda
sobre alcaceles y habares,
tu agua muda,
en viñedos y olivares.
Te bendecirán conmigo
los sembradores del trigo;
los que viven de coger
la aceituna;
los que esperan la fortuna
de comer;
los que hogaño,
como antaño,
tienen toda su moneda
en la rueda,
traidora rueda del año.
¡Llueve, llueve; tu neblina
que se torne en aguanieve,
y otra vez en agua fina!
¡Llueve, Señor, llueve, llueve!
   En mi estancia, iluminada
por esta luz invernal
—la tarde gris tamizada
por la lluvia y el cristal—,
sueño y medito.
Clarea
el reloj arrinconado,
y su tic-tic, olvidado
por repetido, golpea.
Tic-tic, tic-tic... Ya te he oído.
Tic-tic, tic-tic... Siempre igual,
monótono y aburrido.
Tic-tic, tic-tic, el latido
de un corazón de metal.
En estos pueblos, ¿se escucha
el latir del tiempo? No.
En estos pueblos se lucha
sin tregua con el reló,
con esa monotonía
que mide un tiempo vacío.
Pero ¿tu hora es la mía?
¿Tu tiempo, reloj, el mío?
(Tic-tic, tic-tic...) Era un día
(Tic-tic, tic-tic) que pasó,
y lo que yo más quería
la muerte se lo llevó.
   Lejos suena un clamoreo
de campanas...
Arrecia el repiqueteo
de la lluvia en las ventanas.
Fantástico labrador,
vuelvo a mis campos. ¡Señor,
cuánto te bendecirán
los sembradores del pan!
Señor, ¿no es tu lluvia ley,
en los campos que ara el buey,
y en los palacios del rey?
¡Oh, agua buena, deja vida
en tu huida!
¡Oh, tú, que vas gota a gota,
fuente a fuente y río a río,
como este tiempo de hastío
corriendo a la mar remota,
en cuanto quiere nacer,
cuanto espera
florecer
al sol de la primavera,
sé piadosa,
que mañana
serás espiga temprana,
prado verde, carne rosa,
y más: razón y locura
y amargura
de querer y no poder
creer, creer y creer!
   Anochece;
el hilo de la bombilla
se enrojece,
luego brilla,
resplandece
poco más que una cerilla.
Dios sabe dónde andarán
mis gafas... entre librotes
revistas y papelotes,
¿quién las encuentra?... Aquí están.
Libros nuevos. Abro uno
de Unamuno.
¡Oh, el dilecto,
predilecto
de esta España que se agita,
porque nace o resucita!
Siempre te ha sido, ¡oh Rector
de Salamanca!, leal
este humilde profesor
de un instituto rural.
Esa tu filosofía
que llamas diletantesca,
voltaria y funambulesca,
gran don Miguel, es la mía.
Agua del buen manantial,
siempre viva,
fugitiva;
poesía, cosa cordial.
¿Constructora?
—No hay cimiento
ni en el alma ni en el viento—.
Bogadora,
marinera,
hacia la mar sin ribera.
Enrique Bergson: Los datos
inmediatos
de la conciencia. ¿Esto es
otro embeleco francés?
Este Bergson es un tuno;
¿verdad, maestro Unamuno?
Bergson no da como aquel
Immanuel
el volatín inmortal;
este endiablado judío
ha hallado el libre albedrío
dentro de su mechinal.
No está mal;
cada sabio, su problema,
y cada loco, su tema.
Algo importa
que en la vida mala y corta
que llevamos
libres o siervos seamos:
mas, si vamos
a la mar,
lo mismo nos ha de dar.
¡Oh, estos pueblos! Reflexiones,
lecturas y acotaciones
pronto dan en lo que son:
bostezos de Salomón.
¿Todo es
soledad de soledades.
vanidad de vanidades,
que dijo el Eclesiastés?
Mi paraguas, mi sombrero,
mi gabán...El aguacero
amaina...Vámonos, pues.
   Es de noche. Se platica
al fondo de una botica.
—Yo no sé,
don José,
cómo son los liberales
tan perros, tan inmorales.
—¡Oh, tranquilícese usté!
Pasados los carnavales,
vendrán los conservadores,
buenos administradores
de su casa.
Todo llega y todo pasa.
Nada eterno:
ni gobierno
que perdure,
ni mal que cien años dure.
—Tras estos tiempos vendrán
otros tiempos y otros y otros,
y lo mismo que nosotros
otros se jorobarán.
Así es la vida, don Juan.
—Es verdad, así es la vida.
—La cebada está crecida.
—Con estas lluvias...
Y van
las habas que es un primor.
—Cierto; para marzo, en flor.
Pero la escarcha, los hielos...
—Y, además, los olivares
están pidiendo a los cielos
aguas a torrentes.
—A mares.
¡Las fatigas, los sudores
que pasan los labradores!
En otro tiempo...
Llovía
también cuando Dios quería.
—Hasta mañana, señores.
   Tic-tic, tic-tic... Ya pasó
un día como otro día,
dice la monotonía
del reloj.
   Sobre mi mesa Los datos
de la conciencia, inmediatos.
No está mal
este yo fundamental,
contingente y libre, a ratos,
creativo, original;
este yo que vive y siente
dentro la carne mortal
¡ay! por saltar impaciente
las bardas de su corral.

                          Baeza, 1913

Antonio Machado, «Poema de un día, Meditaciones rurales», de Campos de Castilla

miércoles, 15 de abril de 2020

Pandemia 3

Policías paramilitares chinos, en la plaza de Tiananmén
Fuente: EFE -  El Confidencial, 19.03.20
Adiós globalización, empieza un mundo nuevo. O por qué esta crisis es un punto de inflexión en la historia, John Gray, Ideas, El País, 12.04.20

Las calles desiertas se volverán a llenar y saldremos de nuestras madrigueras iluminados por la luz de las pantallas parpadeando con alivio. Pero el mundo será diferente de como lo imaginábamos en lo que pensábamos que eran tiempos normales. Esto no es una ruptura temporal de un equilibrio que, de lo contrario, sería estable. La crisis por la que estamos pasando es un punto de inflexión en la historia.

La era del apogeo de la globalización ha llegado a su fin. Un sistema económico basado en la producción a escala mundial y en largas cadenas de abastecimiento se está transformando en otro menos interconectado, y un modo de vida impulsado por la movilidad incesante tiembla y se detiene. Nuestra vida va a estar más limitada físicamente y a ser más virtual que antes. Está naciendo un mundo más fragmentado, que, en cierto modo, puede ser más resiliente.

El otrora formidable Estado británico se está reinventando rápidamente y a una escala nunca vista. El Gobierno, actuando con poderes de emergencia autorizados por el Parlamento, ha tirado por la borda la ortodoxia económica. El Servicio Nacional de Salud, maltratado por años de estúpida austeridad —al igual que las Fuerzas Armadas, la policía, las prisiones, los bomberos, los cuidadores y los limpiadores—, está contra las cuerdas, pero, gracias a la noble dedicación de sus trabajadores, se mantendrá a raya el virus. Nuestro sistema político sobrevivirá intacto. No habrá muchos países tan afortunados. Los Gobiernos de todo el mundo se debaten en el estrecho callejón entre suprimir el virus y aplastar la economía. Muchos tropezarán y caerán.

Que un país elimine la agricultura y dependa de otros se desechará como el disparate que siempre fue

En la visión a la que se aferran los intelectuales progresistas, el futuro es una versión más bonita del pasado reciente. Sin duda, eso les ayuda a preservar cierta apariencia de cordura. Su visión también socava el que en estos momentos es nuestro atributo más vital: la capacidad de adaptarnos y crear modos de vida diferentes. La tarea que nos espera consiste en construir economías y sociedades más duraderas y humanamente habitables que las expuestas a la anarquía del mercado global.

Esto no significa pasar a un localismo a pequeña escala. La población humana es demasiado numerosa para que la autosuficiencia local sea viable, y la mayor parte de la humanidad no está dispuesta a regresar a las comunidades pequeñas y cerradas de un pasado más distante. Pero la hiperglobalización de las últimas décadas tampoco va a volver. El virus ha dejado al descubierto puntos débiles fatales del sistema económico parcheado tras la crisis financiera de 2008. El capitalismo liberal está en quiebra.

A pesar de toda su palabrería sobre la libertad y la elección, en la práctica el liberalismo era un experimento de disolución de todas las fuentes tradicionales de cohesión social y legitimidad política y su sustitución por la promesa de un aumento del nivel material de vida. Ahora este experimento ha llegado a su fin. Para acabar con el virus es imprescindible un cierre económico que solo puede ser temporal, pero cuando la economía vuelva a arrancar, será en un mundo en el que los Gobiernos actuarán para poner freno al mercado mundial.
Creer que la crisis se puede resolver con un estallido de cooperación internacional es pensamiento mágico

No se tolerará una situación en la que una parte tan importante de los suministros médicos mundiales más necesarios se produzca en China o en cualquier otro país exclusivamente. La producción en este y otros sectores delicados se devolverá a los territorios de los Estados por motivos de seguridad nacional. La idea de que un país como el Reino Unido pudiese eliminar poco a poco la agricultura y depender de las importaciones de alimentos se desechará como el disparate que siempre ha sido. El sector aéreo se contraerá porque la gente viajará menos y las fronteras duras se convertirán en un rasgo duradero del paisaje mundial. El mezquino objetivo de la eficacia económica ya no será viable para los Gobiernos.

La pregunta es qué va a sustituir al aumento del nivel material de vida como fundamento de la sociedad. Una respuesta ofrecida por los pensadores ecologistas es lo que ­John Stuart Mill, en sus Principios de economía política(1848), llamó “economía del Estado estacionario”. La producción y el consumo dejarían de ser un objetivo prioritario y el número de seres humanos descendería. A diferencia de la mayoría de los liberales actuales, Mill reconocía el peligro de la superpoblación. Un mundo lleno de seres humanos, decía, carecería de “parajes floridos” y de vida salvaje. El pensador también advirtió de los peligros de la planificación centralizada. El Estado estacionario sería una economía de mercado en la que se incentivaría la competencia. La innovación tecnológica continuaría y junto a ella se mejoraría el arte de vivir.

En muchos sentidos, la idea es atractiva, pero también irreal. No existe una autoridad mundial que imponga el final del crecimiento, de la misma manera que no la hay para combatir el virus. Al contrario de lo que dice el mantra progresista que últimamente repite Gordon Brown, los problemas mundiales no siempre tienen soluciones mundiales. Las divisiones geopolíticas excluyen cualquier cosa que pueda guardar algún parecido con un Gobierno mundial y, si existiese, los Estados actuales competirían por controlarlo. La creencia de que la crisis se puede resolver con un estallido sin precedentes de cooperación internacional es pensamiento mágico en su forma más pura.

Por supuesto, la expansión económica no es sostenible indefinidamente. Para empezar, solo puede agravar el cambio climático y convertir el planeta en un vertedero. Ahora bien, dada la marcada desigualdad entre niveles de vida, el crecimiento demográfico y la intensificación de las rivalidades geopolíticas, el crecimiento cero también es insostenible. Si acabamos aceptando los límites del crecimiento, será porque los Gobiernos hagan de la protección de sus ciudadanos su objetivo más importante. Sean democráticos o autoritarios, los Estados que no pasen esta prueba ­hobbesiana fracasarán.

Cambios geopolíticos

La pandemia ha acelerado de golpe el cambio geopolítico. La propagación descontrolada del virus en Irán, sumada al desplome de los precios del petróleo, podría desestabilizar su régimen teocrático. Con la caída de sus ingresos, Arabia Saudí también está en peligro. Sin duda, no faltará quien se alegre de despedirse de ambos. Sin embargo, no hay garantías de que un colapso en el Golfo vaya a traer consigo algo que no sea un largo periodo de caos. A pesar de los años que llevan hablando de diversificación, los regímenes de la zona siguen siendo rehenes del petróleo, e incluso si los precios se recuperan algo, el impacto económico del cierre mundial será devastador.
En cambio, el este de Asia seguramente continuará avanzando. Hasta ahora, los países que han dado una respuesta más eficaz a la epidemia han sido Taiwán, Corea del Sur y Singapur. Cuesta pensar que sus tradiciones culturales, que otorgan más importancia al bienestar colectivo que a la autonomía personal, no hayan desempeñado un papel en sus buenos resultados. También han resistido el culto al Estado mínimo. No será de extrañar que se adapten a la desglobalización mejor que muchos países occidentales.

Si la Unión Europea sobrevive, puede que se parezca al Sacro Imperio Romano en sus años finales

La posición de China es más compleja. Dado su historial de encubrimientos y estadísticas opacas, es difícil evaluar su actuación durante la pandemia. Desde luego, el país no es un modelo que cualquier democracia pueda o deba emular. Como demuestra el nuevo hospital Nightingale del Servicio Nacional de Salud, los regímenes autoritarios no son los únicos capaces de construir hospitales en dos semanas. Nadie sabe cuál ha sido el coste humano total del cierre chino. Aun así, parece que el régimen de Xi Jinping se ha beneficiado de la pandemia; el virus ha proporcionado una serie de argumentos para ampliar la vigilancia estatal e implantar un control político todavía más estricto. En vez de desaprovechar la crisis, el presidente se está sirviendo de ella para incrementar la influencia de su país. China se está introduciendo en el lugar que corresponde a la Unión Europea con su ayuda a los Gobiernos nacionales en apuros, como el de Italia. Muchas de las mascarillas y los equipos de pruebas que ha suministrado han resultado defectuosos, pero no parece que esto haya hecho mella en la campaña de propaganda de Pekín.

La respuesta de la Unión Europea a la crisis ha revelado sus debilidades esenciales. Pocas ideas son tan menospreciadas por las mentes superiores como la soberanía. En la práctica, esta significa la capacidad de ejecutar un plan de emergencia completo, coordinado y flexible como los que han aplicado el Reino Unido y otros países. Las medidas que ya se han adoptado superan cualquiera de las tomadas durante la II Guerra Mundial, y en sus aspectos más importantes también son lo opuesto de lo que se hizo entonces, cuando la población británica fue objeto de una movilización sin precedentes y el paro descendió de manera espectacular. Actualmente, aparte de quienes prestan servicios esenciales, los trabajadores británicos han sido desmovilizados. Si la situación se prolonga muchos meses, el cierre exigirá una socialización de la economía aún mayor.

Es dudoso que las agostadas estructuras neoliberales de la Unión Europea sean capaces de llevar a cabo algo similar. Las reglas hasta ahora sacrosantas han sido contravenidas por el programa de compra de bonos por parte del Banco Central Europeo y la relajación de los límites de las ayudas estatales a la industria. Pero la resistencia de los países del norte de Europa, como Alemania y Holanda, a compartir la carga fiscal puede impedir el rescate de Italia, un país demasiado grande para ser aplastado como Grecia, pero posiblemente también demasiado caro para ser salvado. Como el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, dijo en marzo, “si Europa no está a la altura de este desafío sin precedentes, toda la estructura europea pierde su razón de ser para la ciudadanía”. El presidente serbio, Aleksandar Vucic, ha sido más directo y realista: “La solidaridad europea no existe… Eso era un cuento de hadas. El único país que puede ayudarnos en esta difícil situación es la República Popular de China. A los demás, gracias por nada”.

El principal defecto de la Unión Europea es que es incapaz de cumplir las funciones protectoras de un Estado. La descomposición de la zona euro se ha predicho tantas veces que puede parecer impensable. Sin embargo, con las tensiones a las que se enfrenta en la actualidad, la desintegración de las instituciones europeas no es algo exagerado. La libre circulación ya se ha suspendido. El reciente chantaje del presidente turco, Erdogan, amenazando a la UE con permitir que los emigrantes crucen las fronteras de su país y el desenlace en la provincia siria de Idlib podrían desembocar en la huida hacia Europa de centenares de miles, incluso millones, de refugiados. (Es difícil imaginar qué puede significar el “distanciamiento social” en los enormes campamentos de refugiados, abarrotados e insalubres). Otra crisis de emigración sumada a la presión sobre un euro disfuncional podría tener resultados nefastos.

Si la Unión Europea sobrevive, puede que se parezca al Sacro Imperio Romano en sus años finales, un fantasma que subsiste durante generaciones mientras el poder se ejerce en otro lugar. Las decisiones perentorias ya las están tomando los Estados nacionales. Dado que el centro político ha dejado de ser una fuerza de liderazgo, y con gran parte de la izquierda aferrada al fallido proyecto europeo, muchos Gobiernos estarán dominados por la extrema derecha.

Rusia ejercerá una influencia creciente sobre la Unión Europea. En la batalla con los saudíes que actuó como detonante del hundimiento del precio del petróleo en marzo de 2020, Putin llevaba la mejor baza. Mientras que para los saudíes el umbral de rentabilidad fiscal —el precio necesario para pagar los servicios públicos y mantener la solvencia del Estado— es de unos 80 dólares por barril, para Rusia puede ser menos de la mitad. Al mismo tiempo, Putin está consolidando la posición de su país como potencia energética. Los gasoductos submarinos Nord Stream que atraviesan el Báltico aseguran el abastecimiento fiable de gas natural a Europa, al mismo tiempo que la hacen dependiente de Rusia y permiten a esta utilizar la energía como arma política. Al igual que China, Rusia ha entrado en escena para sustituir a la vacilante Unión Europea enviando médicos y equipo a Italia.

En Estados Unidos, Donald Trump claramente considera que reflotar la economía es más importante que contener el virus. Una caída de la Bolsa similar a la de 1929 y unos niveles de paro peores que los de la década de 1930 supondrían una amenaza existencial a su presidencia. James Bullard, consejero delegado del Banco de la Reserva Federal de San Luis, ha insinuado que en Estados Unidos la tasa de desempleo podría alcanzar el 30%,superando a la de la Gran Depresión. Por otra parte, teniendo en cuenta el sistema de gobierno descentralizado del país, su sistema de salud desastrosamente caro, las decenas de millones de personas sin seguro médico, una población penitenciaria descomunal con gran número de ancianos y enfermos, y unas ciudades en las que vive una cantidad considerable de personas sin hogar y que ya sufren una extendida epidemia de opioides, restringir el cierre podría suponer que el virus se propagase sin control con efectos devastadores. (Trump no es el único que asume este riesgo. Hasta ahora, Suecia no ha impuesto nada similar al confinamiento obligatorio de otros países).

A diferencia del programa británico, los dos billones de dólares del plan de estímulo de Trump son en su mayor parte otro rescate a las empresas. Sin embargo, si damos credibilidad a los sondeos, cada vez más estadounidenses aprueban su gestión de la epidemia. ¿Qué pasará si el presidente sale de esta catástrofe con el apoyo de una mayoría de estadounidenses?

Tanto si Trump conserva su poder como si no, la posición de Estados Unidos en el mundo ha cambiado de manera irreversible. Lo que se está desmoronando a toda velocidad no es solo la hiperglobalización de las últimas décadas, sino el orden mundial implantado tras el final de la II Guerra Mundial. El virus ha roto un equilibrio imaginario y ha acelerado un proceso de desintegración en marcha desde hace años.
En su trascendental obra Plagas y pueblos (Siglo XXI, 2016), el historiador de Chicago William H. McNeill afirmaba: “Siempre es posible que algún organismo parásito hasta entonces desconocido escape de su habitual nicho ecológico y exponga a las densas poblaciones humanas que han llegado a ser una característica tan llamativa de la Tierra a alguna nueva y tal vez devastadora mortalidad”.

Todavía no sabemos cómo escapó el coronavirus de su nicho, aunque existe la sospecha de que los mercados de Wuhan en los que se venden animales salvajes, hayan tenido algo que ver. En 1976, año original de publicación del libro de McNeill, la destrucción de los hábitats de las especies exóticas no había alcanzado ni mucho menos las dimensiones de hoy en día. A medida que la globalización ha ido avanzando, también ha crecido el riesgo de propagación de enfermedades infecciosas. La [denominada] gripe española de 1918-1920 se convirtió en una pandemia global en un mundo sin transporte aéreo de masas. En un comentario sobre la visión que los historiadores tienen de las plagas, ­McNeill señala: “Desde su punto de vista, al igual que desde el de otros, los ocasionales brotes catastróficos de enfermedades infecciosas seguían siendo interrupciones repentinas e impredecibles de la norma que, en esencia, escapaban a cualquier explicación histórica”. Muchos estudios posteriores han llegado a conclusiones similares.

Sin embargo, persiste la idea de que las pandemias son incidentes pasajeros más que una parte integral de la historia. Detrás de ella está la creencia de que los seres humanos ya no formamos parte del mundo natural y podemos crear un ecosistema autónomo, separado del resto de la biosfera. La Covid-19 nos dice que no es así. Solo podremos defendernos de esta peste sirviéndonos de la ciencia; los análisis masivos de anticuerpos y la vacuna serán decisivos,pero, si en el futuro queremos ser menos vulnerables, tendremos que hacer cambios permanentes en nuestro modo de vida.

La textura de la vida cotidiana ya ha cambiado. En todas partes existe un sentimiento de fragilidad

La textura de la vida cotidiana ya ha cambiado. En todas partes existe un sentimiento de fragilidad. Además, la sensación de inestabilidad no afecta solo a la sociedad; lo mismo sucede con la posición de los seres humanos en el mundo. Imágenes virales muestran la ausencia humana de distintas maneras. Los jabalíes se pasean por las ciudades del norte de Italia, mientras que en la ciudad tailandesa de ­Lopburi manadas de monos a los que los turistas ya no dan de comer se pelean en las calles. La belleza no humana y una feroz lucha por la vida han brotado rápidamente en las urbes vaciadas por el virus.

Como han señalado diversos expertos, un futuro posapocalíptico como el proyectado en las obras de ficción de J. G. Ballard se ha convertido en nuestra realidad presente. Pero es importante entender lo que este “apocalipsis” revela. Ballard veía a las sociedades humanas como decorados de un escenario que se pueden derribar en cualquier momento. Las normas que se creían parte de la naturaleza del ser humano desaparecían al abandonar el teatro. Las experiencias más terribles del autor durante su infancia en el Shanghái de la década de 1940 no fueron las que vivió en el campamento de prisioneros de guerra, donde muchos de los reclusos conservaban la entereza y trataban a los demás amablemente. Ballard era un chico ingenioso y audaz y disfrutó gran parte del tiempo que pasó allí. Él mismo me contó que fue cuando la guerra se acercaba a su fin y el campamento se desmanteló cuando fue testigo de los peores ejemplos de egoísmo despiadado y crueldad gratuita.

La lección que aprendió fue que todo aquello no era el fin del mundo. Lo que se suele calificar de apocalipsis es el curso normal de la historia. Muchos salen de él con traumas duraderos, pero el animal humano es demasiado fuerte y versátil para que esos trastornos lo quiebren. La vida sigue, aunque diferente de como era antes. Quienes describen el momento actual como ballardiano no se han fijado en cómo se adaptan los seres humanos a las situaciones extremas que él narra, e incluso se realizan como personas en ellas.

La tecnología nos ayudará a adaptarnos en nuestras presentes condiciones extremas. La movilidad física se puede reducir trasladando muchas de nuestras actividades al ciberespacio. Es posible que las oficinas, los colegios, las universidades, las consultas médicas y otros centros de trabajo cambien para siempre. Las comunidades virtuales organizadas durante la epidemia han hecho posible que la gente llegue a conocerse mejor que nunca.

Cuando la pandemia remita habrá celebraciones, pero puede que no se distinga con claridad en qué momento ha desaparecido el riesgo de contagio. Es posible que mucha gente migre a entornos en la Red, como en Second Life, un mundo virtual en el que las personas se conocen, comercian e interactúan en el cuerpo y el mundo que ellas eligen. Puede que haya otras adaptaciones incómodas para los moralistas: es probable que la pornografía vía Internet experimente un auge, y muchas de las citas en la Red consistirán en relaciones eróticas en las que los cuerpos nunca lleguen a entrar en contacto. La tecnología de la realidad aumentada tal vez se utilice para simular encuentros físicos y el sexo virtual podría normalizarse pronto. Preguntarse si todo esto será un paso hacia una buena vida tal vez no sea lo más útil. El ciberespacio depende de unas infraestructuras que pueden resultar dañadas o destruidas por una guerra o una catástrofe natural. Internet nos sirve para evitar el aislamiento que acompañó a las epidemias en el pasado, pero no permite que los seres humanos escapemos de nuestra carne mortal ni que esquivemos las ironías del progreso.

El progreso es reversible

El virus nos enseña no solo que el progreso es reversible —un hecho que parece que hasta los progresistas han entendido—, sino que puede socavar sus propias bases. Por citar el ejemplo más obvio, la globalización ha traído consigo grandes avances; gracias a ella, millones de personas han salido de la pobreza. Ahora este logro está en peligro. La desglobalización en marcha es hija de la globalización.

Al mismo tiempo que se desvanece la perspectiva de un nivel de vida que aumente sin cesar, vuelven a emerger otras fuentes de autoridad y legitimidad. Ya sea liberal o socialista, el pensamiento progresista detesta la identidad nacional con apasionada intensidad. La historia está llena de episodios que muestran cómo se puede hacer mal uso de ella. No obstante, el Estado nacional se está reafirmando como la fuerza más poderosa para conducir la acción a gran escala. Enfrentarse al virus exige un esfuerzo colectivo que no se movilizará por el bien de la humanidad.

¿Qué parte de su libertad querrá la gente que se le devuelva pasado el pico de la pandemia?

Al igual que el crecimiento, el altruismo también tiene límites. Veremos muestras de extraordinaria abnegación antes de que pase lo peor de la crisis. En el Reino Unido, un ejército de ANI. Con todo, sería una imprudencia depender exclusivamente de la compasión humana para superar la situación. La bondad con extraños es tan valiosa que hay que racionarla.

Aquí es donde entra en juego el Estado protector. En esencia, el Estado británico siempre ha sido hobbesiano. La paz y un Gobierno fuerte han sido sus prioridades fundamentales. Al mismo tiempo, este Estado hobbe­siano ha descansado sobre el consentimiento, sobre todo en épocas de emergencia nacional. La protección contra el peligro se ha impuesto a la libertad frente a las injerencias del Gobierno.

Qué parte de su libertad querrá la gente que se le devuelva pasado el pico de la pandemia es un interrogante aún sin respuesta. No parece que la solidaridad obligatoria del socialismo sea muy de su gusto, pero tal vez acepte de buen grado un régimen de biovigilancia en aras de una mejor protección de su salud. Para salir del agujero vamos a necesitar más intervención estatal, no menos, y además muy creativa. Los Gobiernos tendrán que incrementar considerablemente su respaldo a la investigación científica y a la innovación tecnológica. Aunque es posible que el tamaño del Estado no aumente en todos los casos, su influencia será omnipresente y, de acuerdo con los criterios del viejo mundo, más intrusiva. El gobierno posliberal será la norma en el futuro próximo.

Solo si reconocemos las debilidades de las sociedades liberales podremos preservar sus valores más esenciales. Entre ellos figura, junto con la legitimidad, la libertad individual, que, además de ser valiosa en sí misma, constituye un control necesario al Gobierno. Sin embargo, quienes creen que la autonomía personal es la necesidad humana más profunda revelan su ignorancia en psicología, empezando por la suya propia. Prácticamente para cualquiera, la seguridad y la pertenencia son igual de importantes, y a veces más. El liberalismo, en efecto, ha sido una negación sistemática de este hecho.

Una ventaja de la cuarentena es que se puede utilizar para renovar las ideas. Hacer limpieza mental y pensar cómo vivir en un mundo alterado es la tarea que nos corresponde ahora. Para quienes no estamos sirviendo en primera línea, esto debería bastarnos mientras dure el confinamiento.

John Gray (South Shields, Reino Unido, 1948), filósofo político, es catedrático emérito de Pensamiento Europeo en la London School of Economics. Su último ensayo publicado es ‘Siete tipos de ateísmo’ (2019, editorial Sexto Piso). Traducción de News Clips. Este artículo apareció en la edición especial de primavera de ‘New Statesman’.

martes, 14 de abril de 2020

Abril

Nubes sobre Torredonjimeno
Foto: Antonio Erena, 8.04.20
CV

Son de abril las aguas mil.
Sopla el viento achubascado,
y entre nublado y nublado
hay trozos de cielo añil.
Agua y sol. El iris brilla.
En una nube lejana,
zigzaguea
una centella amarilla.
La lluvia da en la ventana
y el cristal repiquetea.
A través de la neblina
que forma la lluvia fina,
se divisa un prado verde,
y un encinar se esfumina,
y una sierra gris se pierde.
Los hilos del aguacero
sesgan las nacientes frondas,
y agitan las turbias ondas
en el remanso del Duero.
Lloviendo está en los habares
y en las pardas sementeras;
hay sol en los encinares,
charcos por las carreteras.
Lluvia y sol. Ya se oscurece
el campo, ya se ilumina;
allí un cerro desparece,
allá surge una colina.
Ya son claros, ya sombríos
los dispersos caseríos,
los lejanos torreones.
Hacia la sierra plomiza
van rodando en pelotones
nubes de guata y ceniza.

                        Antonio Machado,
                                   «En abril las aguas mil»,
                              de Campos de Castilla