Genoveva Gálvez (1929) en un concierto dedicado a Haendel en la Fundación Juan March el 13.03.85, © Fundación Juan March |
domingo, 31 de mayo de 2020
El músico de la semana 25
sábado, 30 de mayo de 2020
Fotogramas 130
Los hermanos Marx en el Oeste (Go West), Edward Buzzell, 1940 |
viernes, 29 de mayo de 2020
Música popular 104
Manuel Pareja-Obregón ( 4.05.1933 - 24.07.1995) Fuente: Senador música & entretenimiento (página web) |
jueves, 28 de mayo de 2020
Pandemia 9
Christoffer Wilhelm Eckersberg, Vista de la Cloaca Máxima, Roma, National Gallery of Art, Washington |
miércoles, 27 de mayo de 2020
Pandemia 8
Mattia Preti, El incrédulo Tomás, Kunsthistorisches Museum, Viena |
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martes, 26 de mayo de 2020
Triples 22
lunes, 25 de mayo de 2020
domingo, 24 de mayo de 2020
El músico de la semana 24
Narciso Yepes (14.11.1927 - 3.05.1997) Fuente: Platea magazine (página web) |
sábado, 23 de mayo de 2020
Fotogramas 129
Cuentos de Tokio (Tōkyō monogatari), Yasujirō Ozu, 1953 |
viernes, 22 de mayo de 2020
Música popular 103
Karina (4.12.1946) Fuente: Gigantes del pop (blogspot) |
Karina, lista de reproducción en YouTube
Sólo al final del camino las cosas claras verás,
la razón de vivir y el porqué de mil cosas más;
al mirar hacia atrás, cuando llegues comprenderás.
la razón de vivir y el porqué de mil cosas más;
al mirar hacia atrás, cuando llegues comprenderás.
Busca en las cosas sencillas y encontrarás la verdad,
la verdad de ese amor, lo demás déjalo pasar;
solamente el amor con el tiempo no morirá.
solamente el amor con el tiempo no morirá.
Al fin del camino se harán realidad
los sueños que llevas en ti,
si en todo momento, en tu caminar,
la vida has llenado de amor y verdad;
si en todo momento, en tu caminar,
la vida has llenado de amor y verdad;
al fin del camino podrás encontrar
el bien que esperaste sentir,
olvida el pasado, pues no volverá,
conserva el amor que hay en ti.
olvida el pasado, pues no volverá,
conserva el amor que hay en ti.
Al fin del camino habrá un despertar,
de nuevo volver a vivir,
si en todo momento en tu caminar
la vida has llenado de amor y verdad;
si en todo momento en tu caminar
la vida has llenado de amor y verdad;
al fin del camino en ti llevarás
la fe y la ilusión de vivir,
tus sueños de siempre se harán realidad
en un mundo nuevo y feliz.
tus sueños de siempre se harán realidad
en un mundo nuevo y feliz.
Al fin del camino en ti llevarás
la fe y la ilusión de vivir,
tus sueños de siempre se harán realidad
en un mundo nuevo y feliz,
en un mundo nuevo y feliz,
en un mundo nuevo y feliz...
tus sueños de siempre se harán realidad
en un mundo nuevo y feliz,
en un mundo nuevo y feliz,
en un mundo nuevo y feliz...
Tus sueños de siempre se harán realidad
si llenas tu vida de amor y paz,
si llenas tu vida de amor y paz
en un mundo nuevo y feliz...
si llenas tu vida de amor y paz,
si llenas tu vida de amor y paz
en un mundo nuevo y feliz...
En un mundo nuevo,
letra de Tony Luz (Antonio Luz Payer)
jueves, 21 de mayo de 2020
Confinados 6
William Frederick Lake Price, Don Quijote en su estudio (1857), Met Museum, Nueva York |
—Dichosa edad y siglos dichosos
aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos
el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en
aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella
vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad
todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario
sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas
encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto.
Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y
transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de
los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo
a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo
trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el
de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir
las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las
inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia;
aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las
entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía,
por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar,
sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que
andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero,
en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para
cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se
cubra; y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de
Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas
verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y
compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas
invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los
concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que
ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos.
No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza.
La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni
ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban
y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del
juez, porque entonces no había qué juzgar, ni quién fuese juzgado. Las
doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y
señora, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y
su perdición nacía de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros
detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro
nuevo laberinto como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el
aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia
y les hace dar con todo su recogimiento al traste.
Cervantes, Don Quijote, Primera Parte, Capítulo XI, «De lo que le sucedió a
don Quijote con unos cabreros» (fragmento).
miércoles, 20 de mayo de 2020
Pandemia 7
Tanzio da Varallo, San Carlos Borromeo dando la comunión a los apestados, colegiata de Domodossola, fuente: Wikipedia |
martes, 19 de mayo de 2020
Pandemia 6
Pedro Alejandrino Irureta, Un mendigo, Museo del Prado |
Aficiones 20, anterior entrada del blog
lunes, 18 de mayo de 2020
Pandemia 5
domingo, 17 de mayo de 2020
El músico de la semana 23
Jordi Savall (1.08.1941) Fuente: MusicaAntigua.com (página web) |
sábado, 16 de mayo de 2020
Fotogramas 128 - Aniversarios 44
Cartel de Estrella de Sierra Morena, Ramón Torrado (1952), con Lola Flores (21.01.1923 - 16.05.1995) de protagonista Fuente: Benito Medela International Movie Poster (página web) |
viernes, 15 de mayo de 2020
Música popular 102
Nina Simone (21.02.1933 - 21.04.2003) Foto: Jack Robinson (30.10.69) |
Hay
demasiados negros en el autobús. De día en día, Conejo se fija más en ellos. No
siempre hubo tantos negros. Conejo recuerda que, cuando era chico, en Brewer
había calles que recorría con la respiración contenida, pese a que aquellas
gentes a nadie hacían daño y se limitaban a mirar. Pero, ahora, arman más ruido.
Y sus cabezas, en lugar de parecer calvas, tienen aspecto frondoso. Pero esto
no es malo, no. Es más acorde con la Naturaleza , esa Naturaleza de la que nos estamos
alejando tanto. En el taller hay dos negros, Farnsworth y Buchanan, y poco
después de que fueran contratados, uno ya ni siquiera se daba cuenta de que lo
fueran. Mal asunto ser negro, siempre mal pagados, con ojos que no son como los
nuestros, unos ojos inyectados en sangre, castaños, con líquido que parece vaya
a rebosar de un momento a otro. No sabía dónde había leído que ciertos antropólogos
afirman que los negros no son más primitivos, sino, contrariamente, los hombres
que se desarrollaron más tardíamente, es decir, los hombres más recientes, más
nuevos. En ciertos aspectos son más duros, y en otros más delicados. Desde
luego, son menos listos, pero ser listo no nos ha llevado muy lejos, nos ha
llevado a la bomba atómica y a la lata de cerveza. Por otra parte, tampoco
podemos decir que Bill Cosby sea imbécil.
John Updike, El regreso de Conejo (Rabbit Redux), Editorial Noguer, 1975, págs. 17-18, traducción Andrés Bosch
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jueves, 14 de mayo de 2020
Aniversarios 43 - Excéntricos 24
Joaquín Díaz (14.05.1947), en su pregón de la Cofradía de Jesús Nazareno de Valladolid Foto: Chuchi Guerra (4.03.20) |
miércoles, 13 de mayo de 2020
martes, 12 de mayo de 2020
Coches 24
Facel Vega FV3B Coupé de 1958, modelo igual al del accidente mortal de Albert Camus, fuente: Classic Driver (página web) |
Los buenos escritores ignoran si la peste es contagiosa.
Pero suponen que sí. Y por eso, señores, opinan que ustedes deberían mandar
abrir las ventanas del cuarto en el que visiten a un enfermo. Solo hay que
recordar que la peste bien puede encontrarse en las calles e infectarlos de
todos modos, estén o no las ventanas abiertas.
Los mismos escritores
también les aconsejan que utilicen una máscara con gafas y se coloquen un paño
mojado en vinagre bajo la nariz. Lleven una bolsita con todos los extractos recomendados
en los libros: melisa, mejorana, menta, salvia, romero, azahar, albahaca,
tomillo, serpol, lavanda, hoja de laurel, corteza de limonero y peladura de
membrillo. Sería deseable que vistieran por completo de hule. Aun así, pueden
hacerse ajustes. Pero no hay ajustes posibles en las indicaciones sobre las que
están de acuerdo los buenos y los malos escritores. La primera es no tomarle el
pulso a un enfermo sin antes mojarse los dedos en vinagre. Adivinarán el
motivo. Pero acaso lo mejor sería abstenerse de hacerlo. Pues si el paciente
tiene peste, no se le quitará con esa ceremonia. Y si ha salido indemne, no los
habrá llamado. En tiempos de epidemia, cada cual se cuida el hígado solo, para
evitar confusiones.
La segunda indicación es
nunca mirar al enfermo a la cara, a fin de no ponerse en la trayectoria de su
aliento. Por eso mismo, si, aun dudando de la utilidad del procedimiento, han
abierto la ventana, sería bueno que no se pusieran en la corriente de aire, que
puede acarrear al mismo tiempo el estertor del apestado.
Tampoco visiten a los
pacientes estando en ayunas. No lo resistirían. Sin embargo, no coman de más.
Perderían el ánimo. Y si, a pesar de todas las precauciones, les cae en la boca
una gota de veneno, pues para ello no hay remedio, a menos que no traguen
saliva durante toda la visita. Esta es la indicación más difícil de seguir.
Una vez observado, mal que
bien, todo lo anterior, no deben creerse a salvo. Pues existen otras medidas
muy necesarias para la protección del cuerpo, aun cuando atañen más bien a la
disposición del alma. “Ningún individuo”, dice un autor antiguo, “puede
permitirse tocar nada contaminado en un país donde reine la peste”. Eso está
bien dicho. Y no existe rincón que no debamos purificar en nosotros, incluso en
lo más secreto de nuestro corazón, para poner de nuestra parte las pocas
oportunidades que queden. Eso es especialmente cierto en el caso de los médicos
como ustedes, que están más cerca, si cabe, de la enfermedad, y resultan por
ello aún más sospechosos. Tienen que predicar con el ejemplo.
Para empezar, nunca deben
tener miedo. Se sabe de gente que llevó a cabo muy bien su oficio de soldado
con miedo a los cañones. Pero lo cierto es que las balas matan por igual a
valientes y medrosos. El azar incide en la guerra, pero muy poco en la peste.
El miedo infecta la sangre y calienta los humores: lo dicen todos los libros.
Así pues, predispone a quedar bajo la influencia de la enfermedad; y para que
el cuerpo venza la infección, el alma tiene que ser fuerte. Por cierto, no hay
peor miedo que el miedo al final postrero, pues el dolor es temporal. De ahí
que ustedes, los médicos de la peste, deban plantar cara a la idea de la muerte
y reconciliarse con ella, antes de entrar en el reino que la peste les prepara.
Si salen vencedores en esto, lo serán en todo, y los verán sonreír en medio del
terror. En conclusión, les hará falta una filosofía.
También tendrán que ser
discretos en todo, lo que no quiere decir en absoluto ser castos, otra forma de
exceso. Cultiven una alegría razonable a fin de que la pena no altere la
fluidez de la sangre y la prepare para la descomposición. En este sentido, no
hay nada como usar el vino en buena cantidad, para aligerar un poco el aire de
pesadumbre que les llegue de la ciudad apestada.
En términos generales,
observen la mesura, primer enemigo de la peste y regla natural de la humanidad.
Némesis no era, como les contaron en el colegio, la diosa de la venganza, sino
de la mesura. Y asestaba sus terribles golpes a los hombres solo cuando estos se
habían entregado al desorden y el desenfreno. La peste procede del exceso. Es
en sí misma un exceso e ignora la contención. Ténganlo presente si quieren
combatirla con clarividencia. No le den la razón a Tucídides, que habla de la
peste en Atenas y dice que los médicos no eran de ninguna ayuda porque, en
principio, abordaban el mal sin conocerlo. La epidemia adora los cuchitriles
secretos. Acérquenle la luz de la inteligencia y la equidad. En la práctica,
verán que es más fácil que no tragarse la saliva.
Por último, tienen que ser
capaces de controlarse. Y, por ejemplo, hacer que se respeten las normas que
hayan elegido, como el bloqueo y la cuarentena. Un historiador de Provenza
cuenta que, en el pasado, cuando un confinado lograba escapar, mandaban que le
rompieran la cabeza. No desearán eso. Pero tampoco pasarán por alto el interés
general. No harán excepciones a las normas durante todo el tiempo que estas
sean útiles, ni siquiera cuando el corazón los apremie. Se les pide que olviden
un poco quiénes son, sin olvidar jamás lo que se deben a ustedes mismos. Esa es
la regla de un honor tranquilo.
Armados con estos remedios y
virtudes, solo les restará hacer frente al cansancio y conservar la imaginación
viva. No deben nunca, pero nunca, acostumbrarse a ver a los hombres morir como
moscas, según ocurre en nuestras calles hoy, y según ha venido ocurriendo
siempre, desde que la peste recibió su nombre en Atenas. No dejarán de
conmoverse al ver las gargantas negras de las que habla Tucídides, que supuran
un sudor sangriento y de las que la tos ronca arranca a duras penas escupitajos
aislados, pequeños, salados y de color azafrán. No se moverán con familiaridad
entre los cadáveres de los que se apartan incluso las aves de rapiña para huir
de la infección. Y seguirán rebelándose contra la terrible confusión en la que
perecen en soledad quienes niegan sus cuidados a los demás, mientras que mueren
amontonados quienes se sacrifican; en la que el goce ya no recibe su aprobación
natural, ni el mérito su orden; en la que se baila al borde de las tumbas; en
la que el enamorado rechaza a la amada para no contagiarle su mal; en la que no
carga con el peso del delito el delincuente, sino el animal expiatorio que se
elige en pleno desconcierto de una hora de espanto.
El alma sosegada es la más
firme. Ustedes se mantendrán firmes ante esa extraña tiranía. No servirán a una
religión tan vieja como los cultos más antiguos. Esa mató a Pericles, que no
quería más gloria que la de no causar el luto de ningún ciudadano, y no ha
cesado de diezmar a los hombres y exigir el sacrificio de los niños desde aquel
ilustre asesinato hasta el día en que descendió sobre nuestra ciudad inocente.
Aunque esa religión procediera del cielo, deberíamos afirmar que el cielo es
injusto. Si llegan ustedes a ese punto, no verán en ello motivo alguno de
orgullo. Al contrario, deberán pensar con frecuencia en la propia ignorancia,
para estar seguros de observar la mesura, única señora de las epidemias.
Ni que decir tiene, nada de esto es fácil. A pesar de
las máscaras y las bolsitas, el vinagre y el hule; a pesar de la placidez del
coraje y los firmes esfuerzos, llegará el día en que no soportarán la ciudad
llena de moribundos, el gentío dando vueltas en las calles recalentadas y
polvorientas, los gritos, la angustia sin futuro. Llegará el día en que querrán
gritar de asco ante el miedo y el dolor de todos. Ese día, no podré hablarles
de ningún remedio salvo la compasión, que es pariente de la ignorancia.
Albert Camus, «Exhortación a los
médicos de la peste», Les Cahiers de la Pléiade , 1947; Obras
completas II, Gallimard, 2006 (Bibliothèque de la Pléiade ); versión
publicada en El País Semanal,
10.05.20, traducción de Martín Schifino.
lunes, 11 de mayo de 2020
Aniversarios 42
Irving Berlin (11.05.1888 - 22.09.1989) Fuente: Miss Jacobson's Music (blogspot) |
sábado, 9 de mayo de 2020
Fotogramas 127
Dejad paso al mañana (Make Way for Tomorrow), Leo McCarey, 1937 |
viernes, 8 de mayo de 2020
Música popular 101
Luis Mariano (13.08.1914 - 14.07.1970) Fuente: Cassette (blogspot) |
miércoles, 6 de mayo de 2020
Casas 17 (confinados 4)
La torre de Montaigne, Saint Michel de Montaigne, Dordoña, Francia Fuente: Pays de Bergerac, Vignoble & Bastides, página web |
Los Ensayos de Montaigne en la página del Instituto Cervantes
martes, 5 de mayo de 2020
Pandemia 4
lunes, 4 de mayo de 2020
Inocente
El pangolín, grabado coloreado de Paquien según dibujo de Traviès, Obras completas de Buffon, ed. Hermanos Garnier, Paris, 1855-1857 |
La lucha para evitar la extinción del pangolín, Giavanna Grein, página web de WWF
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domingo, 3 de mayo de 2020
sábado, 2 de mayo de 2020
Fotogramas 126
La ventana indiscreta (Rear Window), Alfred Hitchcock, 1954 |
viernes, 1 de mayo de 2020
Música popular 100
Dolly Parton (19.01.1946) Foto: Harry Langdon, c. 1970 |
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