Chrétien de Troyes, Perceval o El cuento del Grial, ed. Martín de Riquer, colección Austral Universal, Espasa Calpe, 1992 |
Era el tiempo en que los árboles
florecen, la hierba, el bosque y los prados verdean, los pájaros cantan dulcemente
en su latín por la mañana y toda criatura se inflama de alegría, cuando el hijo
de la Dama Viuda
se levantó en la Yerma
Floresta Solitaria, y sin pereza puso la silla a su corcel,
cogió tres venablos y salió así de la morada de su madre. Pensó que iría a ver
a los labradores que tenía su madre, que le rastrillaban la avena; tenían doce
bueyes y seis rastras. Así se internó en la floresta, y al punto el corazón se
le alegró en las entrañas por la dulzura del tiempo y al oír el canto gozoso de
los pájaros: todo esto le agradaba. Por la benignidad del tiempo sereno quitó
el freno al corcel y lo dejó que paciera por la verde hierba fresca. Y él, que
sabía arrojar muy bien los venablos que llevaba, iba en torno disparándolos ora
hacia atrás, ora hacia adelante, ora hacia abajo, ora hacia arriba, hasta que
oyó venir por el bosque a cinco caballeros armados de todas sus armas. Muy gran
ruido hacían las armas de los que llegaban, pues a menudo chocaban con las
ramas de las encinas y de los ojaranzos. Las lanzas entrechocaban con los
escudos y las lorigas rechinaban; resonaba la madera, resonaba el hierro, tanto
de los escudos como de las lorigas.
Chrétien de Troyes, Perceval o El cuento del Grial, ed. Martín de Riquer, «En la yerma floresta
solitaria» (comienzo)
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